Mi paisano arequipeño y premio Nóbel Mario Vargas Llosa publica en El País del domingo (30-6-2013) [2] un artículo brillante y apasionado sobre el líder sudafricano Nelson Mandela. Es un elogio que resume y aclara la trayectoria política de quien evitó que un cambio social de grandes dimensiones terminase en la carnicería de una guerra civil.
No se puede negar que pese a su proclamado agnosticismo y su sospecha respecto a todas las religiones, Vargas Llosa mantiene una profunda sensibilidad moral y una conciencia de la dimensión ética de la vida que aparece en sus escritos sobre los temas más diversos.
He de confesar que este artículo de Vargas Llosa me ha llevado a una reflexión inquietante y turbadora acerca del papel del cristianismo en la historia de Sudáfrica. Me ha hecho recordar momentos singulares en los que llegué a comprender algo de la hondura del drama que vivió esa nación, de las formas en que lo cristiano ha llegado a corromperse en la historia, pero también de la valentía nutrida por la fe con que algunos cristianos lucharon contra el abuso y la injusticia.
El
apartheid, es decir la segregación racial impuesta por los blancos a los negros, en vivienda, relaciones humanas, salud y educación dominaba la vida social, cultural y religiosa de Sudáfrica.
Comprendí algo de lo que fue el apartheid en un Congreso de Evangelización convocado por Billy Graham en Berlín, en 1966. Los organizadores tuvieron que enfrentarse a las quejas de los líderes evangélicos sudafricanos blancos que protestaban de que los hubiesen alojado en el mismo edificio con los evangélicos sudafricanos negros que habían asistido al evento.
En la sección sobre obstáculos a la evangelización tuve el honor de conocer a Michael Cassidy, un joven y brillante evangelista que se atrevió a decir desde la plataforma, en su breve ponencia, que en Sudáfrica el apartheid era un obstáculo a la evangelización. También
tuve que escuchar la defensa apasionada del apartheid de boca de evangélicos sudafricanos blancos, calvinistas celosos de la ortodoxia protestante, que intentaban explicar por qué el apartheid no contradecía la conciencia social cristiana. Ellos condenaban a Cassidy y lo acusaban de ser comunista.
En su artículo Vargas Llosa nos recuerda que el “progenitor intelectual” del apartheid fue Hendrik Verwoerd, un afrikáner, profesor de sociología en la Universidad de Stellenbosch. Los afrikáner eran la minoría blanca, descendientes de los calvinistas holandeses, alemanes y franceses que se habían establecido en territorio sudafricano desde 1652, fundando las colonias de Transvaal y Orange y que pasaron a vivir bajo el dominio británico en 1894.
Un calvinismo estricto era la religión oficial única de estos estados blancos hasta fines del siglo 19. Poseedores de una ética protestante de trabajo duro, ahorro y vida disciplinada los afrikáners habían creado una colonia rica y bien organizada, pero habían llegado también a la convicción de que su presencia en África y el régimen social inicuo que habían establecido eran de origen divino. La Unión Sudafricana, creada por los británicos en 1910, incluía también británicos, colonos procedentes de la India y por supuesto una mayoría (88%) de africanos nativos, pero siempre estuvo gobernada por aquella minoría boer de origen calvinista. [1]
A lo largo del siglo 20, el régimen de dominio férreo de los blancos se mantuvo a sangre y fuego, pese a que fue criticado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1952, siendo Sudáfrica expulsada de la ONU en 1974.
La oposición de la población negra fue canalizada por el Congreso Nacional Africano, uno de cuyos líderes fue precisamente Nelson Mandela a quien el gobierno condenó a cadena perpetua en 1964. Vargas Llosa nos recuerda que para Mandela en esa época “el régimen racista y totalitario sólo sería derrotado mediante acciones armadas, sabotajes y otras formas de violencia”.
Lo que describe nuestro premio Nobel con una prosa magistral es el cambio de mentalidad, esa especie de “conversión” que se operó en Mandela durante su estancia en la prisión:
“Debió de tomarle mucho tiempo – meses, años – convencerse de que toda esa concepción de la lucha contra la opresión y el racismo en África del Sur era errónea e ineficaz y que había que renunciar a la violencia y optar por métodos pacíficos, es decir, buscar una negociación con los dirigentes de la minoría blanca – un 12% del país que explotaba y discriminaba de manera inicua al 88% restante-, a la que había que persuadir de que permaneciera en el país porque la convivencia entre las dos comunidades era posible y necesaria cuando Sudáfrica fuera una democracia gobernada por la mayoría negra”.
