Manifiesto sobre la realidad

Vida, campanas, sueños. Todo queda en manos del desastre que le recrea el día. La Tierra, la madre Tierra, a punto de apagar su luz por falta de una ilusión que la reviva. Alarma social. Hacer sufrir o esperar con paciencia a que la destruyan. Los delincuentes salen de excursión para agitar sus dedos. En la hora mala no habita la empatía. No hay perdón. No hay compasión. Leones y corderos han de convivir sobre el altar del sacrificio, así es, así florecen las vergüenzas camufladas con miel en las gargantas.

Los desinteresados en el poder se lo advirtieron tres veces y no hizo caso: "Con la felicidad no acaban los problemas, acaban los hombres. No matan las catástrofes, mata el ser humano", pero no les creyó.

Para reforzar su fe de incrédula debía proclamar que la esperanza rota es el fracaso, que mentir por compasión no es un delito. Lo supo.

Ante la proximidad del mal la vida se relame las heridas. El vil niega setenta veces siete lo evidente. Las noticias perversas suelen nublar los pensamientos. Nunca es pronto si la dicha es mala, dijo para sí, y la agonía le originó vértigos asombrosos.

Los inocentes poseen el don de salvaguardar ilusiones en el centro de todas las contiendas. Pensar, reflexionar, actuar. Vida, campanas, sueños. La calamidad interna, tan llamativa como la aurora boreal y tan dañina, se cura cuando se manifiesta el amor. Lo supo, lo supo cuando decidió abrir los ojos.