“La gracia es la celebración de la vida, persiguiendo sin tregua a todos los que no la celebran en este mundo”, afirma el pastor episcopal de Nueva York, Robert Farrar Capon (1925-2013), probablemente el único teólogo que ha escrito crítica gastronómica –por lo menos en un medio tan importante como el New York Times–. Así de singular era el autor de “La cena del Cordero” –quizás el mejor libro cristiano que se ha hecho nunca sobre la buena comida–, que ha partido ahora a la presencia del Señor.
Capon no era conocido sólo por las artes culinarias, sino que fue un gran predicador de la gracia. Sus libros siguen sin ser traducidos al castellano, pero son cada vez más citados por escritores evangélicos, como el nieto de Billy Graham, Tullian Tchividjian, un “hijo pródigo” convertido ahora en pastor presbiteriano, que organiza todos los años una conferencia sobre la gracia en su iglesia de Florida con el nombre de “Liberate”. Es así como conocí a Capon…
La obra de este canónigo anglicano comienza con un título algo moralista, sobre el matrimonio, “Cama y mesa”, que pretendía convencer en 1965 de las virtudes de la castidad premarital, hablando de las alegrías conyugales y familiares. Para su vergüenza, Capon se divorció, tras escribir este libro, después de haber estado casado veintisiete años y tener ya seis hijos.
Su fracaso matrimonial le llevó a una nueva experiencia de la gracia, que describe en su libro “El idilio de la Palabra: Una historia de amor con la teología”.
“Había muchas áreas de mi vida en que no tenía éxito, por no decir en las que era y todavía soy, un fracaso… Dediqué gran parte de mi tiempo y esfuerzo a la formación religiosa de mis hijos, para que luego no tengan práctica ni interés alguno”. Al casarse de nuevo, Capon deja la responsabilidad misionera que tenía en una iglesia, así como su posición de decano en un seminario diocesano, sin tener ya un ministerio eclesial a tiempo completo desde 1977.
Se da cuenta que su vida no era de “bondad triunfante y virtudes heroicas”, sino de “pura suerte y perdón”. Fue entonces, cuando descubrió la misericordia de Dios…
MERO CRISTIANISMO
Capon constata que “estamos rodeados de gracia”, pero “el problema está en nosotros”. En su mejor libro, “Entre el mediodía y las tres: Idilio, ley y escándalo de la gracia”, observa cómo “la ética nos enseña lo que tienes que hacer y lo que no, para ser reconocidos y aceptados, humanamente, pero el cristianismo nos habla de un Dios que toma a seres que no se pueden reconocer y aceptar, humanamente, para reconocerles y aceptarles en Jesús, hayan hecho, o no, lo que tenían que hacer”.
¿Cómo es esto posible? Porque “Jesús vino a resucitar muertos, no a mejorar lo mejorable, ni perfeccionar lo perfeccionable, o enseñar al enseñable, sino para levantar muertos”. Es la radicalidad de ese Evangelio cristo-céntrico, la que ha encontrado eco en algunos evangélicos, aunque este ministro episcopal no se describa como tal, en el sentido estricto de la palabra. Era un “mero cristiano”, como C. S. Lewis –el autor que más le ha influido y con el que muchos le comparan–, ya que él mismo se describe en el prólogo de uno de sus libros como “un anticuado hombre de iglesia alta” –lo que era en el fondo Lewis, aunque muchos le quieran convertir en evangélico–.
Se ha discutido bastante si era universalista, o no. Es así cómo él lo explica:
“Soy y no soy, universalista. Lo soy, si hablamos de lo que Dios ha hecho en Cristo, para salvar al mundo. El Cordero de Dios no ha quitado el pecado de algunos –los buenos, los que cooperan y logran hacer algo–. El quita los pecados del mundo –hasta el último ser que hay en él– y los arroja en el agujero negro de la muerte de Jesús. En la cruz, ha cerrado para siempre el tema de la culpa.
No hay pues condenación, para los que están en Cristo Jesús. Seres humanos de cualquier tiempo o lugar, son libres, lo sepan, o no; lo sientan, o no; lo crean, o no.”
