Dos ejemplos de la Historia Europea
DE LA INTOLERANCIA RELIGIOSA A LA INTOLERANCIA RACIAL. ELIMINACIÓN DEL ESTATUS DE HUMANO: DOS EJEMPLOS EN LA HISTORIA EUROPEA Jornadas Interuniversitarias “Memoria, Destrucción y Resistencia en Europa frente al Nazismo: 1933-1945 (*) Evangelina Sierra Bernardino Historiadora INTRODUCCIÓN Nuestra construcción Europea actual está asentada sobre importantes valores de tolerancia y de convivencia conquistados durante siglos; estos valores, sin embargo, no han sido siempre los imperantes y, sobre todo y como veremos, son valores efímeros, inestables, que en momentos de crisis o de peligro –real o imaginario– para la unidad requerida, desaparecen eliminados en aras de seguridad y pervivencia del grupo (llámese cristiandad occidental, patria-nación nazi, triunfo de la dictadura del proletariado comunista, etc.). Sabemos que estamos de nuevo ante una gran y profunda crisis en Europa occidental; ¿es posible que estemos hoy ante alguna amenaza a los valores y logros de tolerancia y respeto adquiridos? ¿Existe algún elemento más o menos sutil en el ambiente que pueda indicar que podamos estar en el camino de perder logros de libertad, derechos de minorías, dignidad de algún grupo humano, etc.?
Quizá sea complicado tratar de vislumbrar algo de este hipotético peligro estando inmersos en el proceso de crisis, podría faltarnos perspectiva. Sin embargo, la historia nos ofrece ejemplos a partir de los cuales podemos aprender a detectar los movimientos sociales, políticos e ideológicos que podrían estar marcando una posible radicalización y un riesgo a las libertades y logros obtenidos. Veamos algunos de esos ejemplos históricos.
EUROPA: EXCLUSIÓN MEDIEVAL Y MODERNA POR MOTIVOS RELIGIOSOS La exclusión de unos grupos humanos por parte de otros grupos humanos comienza siempre con la estigmatización a nivel de pensamiento, a nivel de las ideas –por ejemplo, la estigmatización de los judíos en Europa– seguida de la instalación en el imaginario colectivo de un prejuicio sobre dicho grupo humano. La situación de prejuicio previo no afecta excesivamente a la convivencia inicial mientras no se produce un detonante, algo considerado una amenaza; pero cuando esa “amenaza” aparece (sea, por supuesto, amenaza real o imaginaria), el prejuicio se activa y puede producirse la violencia física contra aquellos a quienes previamente se había estigmatizado en el imaginario colectivo, y puede llegarse a situaciones de violencia genocida, es decir, a una violencia que pretende la eliminación sistemática de los miembros de ese grupo humano porque se consideran contaminantes, perniciosos y un peligro para la supervivencia propia.
La violencia física contra ellos siempre va precedida de una degradación en su imagen como seres humanos y de sus “intenciones” últimas frente al grupo que los estigmatiza. Veamos algunos ejemplos en la historia de Europa:
La formación de un prejuicio de tipo religioso: el “judío” y el “hereje” medieval y moderno
Según afirmó el historiador Pinjas Bibelnik en sus clases magistrales impartidas en Yad Vashem durante el verano de 2010, la argumentación teológica medieval que provee de una imagen negativa del judío y que se generaliza en el mundo cristiano occidental procede del pensamiento de Agustín de Hipona, en el siglo IV.
Para este autor, no es casual el contexto en el que Agustín (354-430 D.C.) vive y en el que se producen varios eventos muy importantes y de gran conmoción: se divide el imperio romano en oriente y occidente. Luego se produce la invasión de los pueblos bárbaros; además, Roma es devastada por los visigodos… El mundo cristiano pasa por procesos muy traumáticos en los que la sensación de peligro es muy real.
Agustín se plantea una pregunta teológica respecto a los judíos: ¿Cuál es el papel de los judíos en la historia después de la venida de Jesús? Y concluye que los judíos son deicidas ad aeternum, por lo que su presencia en el mundo se relaciona con lo que expone la cita de Salmos 59:11 “No los mates, para que mi pueblo no se olvide, hazles andar errantes por tu poder…”. En consecuencia, para Agustín de Hipona está prohibido matar judíos y también está prohibida la conversión forzosa,toda vez que su presencia en el mundo sirve para recordar eternamente su gran pecado, el asesinato del Mesías.
