Cuando hablamos de una vida malograda, pensamos en lo que podría haber llegado a ser o hacer una persona, si su existencia no hubiera sido truncada por algo inesperado. Lo triste es que algunos se ve que van a acabar mal, desde su más temprana infancia. Este es el caso de Judee Sill, nacida de padres alcohólicos y abusada por su padrastro, que parece abocada al camino de la autodestrucción de la droga, el crimen y la cárcel.
Nacida en Oakland (California) en 1944, creció en el bar de su padre, donde los clientes jugaban ilegalmente y se escondían debajo de las mesas para evitar las peleas. Millford “Bun” Sill trabajaba antes para la industria del cine. Había sido cámara en los estudios de Paramount antes de dedicarse a importar animales exóticos para las películas, hasta que compró el bar donde ella empezó a tocar el piano desde que tenía tres años y a interesarse por la armonía”.
El ambiente del bar no podía ser más sórdido. “Vivía bajo un flíper” (una máquina del millón) –dice Judee en una entrevista–. Mis padres eran los dos alcohólicos, así que tenía mucho tiempo para mí”. Del piano pasa al ukelele, a los nueve años, y la guitarra a los catorce. “Quería ser una estrella de cine, algo emocionante”, decía.
Cuando su padre muere de neumonía en 1952, su madre, Oneta, se casa con otro bebedor, que había hecho animación para
Tom y Jerry. La ahora señora Muse, lleva a Judee y a su hermano Dennis a Los Ángeles. Luego dijo que su padrastro abusaba sexualmente de ella. Su madre entra en una espiral de droga y alcohol, que no abandona hasta su muerte en 1963. Judee va de un instituto a otro, atraída cada vez más por el lado oscuro de la vida.
LA ATRACCIÓN DEL LADO OSCURO
La experimentación con la droga va acompañada, para Sill, de su iniciación al crimen. Se casa a los diecisiete años con un hombre mayor, que resultó ser un gangster. El matrimonio fue anulado por su madre, pero juntos asaltan licorerías hasta que les arrestan intentando robar en una gasolinera. A él le mandan a la cárcel, pero a
ella, como tenía sólo dieciocho años, le mandan al reformatorio de Ventura. Allí se convierte en la organista de la capilla, donde descubre los himnos, que tanta influencia tienen en sus letras. Al salir en 1963, comienza a estudiar música en la universidad, mientras trabaja en un piano-bar, pero después de un viaje con dos amigas deja las clases.
Tras la muerte de su madre en 1965, conoce a un vendedor de LSD, que toca el bajo. Su marido había muerto en los rápidos del río Kern, bajo los efectos del “ácido” –como se llamaba entonces a esa droga que, aunque parezca increíble, era legal en Estados Unidos–.
Ella empieza a tomar el LSD, que le proporciona el traficante. Se va a vivir con él. Forma un trío de jazz con dos amigas, donde ahora toca el bajo, cuando conoce a un pianista llamado Bob Harris. Los dos
se hacen pronto heroinómanos y van a Las Vegas, donde ella miente sobre su edad, para poder tocar en los bares.
Al volver a California, necesitaba ciento cincuenta dólares al día, para la droga. “Todo lo que me importaba era poder meter la aguja en la vena”, decía. Así que empieza a falsificar cheques, cuando no roba tiendas en las esquinas del valle de San Fernando. Lo que le llevará a la cárcel. Cuando llama desesperada a su hermano Dennis, para intentar conseguir el dinero para la fianza –que ningún amigo quiere pagar– se entera que ha muerto de una infección de hígado.
Al salir de prisión, limpia de la droga, se puso a escribir canciones.
¿SALVADA POR LA MÚSICA?
Para entender la frustrada carrera de Judee Sill, hay que darse que cuenta que aunque grababa en la prestigiosa casa de discos independiente de Joni Mitchell, Asylum, mientras la cantautora cantaba en los circuitos de folk del Village de Nueva York, ella estaba en un reformatorio. Cuando Joni hacía gorgoritos sobre las mañanas de Chelsea, Judee se dedicaba al robo, la prostitución, o lo que hiciera falta, para pagar la droga. Parece que estuvo en un sanatorio para enfermos mentales e incluso hizo contrabando de droga por la frontera mexicana.
