La noticia de lapropuesta de imputación de la infanta Cristina ha provocado todo unrevuelo que se suma a la serie de sucesos en los que se ha visto involucrado elrey, que han llevado a un continuado descenso de la aceptación de la monarquía por la población general.
Desde que el juez Castro decidiese la imputación de la infanta se ha producido una sucesión de reacciones que no han mejorado la imagen de la monarquía. Es comprensible que la familia real, como cualquier familia, reaccionase casi airadamente ante la posibilidad de ver a su hija en el banquillo, pero como estrategia esa reacción fue un error, porque alimentó la sospecha de que se estaba presionando al juez para que la familia real siga siendo intocable.
Ahora, con la suspensión de la imputación, la institución monárquica pierde también: para esta imputar a Cristina era un peligro, pero no hacerlo puede ser peor, porque se fomenta la idea de que tenía mucho que ocultar y se le está protegiendo.
Es inevitable preguntarse, como Llamazares: ¿Somos realmente iguales ante la ley? ¿se molestaría el fiscal en impugnar la citación de cualquiera de nosotros para ir a declarar? Pocos recuerdan, por cierto, que según la constitución vigente el rey no puede ser imputado jamás, una discriminación difícilmente justificable.
Para ayudar a la monarquía, lo mejor que podría hacer la infanta es presentarse voluntariamente a declarar; correría riesgos, pero la institución ganaría en imagen. Tapar las cosas puede funcionar en el corto plazo, pero es desastroso a largo plazo.
Los historiadores que asesoran a la familia real deberían recordarles el informe Picasso y las consecuencias que tuvo intentar hacerlo desaparecer.
Vamos a ver:
En 1921 se produjo en Marruecos el desastre de Anual, en el que las tropas españolas fueron masacradas por los rifeños. La guerra colonial iniciada obedecía a intereses espurios que al parecer alcanzaban al propio abuelo del rey, Alfonso XIII; el ataque suicida del general Silvestre fue jaleado con un telegrama del monarca que decía: “Olé tus co…nes”.
Después del desastre, se le encargó un informe a un general con fama de honesto y valiente, el general Picasso. Pronto intentaron convencerle de que ocultase la involucración de las altas instancias, pero se negó y siguió hasta el final. Sus conclusiones trascendieron a la opinión pública y generaron un sentimiento de ira contra los dirigentes y contra la propia monarquía. El general Primo de Rivera dio entonces un golpe de estado y estableció una dictadura con el apoyo del monarca, haciendo desaparecer el informe.
Pero Sagasta guardó una copia del informe, que salió a la luz en la República y el rey fue condenado
en ausencia.
Muchos creen que las maniobras para acallar el expediente Picasso provocaron una reacción contraria que favoreció la caída de la monarquía y la llegada de la II República.
Es interesante señalar que el general Picasso era tío del pintor y, más destacable, diversas fuentes indican que era protestante, aunque no lo hemos podido confirmar. En momentos cruciales de la historia, se necesitan personas honestas y valientes que no claudiquen en la defensa de la verdad, aunque se vean muchas veces solos y presionados y muchos quieran tapar su labor.
Por su parte,
los asesores de la familia real deberían tomar nota del informe Picasso y convencerse de que merece la pena dar la cara, y no fomentar la impresión de que la familia se acoge a privilegios.
Al final, “nada hay nada encubierto, que no haya de ser manifestado” (Mt 10.26).
Si quieres comentar o