La mirada de D. Josep Grau

Durante la dictadura empecé a ganar conciencia de que algo tenía que pensar, decir y hacer como creyente ante la situación política que nos ahogaba. Cuando empecé a dar los primeros pasos, tuve que recurrir a lecturas del extranjero para tener una referencia consistente. Fue entonces cuando escuché a D. Josep Grau en unas conferencias de los Hermanos en la iglesia de Trafalgar; su discurso era sólido y bien fundamentado teológicamente, tanto que conmovía las convicciones de algunos creyentes a los que les escuché decir:

–El antidispensacionalismo puede tener alguna base porque D. José Grau es antidispensacionalista.

La fuerza y consistencia personal de D. Josep, su autoridad moral era tan poderosa, que sacudía supuestos asentados por generaciones. En sus libros de Ediciones Evangélicas Europeas descubrí mucho pensamiento político reformado, que dio sustento y luz al camino que empezaba a desbrozar. Más tarde mi mujer Eva me contó que había descubierto un documento de la dictadura que hablaba de la persistencia y el arrojo, hasta la cárcel, de algunos jóvenes evangélicos, entre los que estaba el Sr. Grau. No hablaba desde las alturas de la teología especulativa, sino vivía lo que creía y pagaba el precio.

En el camino que el Sr. Grau compartió con nosotros, se apartó un poco para subir a un monte, miró al horizonte y desde allí nos retó a que dejásemos de arrastrar los pies mirando a la esterilizante inmediatez. Como Martín Lutero King en su último sermón, D. Josep Grau miró a lo lejos, nos cogió del hombro, nos invitó a renunciar a la mediocridad (“¡No hagamos de la estulticia virtud!”, nos dijo en el VI Congreso Evangélico) y nos levantó la cabeza para mostarnos la excelencia y la amplitud del Reino. D. Josep Grau miró a la promesa, la va veure de lluny, la va creure i la va saludar¹.

Gracias, Señor, por la luminosa inspiración que el Sr. Grau puso en nuestro camino. Él acaba de terminar la primera parte del trayecto, “las primeras cosas [tan sólo las primeras cosas] pasaron”²; acaba de llegar a la tierra prometida; se ha encontrado de nuevo con su esposa María y ahora ya será capaz de seguirle su ritmo trepidante. D. Josep Grau, mi admirado Sr. Grau, ya no mira más a lo lejos. Tiene ojos nuevos en un mundo nuevo.

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