Tomaba heroína por gusto –decía a Rolling Stone en 1972–, para escapar del tormento y la miseria”. Llevaba enganchada tres años, “pero creía que podía mantener este tipo de hábito mucho tiempo”. Pensaba que era fácil dejarlo. Bastaba un poco de fuerza de voluntad. Era “yonqui”, pero logró cambiar “la oscura paz” de la heroína por “la blanca paz” del LSD, recuerda su abogado Bill Straw, que la conoció en 1969.
Sill fue el primer fichaje de David Geffen, para el nuevo sello Asylum, después de que su maravillosa canción “Lady-O” tuviera cierto éxito, interpretada por el grupo The Turtles. Ella estaba tan agradecida que puso en la contraportada de su primer álbum: “David Geffen, te quiero”. Parece que estaba enamorada de él, aunque los dos tuvieron relaciones homosexuales.
Asylum fue la compañía que dio a conocer el llamado “sonido del Cañón Laurel”, una zona de las colinas de Hollywood, donde vivieron una serie de cantautores a finales de los sesenta y principios de los setenta, que tenían una misma base acústica. El sello, pensado originalmente para Jackson Browne, logró atraer artistas como Bob Dylan, pero dio a conocer a músicos tan singulares Tom Waits y Joni Mitchell, haciendo mucho dinero con los Eagles. El primer disco sencillo de Judee Sill fue producido por Graham Nash y tiene el enigmático título de “Cristo hacía cruces”.
BÚSQUEDA ESPIRITUAL
Si uno busca en las canciones de Sill huellas de sus heridas de infancia y experiencias de prisión, se sorprenderá de encontrar que la mayor parte de sus letras tienen que ver con la espiritualidad y la fe. Cuando su madre y su hermano murieron, Judee empezó a sentir una necesidad religiosa. “Generalmente, son cosas espirituales la principal inspiración de mis canciones”, dijo al New Musical Express.
La mayor influencia es cristiana, pero también estudió las enseñanzas de los rosacruces, la teosofía, “el nuevo pensamiento”, la magia y el ocultismo, en general.
Su primer disco está lleno de referencias bíblicas. “Crayon Angels” habla de los falsos profetas, “Enchanted Sky Machines” de los últimos tiempos y “Ridge Runner” sobre la inspiración divina. Irónicamente, su canción favorita, “Jesús Was A Cross Maker”, menciona a Jesús por nombre, pero trata en realidad de su desengaño amoroso con J. D. Souther. Es por eso que se le presenta como un amante elusivo. “La escribí para reconciliar mi lujuria con el amor divino –dice–. Aunque Jesús realmente hacía cruces. Toda carpintería en su tiempo hacía armarios, féretros y cruces. Lo descubrí leyendo La Última Tentación de Cristo de Kazantzakis.”
“Mis canciones son a veces religiosas, pero detesto la táctica de los Locos por Jesús –Jesús Freaks, hippies convertidos al cristianismo, que empezaban a utilizar la música contemporánea para expresar su fe–. Son terribles. Te impiden el paso en la calle, intentando convertirte y te dan una patada en el culo por Jesús.” Las palabras de Judee expresan su distanciamiento de la Gente de Jesús (Jesús People).
Puesto que su interés por el cristianismo no fue una simple cuestión intelectual. Llegó a ser bautizada en la piscina del cantante evangélico Pat Boone.
FINAL TRÁGICO
Sill hace otro disco en 1973, “Heart Food” (Comida para el corazón). En él, Cristo sigue teniendo una constante presencia. Llama a Jesús “Soldado del Corazón” y “Vigilante”. Su canción The Donor incluye elementos litúrgicos como el Kyrie Eleison. The Pearl advierte sobre el abuso de las drogas. Y en la televisión inglesa, presenta The Kiss como una canción sobre la unión de los extremos que hay dentro de nosotros. “Amo a la gente que es honesta sobre su miseria y no trata de esconderla, cuando se siente incómoda y extraña”, dice a Rolling Stone.
Como su primer álbum, éste también recibió excelentes críticas. El Village Voice la llamó “una santa loca”. Tenía fama de ser una persona difícil. El productor de la actuación de la BBC –que se puede ver en YouTube–, comenta que parecía “una severa bibliotecaria”. Dijo que compraran sus discos, para no tener que seguir haciendo de telonera de grupos de rock. Al principio hizo giras con Crosby, Stills & Nash y Roy Harper, pero cada vez hacía menos conciertos. Geffen rompe con ella, al dar a conocer su homosexualidad, antes de que él la hiciera pública.