“Aunque no soy universalista –dice Capon–, si hablamos de lo que la gente puede hacer sobre aceptar el feliz regalo de la gracia de Dios. Tomo con profunda seriedad lo que Jesús dice sobre el infierno, incluyendo el tormento eterno por rechazar neciamente la aceptación que ya tienen. Todo teólogo que mantenga la Escritura como Palabra de Dios, tiene inevitablemente que incluir en su obra el tratamiento del infierno. Pero no lo localizo –ya que Jesús no lo hace– fuera de la realidad de su gracia. La gracia es siempre soberana, incluso en las parábolas de juicio de Jesús. Nadie es expulsado al final, que no haya sido incluido al principio.”
EL PAPEL DE LA RELIGIÓN
Ante esto, uno se pude preguntar: “¿qué papel dejo para la religión?”. La respuesta de Capon no puede ser más contundente: “Ninguno”. Dice: “No le dejo ninguno porque el Evangelio del Señor Jesucristo no le deja nada”. Ya que para él, “el cristianismo no es una religión”. Más bien, “es el anuncio del fin de la religión”.
Este argumento habitual de los evangélicos, suele ser contestado, diciendo que no definimos la religión, sólo la denigramos. Pues bien, Capon sí lo hace: “La religión consiste en todas las cosas (creer, comportarse, adorar, sacrificar) que la humanidad pensaba que tenía que hacer para estar a bien con Dios”. Ante esto, “el cristianismo sólo tiene dos cosas que decir”, escribe en “Reino, Gracia, Juicio: Paradoja, escándalo y vindicación en las parábolas de Jesús”:
“La primera es que con ninguna de estas cosas ha tenido nunca la oportunidad de lograrlo: la sangre de toros y machos cabríos no puede quitar los pecados (mira la Epístola a los Hebreos) y ninguno de nuestros esfuerzos para guardar la ley de Dios puede finalmente tener éxito (mira la Epístola a los Romanos)”. Y “la segunda es que todo lo que la religión ha intentado (y fracasado), ha sido hecho perfectamente, una vez para siempre, por Jesús en su muerte y resurrección”.
Por lo que Capon concluye: “para los cristianos, por lo tanto, el negocio religioso se ha acabado, cerrado y olvidado… La iglesia no se dedica a eso. La iglesia lo que hace, en vez de eso, es proclamar el Evangelio… Esta aquí para llevar las buenas noticias al mundo de que
siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Está aquí, en definitiva, no para un propósito religioso, sino para anunciar el Evangelio de la libre gracia” de Dios.
¿GRACIA BARATA?
La pregunta que uno se hace, cuando se enfatiza tanto la gracia, es si esto no es finalmente una “gracia barata”, como decía Bonhoeffer. Capon creía que “no se puede llevar la gracia demasiado lejos, a no ser que digas que el pecado no importa”. Compara el pecado con el barro, algo que cubre tu verdadera personalidad y Jesús ha lavado, pero resalta sobre todo que estamos “muertos en delitos y pecados” (Efesios 2:1). Cristo no vino a hacernos buenos, sino nuevos, dándonos vida, cuando estamos muertos.
Para mostrar el carácter ilimitado de la gracia, Capon utiliza ilustraciones que chocan al lector, al mostrar ofensas evidentes a la ley de Dios. Nos habla de un adulterio entre un profesor de universidad y una de sus estudiantes, la muerte de un asesino de la mafia, o las atrocidades de Hitler, para abrir nuestros ojos a la realidad de la gracia. El pecado imperdonable para él, es rehusar creer en la gracia de Dios en Cristo Jesús.
¿Cómo se vive esa gracia, entonces? Para Capon, “la vida de gracia no es un esfuerzo por nuestra parte, para conseguir la meta que nos hemos propuesto, sino un continuo y renovado intento en creer que alguien ha hecho todo lo que había que conseguir, y vivir en relación con esa persona, lo consigamos o no”.
Su trilogía sobre las parábolas muestra a Cristo en cada una de ellas. El es el padre del hijo pródigo, el buen samaritano, el pastor de la oveja perdida. “La clave no es lo perdida que está la oveja, sino lo bueno que es el pastor”, dice. “La encuentra, la salva; la oveja lo único que hace es perderse; ¡es todo de gracia!”.