Entre el siglo I y el siglo XII D.C. el mundo occidental se va cristianizando y las relaciones entre cristianos y judíos eran de amistad o indiferencia –pero con este concepto agustiniano en el imaginario colectivo– que permite la convivencia tolerada; la gran masa tenía relaciones con los judíos, los judíos desempeñaban las mismas profesiones que los demás: eran agricultores, artesanos, pequeños comerciantes… se vestían igual que el resto de la población hasta el siglo XII. El cambio se produjo a partir de la primera cruzada.
En noviembre de 1095, el papa Urbano II llamó a liberar la Tierra Santa que estaba hasta ese momento en manos musulmanas; todo el que participase en la lucha contra el Islam podía obtener la salvación de su alma y se le otorgaban también tierras. En ese momento, en la mentalidad colectiva de todo el occidente cristiano se consideraba que se estaba frente a una amenaza al cristianismo –en guerra contra el infiel– y se activó la exclusión por la fuerza física. En la primavera de 1096 se originó la primera cruzada cristiana, con dos composiciones diferenciadas: A.- La cruzada popular o de los campesinos B.- La cruzada de los nobles
En su comienzo son movimientos paralelos. En el norte de Francia en 1096 y de forma muy espontánea se formaron grupos de pequeños artesanos, comerciantes, etc., hombres y pequeños grupos de mujeres y se organizaron grupos armados a cuyo frente lideraban monjes de baja clerecía (que no sabían leer ni escribir) y comenzaron el camino rumbo a Tierra Santa atravesando Europa; se reunieron gentes del norte de Francia y se dirigieron hacia el norte de Alemania; según los cronistas, entre junio y octubre de 1096, cuando llegaron al Rhin, y antes de llegar a Tierra Santa y luchar contra los sarracenos, se radicalizaron contra los que consideraban los auténticos asesinos de Jesús, tratando de purificar las tierras cristianas, y decenas de comunidades judías fueron atacadas en esa zona (quema de sinagogas con las comunidades judías dentro, etc.). En muchos lugares, los obispos protegieron a los judíos por una cuestión teológica (según decía Agustín de Hipona no se les podía matar). Es en este momento cuando se produce a nivel del ideario colectivo del pueblo cristiano occidental la alternativa de “bautismo o muerte” aunque la jerarquía de la Iglesia Católica se oponía en ese momento a ello teológicamente. La cruzada popular no llegó a Israel porque fue paralizada en Hungría por la cruzada de los nobles.
El 15 julio de 1099 Jerusalén fue conquistada. El imperio cristiano de Jerusalén duraría 2 siglos. A partir de ese momento la estigmatización ideológica hacia los judíos dio paso a la exclusión legal y sistemática; comenzaron las paulatinas restricciones a determinados trabajos (para poder ejercerlos, se debía pertenecer a un gremio y para ello había que ser cristiano), se les relegó a posiciones marginales de la comunidad y profesiones también marginales, aumentando el desconocimiento del grupo y, con ello, los estereotipos excluyentes y el miedo colectivo hacia el mismo; finalmente comenzaron con el proceso de expulsiones de las comunidades judías por toda Europa, de las que el Edicto de Granada de 31 de marzo de 1492 es una muestra dramática pero inmersa en un contexto europeo excluyente. Por cierto, este Edicto deja implícita la posibilidad de la conversión para evitar la expulsión, opción a la que, como es sabido, numerosos judíos se acogieron para evitar el exilio forzoso.
El pensamiento cristiano redescubrió en ese momento la lógica griega y se desarrollaron en su teología cada vez más silogismos. Uno de ellos es de tremenda importancia, ya que sería de aplicación a todo tipo de “amenazas” a la ortodoxia católica a partir del momento de su formulación: - El cristianismo es la única fe verdadera. - El hombre es un ser racional - CONSECUENCIA: todos los seres humanos tienen que ser cristianos
Si no lo son sólo caben 2 posibilidades: a) O que no tengan raciocinio b) O que no se trate de humanos. Entonces pueden tener apariencia humana pero no pueden serlo, por tanto serían seres satánicos.
A partir de este momento aparece en la iconografía medieval este concepto, ya que se les pintaba con apariencia humana pero con rabo y cuernos, oliendo a azufre, o en actitudes muy obscenas con cerdos (es importante destacar que gran parte de esta iconografía medieval sería después utilizada durante el siglo XX).
