Ni cuento ni canto nostalgias: lo mío es Fe viva sin mármoles ni maderos. Si creí en las Escrituras Sagradas, en aquello que plasmaron ancestrales poetas-profetas cual intermediarios de ese Dios instalado en las salientes del Misterio, comprenderán que esté en contra de catecismos y jerarquías que no demuestran una mínima ética ministerial. Ya Jesús alertó contra esos (y estos) fariseos, como leo en Mateo 23.3: “…No hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas”.
Y claro que confío en un buen número de sacerdotes, especialmente misioneros por lejanas tierras o por barrio marginales de esta -casi otrora- Europa opulenta. En Salamanca puedo citar a algunos, como mi hermano el dominico Quintín García, por poner un magno ejemplo, o el padre Juan Antonio Romo, siempre con los pobres y los inmigrantes; o como Emiliano Tapia, párroco del degradado barrio de Buenos Aires, a quien le he visto encabezar muchas ‘procesiones’, pero siempre contra el tráfico de drogas y la desprotección policial de sus parroquianos. A éste último también le he visto (no lo he leído ni me lo han contado) ofrecer hospedaje y comida, semanas enteras, a musulmanes y a evangélicos inmigrantes, a españoles que salen de la cárcel y no tienen domicilio... Como comprenderán, a estos católicos no sólo los respeto, sino que los quiero, porque siguen el Evangelio al pie de la letra, entregándose por los más necesitados. Pero, lamentablemente, están arrinconados o sancionados. Respecto a los teólogos, el último es ser censurado ha sido el gallego Andrés Torres Queiruga…
Lo mío escapa a los ayes de quienes se extasían viendo imágenes porteadas al alimón, pero sin rubor voltean el rostro ante cualquier prójimo cuyas penurias resultan más que evidentes. Lo mío escapa a amuletos y atavíos que más parecieran convocar al terror del hechicero, como otrora, cuando hacían el pasillo por donde los herejes eran conducidos a la hoguera. Herejes, es decir, creyentes en Dios. Herejes, es decir, seguidores de unos Evangelios que hasta hace muy pocas décadas se prohibían leer a quienes recibían misa en latín.
Y es que para nada me interesa el idioma legal de la religión, pues bien sé que religiosos fueron quienes acabaron con Jesús, por quien tantos y tantos se encapucharon estos días. Bien sé que religiosos también fueron quienes ordenaron la segunda muerte de Lázaro: no querían que quedasen pruebas del milagro de un poeta ‘loco’ que revolucionó su tiempo e hizo un pacto nuevo que muy pocos realmente cumplen. Hay quienes, pasada la Semana Santa, vuelven a afilar cuchillos para las diarias contiendas.
Lo de Jesús, gracias a Dios, escapa a quincallas y encorsetamientos, a oropeles y demás muestras de Materialismo histórico, de acumulación de bienes. Y también, por qué no decirlo, escapa a un paganismo encubierto, a esa hedentina que nada tiene que ver con la esencia del cristianismo. Que ironía: el Pobre no tenía dónde recostar su cabeza, mientras que la burocracia eclesial reside en palacetes. Pero no tiremos la piedra sólo hacia un lado, pues por tierras norteamericanas -o de algunos países emergentes- tenemos nefastos ejemplos de ciertos líderes que poco o nada practican el Evangelio que pregonan, propalan o expectoran.
Protestando fue mi resurrección, mi renacimiento, creyendo en el compartir lo mío, no las subvenciones del Estado que, en España y por ‘milagros’ del contubernio que bien sabemos, no ha sufrido los “justos e imprescindibles recortes”, según terminología oficial. ¡Pero si hasta Italia, tan vaticanista, no sólo ha mermado las aportaciones públicas sino que está cobrando impuestos que otrora les eximía!
Esta es la vida de Jesús, si él Vive en mí, y consigue que siga su Estela. Lo demás es canto y cuento, comodidad y jolgorio para unos días, cierto alivio espiritual desde una perspectiva egoísta y adormilante.
Esta es mi resurrección. Estoy con el Uno, aumentado unas milésimas los tallos de su Gloria.
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