El pasado viernes mi esposa y yo trasnochamos pendientes de la final de “El número uno”, el tan exitoso talent show emitido por Antena 3. No sólo lo hicimos nosotros, sino que, un millón doscientas mil personas en España, estiraron la vigilia con el fin de conocer el esperado desenlace. De hecho, teníamos un grupo de whatsapp con varios amigos para ir comentando en petit comité lo que iba sucediendo en la reñida recta final.
Nosotros
teníamos un favorito: Raúl Gómez. Y, ¿cómo no iba a ser así? Si tiene un talento que le brota por los poros. Esto, sumado al hecho de que en sus primeras entrevistas dio a conocer que es un chico creyente, que forma parte de una iglesia cristiana, y, que participa en el grupo de alabanza. Ha sido gratamente satisfactorio ver cómo, ni él ni sus padres, han tenido ningún reparo en dar testimonio de su fe.
Me parece un asunto muy sorprendente frente a la condición de esta sociedad, ya que, es una actitud verdaderamente valiente con la que Raúl ha arremetido comentando su creencia en Dios y su participación activa en una iglesia.Actualmente en España, como en todo Europa, se está respirando cada vez con más fuerza una era postcristiana a todos los niveles, una condición no sólo laica, sino laicista, que se muestra agresiva contra todo aquel que esgrime cierta devoción por Dios.
Raúl, no sólo ha participado con un muy alto nivel artístico en este concurso televisivo; sino que además ha llevado con absoluta dignidad el estandarte de su fe, que desde pequeño conoce y sigue. Me ha gustado mucho, ente otras cosas, una respuesta que dieron sus padres frente a alguna entrevista de la presentadora, comentando con sencillez y aplomo que lo de ellos no se trata meramente de una religión, sino de una relación de cercanía con Dios.
El caso de Raúl me toca muchísimo a nivel personal, sobre todo porque en el año 1998 tuve la oportunidad de participar en el Festival de la OTI (Organización de televisoras iberoamericanas), el concurso de mayor renombre en mi país de origen, México. Y en aquella edición del popular evento, visto por casi cinco millones de personas, gané el premio a la canción favorita del público, con una canción que compuse junto con mi hermano (“Con lo que tengo puesto”), de la mano de mis amigos con quienes teníamos una banda (“Sin daños a terceros”), capitaneado por nuestra representante (Dulce Canseco, la mamá de la artista de fama internacional, Yuri), siendo dirigido por el arreglista Alejandro “el loco” Hernández, y estando brutalmente cobijado por músicos de la talla de Betuco, Jaco González, Nando y Pepe Hernández, así como por la fenomenal orquesta de la OTI.
Cuando participé en aquel festival, con veinticuatro años de edad, era pastor de una iglesia (“Antorchas, comunidad cristiana”), y hoy, después de quince años de aquella experiencia, me encuentro en la pantalla a un Raúl, que compite con gran excelencia, y, no puedo más que alegrarme por lo bien que lo ha hecho, y por lo orgullosos que puede hacernos sentir que un chico cristiano pueda alcanzar esos niveles artísticos y de difusión mediática.
Muchos se pueden preguntar qué sentido tiene que los creyentes participen en esas actividades de índole cultural y artística. Algunos pueden llegar a juzgar duramente que un cristiano se meta en esos “berenjenales”, argumentando que a esto no nos ha llamado Dios.
Sin embargo, por la experiencia que he vivido, y desde mi actual posición como pastor de jóvenes en España desde hace seis años, creo que es absolutamente beneficioso que la luz resplandezca en medio de las tinieblas; pienso que es necesario que la lámpara que está encendida no se esconda debajo de una mesa, que debemos responsabilizarnos como luz y sal de este mundo, que tenemos que salir de las cuatro paredes de nuestra iglesia y atrevernos a brillar en la música, en el diseño, en la publicidad, en la arquitectura, en la pintura, en el cómic, en toda manifestación artística y cultural, en la obra social, en la ayuda a los desvalidos, en los negocios, en la empresa, en la opinión pública, en la solidaridad con el prójimo, en cualquier esfera social en la que el Reino de Dios pueda ser expandido, en cualquier rincón privado o plataforma pública donde Cristo pueda ser proclamado con nuestro ejemplo y nuestra voz.
¡Olé por Raúl! Como dice el Cantar de los cantares: “El tiempo de la canción ha venido, y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola”.
(Mt 5:13-16, Cnt 2:12)
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