A partir de 1147 se les comienza a acusar de “crimen ritual”; se extendió la creencia popular de que los judíos necesitaban en víspera de pascua judía conseguir sangre de un niño cristiano para hacer con ella vino o mazot de pesaj. Entre los siglos XII al XX se documentan más de 150 acusaciones de este tipo; cada vez que desaparecía un niño en algún lugar, se extendía el rumor de que habían sido los judíos y se agitaban las masas contra los más próximos. La jerarquía eclesiástica en el s. XIII estaba en total desacuerdo con esta interpretación e incluso una bula papal afirmaba que no se podía acusar a judíos de eso porque los judíos tenían prohibido comer sangre. Esta acusación que hoy puede parecernos excéntrica era muy extendida, tanto que en 1946, tras la guerra, en Polonia un niño de 10 años desapareció y 42 judíos –de los que habían sobrevivido a la shoah– fueron defenestrados acusados de crimen ritual; días después apareció el niño que se había escapado.
Otras acusaciones que se extendieron entre la población europea tenían que ver con la transubstanciación; en 1215 Inocencio III consagró definitivamente la transubstanciación en dogma católico; en 1246 en Berlizt, cerca de Berlín, por primera vez en la historia se acusó a judíos de robar una forma consagrada y clavarle un cuchillo o freírla en aceite para que el cuerpo de Cristo sufriera. Este mismo tema de la profanación de la forma consagrada llevó a la expulsión de judíos en Bruselas. En nuestro país también se difundió y como ejemplo podemos citar la iglesia Corpus Christi de Segovia, que era antes la sinagoga, donde un fresco reproduce una hostia consagrada con halo que demuestra el milagro de una hostia victoriosa frente a un intento de profanación.
Ya en 1215 se decreta que debían vestir de forma diferente y claramente distintiva de judío para que no hubiera mezcla. Debían usar un círculo en espalda o pecho, rojo o amarillo. En 200 años la imagen del judío pasó de ser la de un hombre, aunque deicida, a ser un monstruo con apariencia humana; la degradación del grupo humano era ya completa.
Pero, como dijimos previamente, es la misma aplicación argumental excluyente que se realizó sobre otros grupos humanos, como, por ejemplo, con los cátaros, Durante los siglos XII y XIII, se produjeron nuevos exterminios en masa. La Iglesia Católica, justificándose en la necesidad de preservar la ortodoxia oficial, decretó las cruzadas contra los cátaros del sur de Francia. Uno de los episodios más emblemáticos es el asedio y toma de la ciudadela cátara de Montségur (1244) por las tropas de Carcasona y del arzobispo de Narbona, culminado con la masacre y la muerte en la hoguera de los líderes cátaros y sus seguidores. La pureza, la ortodoxia excluyente se instalaban en la mentalidad colectiva de Europa occidental ante cualquier grupo humano que pudiera atentar –en su opinión– contra la unidad religiosa.
En ese mismo contexto también se procedió contra el protestantismo en lugares como España –dos autos de fe, Valladolid y Sevilla en 1558 y 1588– y acababan con la herejía protestante, entendida así a través de las conclusiones del Concilio de Trento, que, como sabemos, se había reunido para dar respuesta a la ruptura del mundo cristiano que se había producido a partir de Lutero y sus 95 tesis. La dogmática de Trento concluyó que el protestantismo era una herejía dogmatizante –la peor herejía posible– y que quien daba cabida a este tipo de herejía cometía el peor de los pecados: el pecado contra el Espíritu Santo, al apartarse de la única iglesia verdadera; este pecado –siempre según conclusiones de Trento– no podía perdonarse jamás, de donde se deducía que quien cometía esta herejía y persistía en ella debía morir, no tenía derechos, “porque la verdad no puede coexistir con la negación de la misma”. En un alarde de limpieza excluyente del reino de España, en abril de 1609 se decretó la expulsión de los moriscos de España, episodio especialmente lacerante ya que los moriscos habían realizado la conversión sin mantener sus costumbres islámicas (a diferencia de los judíos) y habían realizado la asimilación cultural mucho más intensamente, sin embargo, por miedo a que se convirtieran en elementos de ruptura de la unidad religiosa y política, se procedió a su expulsión.
En este contexto (siglo XVI) en el que la Iglesia Católica se sentía en peligro, amenazada por la ruptura interna y por el imperio turco de forma externa, la estigmatización y exclusión a un grupo humano de forma intolerante volvía a repetirse y se produjeron episodios parecidos a los mencionados respecto a las matanzas de judíos. Por ejemplo, se produjo en Francia un episodio emblemático contra “herejes” protestantes; es el conocido como la Matanza de San Bartolomé, el asesinato en masa de hugonotes (calvinistas franceses) por parte del pueblo francés desbocado.