Tras una serie de accidentes de coche y una operación que no logró solucionar su problema de espalda, vuelve a la droga. Algunos cree que fue por su dificultad para conseguir calmantes, dado su anterior adicción. Lo cierto es que
Judee muere de una sobredosis en 1979, cuando tenía sólo 35 años. Estaba en su apartamento de la calle Morrison, al norte de Hollywood. La autopsia dice que sufrió “una grave intoxicación de cocaína y codeína”. Se supone que intentaba aplacar el dolor que tenía, pero al administrárselo ella misma, se considera un suicidio.
EL JESÚS DE SILL
Cuando sus cenizas son esparcidas en el Pacífico, ya nadie sabía de ella. La mayor parte de la gente que la conocía se enteró de su muerte un año después. Las pocas personas que la vieron en aquel tiempo, dicen que estaba obsesionada por el mundo espiritual y esotérico. Sus letras son misteriosas y difíciles de interpretar. “La menos entendida es My Man On Love –dijo ella–, ya que la gente no se da cuenta que es sobre Jesús, porque no digo su nombre en la canción”.
Si Judee encontró alguna vez “la verdad y el viaje / al otro lado”, diría que fue por Jesús, pero ¿quién es Él, para ella? Un vaquero místico, un bandido, rompecorazones, que le ama, pero se marcha, para luchar contra el mal en un mundo que ya no puede ser arrebatado. Ese es el lenguaje de sus canciones. No está en este mundo, no toca el suelo y sin embargo, ella quiere cabalgar con él, un día. Para Judee, la única verdad que sobrevive todo el vacío, es lo que su Hombre tiene que decir sobre el amor.
El cantante de The Turtles, que dio a conocer al mundo su primera canción, Mark Volman, vio poca evidencia de la naturaleza devota que revelan muchas de sus canciones: “Creo que Judee tenía un lado espiritual, pero su personalidad adictiva es como si lo barriera de tal modo, que sólo lo podía mostrar escribiendo”. Lo que me ha llevado a pensar en mis propias contradicciones.
YO Y MIS CONTRADICCIONES
Si Ortega decía que soy “yo y mis circunstancias”, un examen más profundo a nuestro interior nos hace preguntarnos quiénes somos, ante nuestras contradicciones. ¿Por qué el cristiano normal no parece muy santo, que digamos?, ¿no es cierto que incluso el más recto no es mejor que un vecino de gran moralidad? Algunos cristianos tenemos una vida caracterizada más por el fracaso que por el éxito espiritual. ¿Cuánto tiempo puede ser uno carnal? Y ¿cuánto pecado puede haber en nosotros, para ser realmente salvos?
Estas preguntas dejan perplejos a muchos creyentes sinceros, fascinan a los teólogos y dividen al cristianismo. Es como si la Escritura no respondiera a la pregunta que nos hacemos. Este año me estoy debatiendo con las dificultades de exponer la Primera Carta de Juan, que es notoria por la tensión que existe entre la realidad del pecado que hay en todo creyente y la contradicción que eso supone si uno ha “nacido de Dios” (1 Jn. 1:8; 3:9). Los perfeccionistas nos dicen que es posible vivir sin hacer conscientemente mal, mientras que otros racionalizan nuestra experiencia, hablando del “cristiano carnal” y “el espiritual”, como si fueran dos personas diferentes.
La Biblia da seguridad al temeroso, que desespera ante la realidad del mal que hay todavía en él, porque no hay poder que pueda separarnos del amor de Dios (Juan 10:28-29; Romanos 8:31-39), pero advierte al que continuamente rechaza la voluntad de Dios (Mateo 7:16-23; 1 Juan 3:6, 8, 10, 14). Sea cuál sea la posición en la que una persona se encuentra ante Dios (sólo Él la sabe), quien no tiene una buena relación con Dios, la necesita para poder vivir con Él eternamente.
Esa es la razón por la que no juzgo la profesión de fe de nadie, como tantos tienen por costumbre, sobre todo si la persona es famosa –que uno tiene la impresión de que la conoce, cuando ¿qué sabemos realmente de ella?–. No me corresponde a mí decidir quién es cristiano, o no. Lo que sé, es que sea cuál sea nuestra situación, sólo hay un remedio posible: volverse a Él en arrepentimiento y confiar en Cristo como nuestro único Salvador. Ya que ¡sin Él, no hay esperanza!
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