¿Fue un mal ejemplo el del Samaritano? Me interrogo así, como haciéndome el pánfilo, pues de otra manera posiblemente no llegaría a comprender el por qué Jesús verbalizó tal historia, aún sabiendo que los hombres tienden al egoísmo y a la impostación en sociedad.
¿O ahora resulta que Jesús fue un demagogo? Y esto lo anoto con pena y con mucho dolor, pues qué se puede pensar de todos aquellos que se dicen cristianos (sean católicos, sean evangélicos) y que, al menor temblor económico, dinamitan el sencillo mensaje del Amado galileo, de aquel que no tenía lujos ni comodidades.
¿Seguidores suyos serán quienes, cuando oyen el menor clamor contra el desamparo de los más necesitados, se desgarran las vestiduras ‘purificadas’ y tipifican de comunistas, teólogos de la liberación, locos, demagogos y utópicos, a quienes ofrecen su voz a los enmudecidos?
Sucede en todas tiendas de los instalados en la nefasta religión: aquella que lucra para beneficio de sus jerarquías; aquella que ordenó matar al ‘alocado’ Jesús; aquella que hoy ha pervertido el prístino Evangelio; aquella cuyos adalides también ahora se apresuran a procesionar hasta el templo, sin mirar a los desesperados que están desahuciados en las aceras…
Recuerdo a Hélder Cámara, antiguo obispo católico de Recife, quien solía decir: “Siempre que busqué defender a los pobres, la iglesia me acusó de hacer política”. Y lo mismo en el otro sendero del cristianismo, pues muchos pseudo-evangélicos (blancos) detestaban a su hermano, el pastor Martin Luther King (negro), por clamar contra las injusticias sociales y las discriminaciones hacia los de su raza, sin importarle si eran creyentes o ateos.
Es risible, si no fuera tan dramático para las bases del catolicismo que sí cumple el ejemplo de Jesús, el hecho de que el Vaticano, a través del organismo que hoy ocupa la misma función que la Inquisición, haya reprendido a la mayor congregación de monjas de Estados Unidos, por “trabajar demasiado con los pobres”, como lo cuenta Simone Campbell, representante de unas 57.000 monjas norteamericanas, acusadas de herejía y de minar la doctrina oficial. Ella contesta: “¿Y con quien vamos a trabajar si no? ¿Qué es lo que dijo Jesucristo? Que los obispos vean cómo nuestros miembros representan a Cristo en las calles, que dejen que sus corazones queden rotos por aquellos que sufren, los pobres. Entonces, de verdad, cambiarían su opinión”.
Ella cree que está al lado de los justos y no le importan las llamadas de atención cuando lidera campañas a favor de la mejora de la sanidad para los menos pudientes o una amnistía para los inmigrantes ilegales. Y concluye, respecto a las reprimendas que llueven desde la jerarquía: “Eso me lleva a pensar que el problema es político y no doctrinal”.
Es risible, si no fuera tan patético, que algunos evangélicos clamen contra quienes defiendan la atención sanitaria para los extranjeros indocumentados. ¿Cómo se concibe esta postura si luego claman por el derecho a la vida y contra el aborto?¿No es acaso una suerte de aborto maduro el dejar que se mueren los seres que no pueden costearse inseguro médico?
Claro, dirán, eso es demagogia; eso es no estar pisando suelo: primero los nuestros. Es que soy pánfilo, lo vuelvo a reconocer. ¿Quiénes son los nuestros, según Jesús?Que yo recuerde, no eran ni su madre ni sus hermanos. ¿Y qué pasa si una hermana de fe es ilegal y le niegan la asistencia?
¿Son argumentos demagógicos? Sí, posiblemente sí para cualquiera que no se diga cristiano. Si se piensa desde posturas políticas arcaicamente ideologizadas, debo reconocer que podrían sonar demagógicas y no faltará alguno que pergeñe su diatriba contra mí. ¿Y por qué no dirigen sus dardos contra Jesús?, digo, ¡total, Él es el culpable de sembrar esta semilla generosa en nuestro corazón¡ ¡Él es el autor intelectual de este crimen o herejía que estoy confesando!
Mientras quieren zarandearnos por el chocolate del loro, por las minucias del gasto, no los oigo clamar contra los comunistas de la Banca, que rápido socializan sus pérdidas y, más rápido, capitalizan sus ganancias: el despilfarro de lo público lo han permitido los Hunos y los Otros. Total, ¿qué son otros ocho mil millones más, que se suman a los otros treinta y tres mil que ya entregaron a Bankia?
El cristiano que no ayude a los desamparados o a los extranjeros (como los que estuvieron en Egipto, Jesús incluido) debería desapuntarse del “club” de los acomodados y, al instante, apuntarse en “Amanecer dorado”, creando una sección en España, preparándose para minar las fronteras contra los inmigrantes.
Demagogia y política rastrera la de quienes incumplen los mandatos de Jesús. Lo demás es cháchara electorera.
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