Los hechos comenzaron el 24 de agosto de 1572 en París e iban dirigidos a los nobles protestantes reunidos en París para la boda de Enrique de Navarra y Margarita de Valois; pero una vez conocido por el pueblo el asesinato de los nobles y temiendo represalias por parte de los protestantes –que nunca se dieron–, se extendió la masacre durante los meses siguientes por toda Francia. Se estima que en aquella ocasión murieron asesinados unos 10.000 protestantes; según la especialista Janine Garrison, se puede calificar de “crimen ritual”, ya que la participación del pueblo francés para asesinar a sus vecinos obedece a la búsqueda de la eliminación de cualquier elemento impuro, que contamina el reino y amenaza con la ira divina. En palabras de la conocida antropóloga Mary Douglas: Una persona contaminadora siempre está equivocada. Ha desarrollado alguna condición errónea o atravesado sencillamente alguna línea que no se debe cruzar y ese desplazamiento desencadena el peligro para alguien (…). El poder que representa peligro para los seres humanos descuidados es a todas luces un poder inherente a la estructura de las ideas, un poder mediante el cual se espera que la estructura se proteja a sí misma[1].
EUROPA 1933-1945. EXCLUSIÓN POR MOTIVOS RACIALES: ELIMINACIÓN DEL ESTATUS DE HUMANO @MULT#DER#48471@En los escritos del siglo XIX en Alemania –país que había mantenido el concepto agustiniano del judío y su misión en la tierra a través de Lutero– se comienza a percibir una mutación en el argumento: de la estigmatización por razones religiosas se pasa a argumentar progresivamente sobre el carácter moral envilecido de los judíos. En opinión de Fries, por ejemplo, los judíos eran un grupo de seres “asociales” básicamente inmorales, empeñados en socavar el orden de la sociedad y arrebatar a los alemanes el dominio de su país. No los concebía como un grupo religioso (aunque reconocía esa dimensión de su identidad) sino como una Nación y una asociación política[2]. Se difundía más la idea de los judíos como “nación” o grupo político corporativo, una raza (concepto que iría acrecentándose a lo largo del siglo).
Se llegó a ver que todo lo que estaba mal en la sociedad, desde la organización social a los movimientos políticos y los problemas económicos, estaba vinculado a los judíos. Llegó a prevalecer una identificación de los judíos con las disfunciones sociales. En este contexto ideológico no choca, por tanto, que se produjera una fuerte polémica por la concesión de derechos y la emancipación progresiva que se iba concediendo a los judíos a lo largo del siglo XIX (y que se iniciara en Francia); se abrió un debate en el que participó la sociedad entera sobre lo acertado de conceder a los judíos derechos civiles.
La primera ley de emancipación de los judíos alemana data de 1807; la extensión de la igualdad civil absoluta a todos los judíos alemanes se produjo entre 1869 y 1871, en un contexto de debate enardecido y de fuertes luchas políticas para conferir legalmentea los judíos la condición de súbditos o ciudadanos alemanes.
A finales de siglo XIX el concepto racista que hasta ese momento había permanecido más o menos en el ámbito cultural y de las ideas, empezó a convertirse en fuerza política organizada (a partir de 1870) y se intensificó en relación a las campañas contra la emancipación y los derechos reconocidos a los judíos. El antisemitismo alemán en el último tramo del siglo XIX se aglutinó, entonces, en torno a un nuevo concepto dominante: el de la raza. La raza, una cualidad inmutable, dictaminaba que un judío jamás podría llegar a ser alemán, por lo que era inútil concederle derechos, los derechos nunca le harían alemán porque esto era una cuestión de raza. Los alemanes concluyeron que la conversión de los judíos tampoco podía mutar a un judío en un alemán, la asimilación por la vía de conversión al cristianismo empezó a ser interpretada como una maniobra judía engañosa, una farsa y llegó a ser inaplicable. Por extensión, para preservar la pureza de la sangre también se estigmatizaron a otras “razas”: eslavos, gitanos, negros o los elementos “envenenados” por el judaísmo (en su opinión), como era el comunismo.
Es importante destacar que fue durante la República de De Weimar (1919 tras la derrota militar) cuando el concepto racial alemán se fue infiltrado prácticamente en todas las instituciones y los grupos importantes de Alemania: escuelas, universidades, ejército, burocracia, judicatura, asociaciones profesionales, iglesias y partidos políticos.
Con estos antecedentes en el imaginario colectivo alemán no es extraño que Hitler y su discurso antisemita fuera aceptado mayoritariamente. Hitler no inventó nada y no dijo nada que no sonara familiar.