LA CENA DEL CORDERO
Dios es tanto Creador como Redentor. Y se revela en Jesús como la Palabra de Dios encarnada. A los que estamos habituados a cantar “fija tus ojos en Cristo / tan lleno de gracia y amor / que lo terrenal, sin valor será / a la luz del glorioso Señor”, Capon nos advierte de contraponer “lo terrenal” con “la gloria de su gracia”, como dice el original en inglés. Ya que “el mundo no es una escalera desechable al cielo”. Puesto que “la tierra no es útil, sino buena”. Y “lo es, por el diseño de Dios”.
José Grau suele decir que los evangélicos tenemos dos asignaturas pendientes: la teología de la Creación y la del Reino. Sobre la primera, habla el libro de Capon, “La cena del Cordero”. Si Dios ha hecho todo bueno, podemos disfrutar de cualquier cosa creada, “si tienes ojos y oídos, para deleitarte en ello; nariz y lengua, para gustarlo”. El predicador de Nueva York no podía entender cómo se puede convertir el vino en mosto en la cena del Señor. En el banquete del Cordero en la gloria, pensaba que con el pan y el vino, vendrían el queso y la pastelería con nosotros.
Como buen gastrónomo, Capon aborrecía las imitaciones, los sabores artificiales, los edulcorantes dietéticos y las bebidas gaseosas. “Si alguien quiere de verdad adelgazar, que ayune; que tome café con conversación”. Entendía el mandato bíblico a ayunar, “cuando lo veamos conveniente, con la dureza que haga falta”, pero una vez cumplido ese ejercicio, “¡comamos, festivamente!”. Ya que “la vida son más que grandes ocasiones”. Puesto que “las grandes normalidades, también se han de saborear”.
Cuando oramos por los alimentos, decía Lutero que con nuestro “amén”, convertimos la comida en un acto de adoración. En el libro “La cena del cordero”, encontramos oraciones para que el Señor “nos dé el gusto de cada día”. Capon pide a Dios que “nos quite el miedo a la grasa y nos alegremos del aceite que cae de la barba de Aarón”. ¡Le ruega que “nos libre del miedo a las calorías y la esclavitud de la nutrición”!
CELEBRACION DE LA VIDA
Lo que a muchos nos atrae de la obra de Capon es ese vitalismo, que produce la celebración de la gracia. Ya en su primer libro decía: “la religión cristiana no es sobre el alma; es sobre el ser humano, cuerpo incluido, así como el mundo de las cosas –que Dios también ha creado y en el que somos redimidos–; ¡no combatas lo material!; ¡Dios lo ha inventado!”. Frente a tanta falsa espiritualidad, el predicador neoyorquino nos presenta un cristianismo con rostro humano.
No podemos disfrutar de la vida que Dios nos ha dado, sin apreciar su gracia. ¿Por qué nos atraen tanto los legalismos, que nos impiden vivir la libertad cristiana? Porque confiamos ser salvos por su gracia, pero no creemos que podamos vivir de su gracia. Es por eso que la Iglesia hoy necesita no menos, sino más evangelio. Tanto creyentes como no creyentes, necesitan escuchar “el evangelio de la gracia de Dios” (
Hechos 20:24). La Biblia es incomprensible sin su gracia. Es el aire del Cielo, el corazón del Padre y lo bueno de sus buenas noticias.
Es el apóstol Pablo, el que se adelanta en Romanos 6, a la objeción que muchos tenemos: “¿continuaremos en el pecado, para que la gracia abunde?”. Lo sorprendente es que lo que viene a continuación, no es una lista de todas las cosas que tenemos que hacer para ser verdaderos cristianos, sino una exaltación de los logros milagrosos de su gracia en Cristo, para aquellos que debemos “considerarnos muertos al pecado y vivos en Cristo Jesús”. Al pasar de muerte a vida, debemos presentar nuestros miembros como instrumentos de justicia, “porque el pecado no tendrá dominio sobre nosotros, ya que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia” (vv. 13b-14).
Es la gracia, no el legalismo, ni las obras, lo que nos mueve a vivir como cristianos. Cada llamado en
Romanos 6, está basado en lo que Dios ha hecho y nosotros no podemos hacer. La obediencia fluye de la gracia de Dios.
Es cierto que Capon a veces fuerza el argumento, olvidando la responsabilidad humana y la importancia de la ética. No era un hombre equilibrado, pero si algo revelan sus excesos, es su intenso amor por Dios y todo lo que Él ha hecho. Su pensamiento saturado de gracia, nos invita a probar y ver que Dios es bueno. Por eso creo que él hoy disfruta de su mesa.
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