La personalidad de Mandela es descrita por Vargas Llosa con lenguaje que recuerda las virtudes que admiramos en algunos héroes cristianos: “Maravilla pensar que Mandela perfectamente consciente de las vertiginosas dificultades que encontraría en el camino que se había trazado, lo emprendiera, y más todavía que perseverara en él sin sucumbir a la desmoralización un solo momento y veinte años más tarde consiguiera aquel sueño imposible…”
Hay que recordar, sin embargo, que Mandela no es cristiano ni se convirtió a la fe cristiana. Y nos hace bien, contra las tentaciones a la arrogancia que a veces nos asaltan, recordar que los cristianos no tenemos el monopolio de la virtud y el buen vivir ni de la lucha por la justicia en el mundo. Hemos de aprender a reconocer el bien allí donde éste se manifiesta y agradecer a Dios por eso que Calvino llamaba la “gracia común” por medio de la cual Dios hace que sea todavía posible la supervivencia de la raza humana en este planeta.
Sin embargo como cristianos también
hemos de recuperar la memoria histórica. Hacia 1979 conocí en un encuentro académico al misionólogo sudafricano David Bosch con quien compartí una habitación del centro en que estábamos reunidos en Ventnor, New Jersey, Estados Unidos.
En nuestras largas conversaciones
David me contaba el calvario que pasaban muchos académicos y dirigentes cristianos, africanos, ingleses o afrikáners, por su abierta crítica al apartheid. Recordamos al novelista Alan Patton con su magistral novela de protesta Tierra Mártir, y a líderes cristianos como Trevor Huddleston, Desmond Tutú, Beyers Naudé, Manas Buthelezi.
También a organizaciones como el Consejo Sudafricano de Iglesias y la Comisión Católica Sudafricana para la Justicia y la Paz. Con sus escritos, sus posturas críticas y sus proyectos audaces estos cristianos contribuyeron a crear la atmósfera social y espiritual que hizo posible el milagro de la transición pacífica: la liberación de Mandela en 1990, las elecciones multirraciales en abril de 1994 y la investidura de Mandela como primer presidente negro del país en mayo de ese mismo año.
La prosa de Vargas Llosa adquiere tonos épicos cuando nos dice que “Habría que ir a la Biblia, a aquellas historias ejemplares del catecismo que nos contaban de niños para tratar de entender el poder de convicción, la paciencia, la voluntad de acero y el heroísmo de que debió hacer gala Nelson Mandela todos aquellos años para ir convenciendo primero a sus propios compañeros de (la prisión) Robben Island, luego a sus correligionarios del Congreso Nacional Africano, y por último a los propios gobernantes y a la minoría blanca de que no era imposible que la razón reemplazara al miedo y al prejuicio, que una transición sin violencia era algo realizable…”
En resumen, Vargas Llosa refiriéndose a la salud de Mandela y el desenlace que ya se espera dice
“por una vez podremos estar seguros de que todos los elogios que lluevan sobre su tumba serán justos, pues el estadista sudafricano transformó la historia de su país de una manera que nadie creía concebible y demostró con su inteligencia, destreza, honestidad y valentía que en el campo de la política a veces los milagros son posibles”.
Hoy que la corrupción campea a sus anchas en la vida política española y que los evangélicos se preguntan cuál puede ser su papel dentro de la realidad socio-política actual, vale la pena detenerse a considerar hazañas políticas como las de Mandela o más cerca de nosotros Martin Luther King. Eso nos permitirá saber cómo empezar por lo menos obedeciendo mejor el consejo paulino: “Exhorto ante todo a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad.” ( 1 Tim 2: 1-2).
-----------------------
[1] Parte de la información sobre Sudáfrica que presento está tomada de dos libros: John Baur, 2000 años de cristianismo en África , Editorial Mundo Negro, Madrid 1996; y Todd M. Johnson and Kenneth Ross, Eds.
Atlas of Global Christianity , Edinburgh University Press, 2009.
[2] Este artículo fue publicado originalmente en Protestante Digital en junio de 2013.
Si quieres comentar o