Acaba de morir en Polonia la gran poetisa Wislawa Szymborska. Tenía 85 años. Su óbito ha coincidido con la entrega del “Premio Unamuno amigo de los protestantes” en y para la Universidad de La Palmas de Gran Canaria.
Por esas casualidades de la vida, en la sección de cartas al Director del
El País, aparecía el lunes 6 de febrero de este año 2012 una hermosa y emotiva epistola-recordatorio en memoria de la poetisa de Polonia escrita por uno de los nietos del gran amigo de los protestantes Miguel de Unamuno y Jugo, aquel eximio pensador, en cuya biografía hay un tramo de fuerte y dolorosa unión con el archipiélago de las Islas Afortunadas y que da nombre al galardón creado por los evangélicos españoles y que se puso a aprender danés para poder leer en su lengua original al pastor protestante Søren Kierkegaard, como hace una año recordé yo mismo en mi discurso de agradecimiento al recibir el citado premio en su V edición, que a finales de enero de 2011 me fue generosamente entregado en el Paraninfo de la Universidad Complutense.
Dada la doble o triple coincidencia de actualidad necrológico-celebratoria, voy a referirme a lo que (en el prólogo a la traducción de los magníficos comentarios de Antonio del Corro, del año 1574, sobre Eclesiastés-Qohélet, publicada por la editorial MAD-Eduforma, y presentada momentos antes de serme entregado el premio unamuniano) escribí con relación a la poetisa ahora fallecida y que tan vinculada estuvo con la Biblia.
Hay en Eclesiastés-Qohélet una perfecta descripción de la vejez, hecha de referencias tan insuperablemente bellas como terriblemente tristes. El resultado es un sentido de dolor por la fugacidad de la juventud, de ternura por la vejez que va perdiendo el uso de los sentidos, llenándose de temores, quedándose sin referencias, inquietándose porque la lámpara, la fuente, el pozo se apague, se ciegue, se seque, y venga el polvo.
Hace quince años -escribía yo en el citado prólogo-, la multipremiada y excelente poetisa polaca Wislawa Szymborska (nacida en Cracovia en 1923), en su discurso de aceptación del Premio Nobel de 1996 dijo que estimaba altamente estas dos pequeñas palabras: "no sé''.
Pequeñas, pero dotadas de alas para el vuelo. Nos agrandan la vida hasta una dimensión que no cabe en nosotros mismos y hasta el tamaño en el que está suspendida nuestra Tierra diminuta.
Si su compatriota María Sklodowska-Curie no se hubiera dicho "no sé'' –continuaba expresando la recipiendiaria del galardón-, probablemente se habría quedado como maestra de química en un colegio para señoritas de buena familia y en este trabajo, por otra parte muy decente, se le hubiera ido la vida. Pero siguió repitiéndose "no sé'' y justo estas palabras la trajeron dos veces a Estocolmo, donde se otorgan los premios Nobel a personas de espíritu inquieto y en búsqueda constante.
También el poeta –continuaba expresando en su discurso Wislawa Szymborska-, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente "no sé''. Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y en ningún caso satisfactoria.
Y en el siguiente paso de su magistral pieza de originalidad y sinceridad oratoria decía así la premiada derivando en atrevida conversación fantástica con el Predicador (Qohélet o Eclesiastés), el grande, el inmenso poeta:
A veces fantaseo con situaciones inverosímiles. Me imagino, por ejemplo, en mi osadía, que tengo la oportunidad de platicar con Eclesiastés, autor de un lamento estremecedor sobre la vanidad de todas las empresas humanas. Me habría inclinado muy hondamente ante él, ya que es -por lo menos para mí- uno de los poetas más importantes.
Pero luego lo habría cogido de la mano: "Nada hay nuevo bajo el sol'', has escrito, Eclesiastés. Sin embargo, tú mismo has nacido nuevo bajo el sol. Y el poema que has creado también es nuevo bajo el sol, ya que antes de ti nadie lo había escrito. Y nuevos bajo el sol son tus lectores, puesto que los que vivieron antes que tú no te podían leer. Y el ciprés, en cuya sombra te sentaste, no crece aquí desde el principio del mundo. Le dio origen otro ciprés, semejante al tuyo, pero no en todo igual.
Y además te quisiera preguntar, Eclesiastés, ¿qué desearías escribir, ahora, de nuevo bajo el sol? ¿Algo con qué completar tus ideas, o tal vez tienes la tentación de negar algunas de ellas? En tu poema anterior concebiste también la alegría, y ¿qué hay del hecho de que resulte ser tan pasajera? ¿Tal vez sobre ella va a tratar tu nuevo poema bajo el sol? ¿Tienes ya algunos apuntes o primeros esbozos? Pues no dirás "ya he escrito todo, no tengo nada que añadir''. Esto no lo puede decir ningún poeta, y mucho menos uno tan grande como tú.
Es un poco larga la cita, si bien valía la pena.
En las “anotaciones” al versículo 13, que es conclusión y peroración de todo el discurso salomónico, Antonio del Corro alude a un texto del poeta satírico Juvenal como apoyo para que las palabras de los sabios sean nuestra guía en la conformación de la vida.
Pero, casi nada más comenzar su prólogo al lector, ya habla Corro de poetas y poemas. Nombra a Jan van Campen(1490-1538), biblista que, como él, había escrito también un comentario a la Epístola a los Romanos. Dice quea éste lo siguió prácticamente palabra por palabra Eobano de Hesse, poeta alemán. Añade a continuación que últimamente “el inglés Thomas Dranta ha seguido en su poema mis clases en los capítulos primeros; en cambio, en los siguientes siguió a otros intérpretes porque consideraba incómodo esperarme a mi que avanzaba lentamente en mis clases.” Corro se está refiriendo a Thomas Dranta, cuya obra
In Salomonis regis et præconis illustris Ecclesiasten, seu de vanitate mundi, concionem sapientissimam, et celeberrimam, paraphrasis poetica, acababa de publicarse en Londres en 1572, o sea, dos años antes de escribir Corro la “Epistola ad Lectores.”
Si de entrada nos ofrece Corro unos dísticos de su propia cosecha, a lo largo de su comentario al discurso salomónico va entreverando alusiones y citas de versos de varios poetas griegos y latinos. Para poner el colofón a su obra, cerrará su libro con dos breves pero logrados poemas, y justo delante de la palabra FINIS, con la que siguiendo la costumbre de la época ponía el punto final a su trabajo, lo mismo que hasta hace no tanto seguirá siendo lo usual al final de una obra cinematográfica. Otro tanto hará, si bien con un soneto de otro autor en castellano, en el cierre de sus
Reglas gramaticales, obra que publicará en 1586.
Al concluir su obra sobre el
Eclesiastés, nos brinda Corro catorce hexámetros muy bien construidos, con los que como autor del libro se dirige Salomón al lector. A ese ramillete de buenos versos preceden tres estrofas sáfico-adónicas de lograda ejecución melódica y ritmo métrico que son una magnífica síntesis argumental de la obra del hijo de David comentada por Corro.
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