Señor, Tú que supiste estar entre pecadores y mendigos, líbrame de quienes ahora, en mi propio Tiempo, discriminan por razón de tez, acento, sexo, bolsillo u opción religiosa. Y porque Tú supiste enseñarlo en una praxis alejada de heterodoxas pantomimas, haz que muchos más se aproximen a tu ejemplo y no a la perorata, no a la grandielocuente hipocresía; no al decir sin hacer, sin sentir la providencia.
Porque aquí, en confianza Jesusito,
también te pido que me libres de estos últimos, pues mi temor se agranda ante sus máscaras impolutas, ante sus meas culpas por los otros, pero no por sus tenaces imposturas: la discriminación racial no existe cuando el Otro trae millones o prestigio; el negro artista o deportista; el chino millonario comprando nuestra deuda…
Líbrame de seguir contemplando esta aporofobia, Señor, pues Tú estás con los pobres siempre, con los desclasados, excluidos o segregados (sean esquimales o yanomanis). Líbrame de seguir oyendo tópicos sobre el Otro, y haz que la gente viaje mucho más, que salgan de sus pueblos o ciudades, porque así sabrán reconocerse como foráneos nada más cruzar su vallado provincial.
Señor, desde el asombro y la inocencia,
te pido que sigas manteniendo firmes y cálidos mis abrazos con los de abajo, con los que llegan, con los que parten, con los que sufren y con los que gozan de la querencia de los suyos. Haz que sea el primero en estar con ellos cuando la derrota; haz que toda muestra de no discriminación cierta sea asunto primordial de mi corazón; haz que hasta la hermosamente inútil en los días y en los meses de mi vida; fructifique lejos del estercolero enchapado de oropeles.
Creo que no es un antojo, Jesusito, creer nos inmola por el desprecio de quienes muestran tanta prisa por poseer numerosos bienes, por escalar en el entramado social, por ser precoces en el desprecio y la relegación del diferente sin recursos.
Líbrame, Señor, de mí mismo, y haz que ate mi ego y relegue tantas vanidades que asedian por doquier, tantas tentaciones insulsas que no colman de felicidad, que no llenan la vida porque subsisten apenas lo que dura el empalago. Y dame el Amor que necesito a cada instante; dame el eco no abolido de esa sangre que clama por los demás; concédeme siquiera otra porción de ternura para que yo la transfiera de inmediato a quien más la necesite.
Líbrame del fanático y, también, del que no mata ni una mosca si no es para su beneficio. Aquí estoy, Amado galileo, pidiéndote, sí, porque soy un pordiosero que pone la mano sin vergüenza con la finalidad de sellar el pacto de projimidad. No te pido bolsillos llenos, sino derogación de edictos policiales que alientan la caza y captura del diferente sin recursos.
Líbrame, Señor, de aparentar compasión. Líbrame de tener sentimientos leves respecto al necesitado, sea de aquí o de allí, mongol o quechua. Líbrame de hacer desaires al que perdió la estima por haberse sentido discriminado por raza, sexo, religión, condición económica… Líbrame de ocupaciones que engullen horas o minutos que permiten sonreír y ayudar a quienes en la otra verja suelen tener en vilo.
Voluntad tengo, Señor
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