Desde sus comienzos, el partido nazi estaba empeñado en la destrucción de la democracia de Weimar, en una revisión del tratado de Versalles, en el antibolchevismo, en el militarismo y de una manera especial e implacable, en el antisemitismo y, por extensión, en la exclusión de otras razas inferiores. A los judíos se les consideraba la causa esencial de todas las demás aflicciones de Alemania. Los 25 puntos que contenía el programa del partido, promulgado en febrero de 1920 (y que no sufrió nunca la menor alteración), incluía la petición de que se les excluyera como miembros de la sociedad y de las instituciones alemanas
Hitler aprovechó los 9 meses de prisión (por golpe de estado contra la República de Weimar) para escribir su famoso libro: Mein Kampf. En él puede apreciarse este compendio de ideas, de las que destacamos, sobre todo, su obsesivo desprecio por las “razas inferiores”, así como su profundo rechazo a la democracia occidental y sus valores. Dicerefiriéndose a su estancia en Viena:“repugnante me era el conglomerado de razas reunidas en la capital de la monarquía austríaca; repugnante esa promiscuidad de checos, polacos, húngaros, rutenos, servios, croatas, etc. y en medio de todos ellos, a manera de eterno bacilo disociador de la humanidad, el judío, y siempre el judío”[3].
Y desacredita la democracia occidental: “Mientras el judío parece desbordarse en el ansia de “luces” de “progreso” de “libertades”, de “humanidad”, etc., practica íntimamente un estricto exclusivismo de su raza. Si bien es cierto que a menudo fomenta el matrimonio de judías con cristianos influyentes, en cambio, sabe mantener pura su descendencia masculina. Envenena la sangre de otros, en tanto que conserva incontaminada la suya propia. Rara vez el judío se casa con una cristiana pero si el cristiano con una judía. Los bastardos de tales uniones tienden siempre al lado judío. Esta es la razón por la cual, ante todo una parte de la alta nobleza, está degenerando completamente. Esto lo sabe el judío muy bien y practica por eso sistemáticamente este modo de “desarmar” a la clase dirigente de sus adversarios de raza. Para disimular sus manejos y adormecer a sus víctimas no cesa de hablar de la igualdad de todos los hombres, sin diferencia de raza ni color. Los imbéciles se dejan persuadir. La etapa final de este desarrollo significa la victoria de la democracia o como el judío lo interpreta: la hegemonía del parlamentarismo[4].
Con estas premisas y otras que afirmaban explícitamente su desprecio por la democracia, Hitler y su partido tuvieron fuerza electoral importante en las elecciones nacionales del 14 de septiembre de 1930 (el 18%). Consiguieron 107 diputados y el partido nazi se convirtió en el segundo en importancia de Alemania.
Una grave depresión económica fue el caldo de cultivo del resultado de las elecciones celebradas el 31 de julio de 1932, donde el partido nazi obtuvo el 37’4% de los votos que convirtieron a los nazis en el partido político mayor y más poderoso de Alemania, con 230 escaños en el Reichstag. A comienzos de 1933 el presidente de la República de Weimar pidió a Hitler que se convirtiera en canciller y formara gobierno.
Y punto por punto Hitler cumplió con el programa y con el ideario de Mein Kampf: En 1933, a los 50 días escasos de su ascenso al poder, inauguró Dachau, el primer campo de concentración, donde internó a todos sus adversarios políticos: demócratas, comunistas, etc.
En abril de 1933 se promulgaba ya la ley de “Restablecimiento del servicio civil” que excluía del ejercicio de ciertas profesiones a los judíos.
En julio de 1933 se promulgaba la Ley de Esterilización,que junto con las leyes raciales de Nüremberg (1935) se apoyaba fuertemente en la colaboración incondicional de científicos, juristas y médicos de primer orden en Alemania. Ellos serían quienes aportarían las definiciones de “judío” y “medio judío”.
Dice la Ley de Nüremberg: 1.- Un judío es una persona que desciende de un mínimo de tres abuelos plenamente judíos de raza 2.- Un mischling es un súbdito del Estado, a quien, igualmente, se considera como judío, cuando, además de ser descendiente de dos abuelos plenamente judíos: a) haya sido miembro de la comunidad religiosa judía en el momento de la promulgación de esta ley, o haya sido admitido a ella posteriormente b) haya estado casado con un judío en el momento de la promulgación de esta ley, o se haya casado con un judío posteriormente c) haya nacido de un casamiento con un judío, según el párrafo 1, contraído posteriormente a la promulgación de la ley para la protección de la sangre alemana y del honor alemán, del 15 de septiembre de 1935.
La leyes raciales se aplicaron también a las demás razas consideradas inferiores (negros, gitanos, etc.); los contrayentes necesitaban un certificado de la oficina de salud pública para poder contraer matrimonio reconocido. Se prohibieron los matrimonios mixtos y las relaciones afectivas y sexuales de alemanes con judíos bajo pena de prisión y trabajos forzados.
Serían también los médicos quienes delimitaran los grupos humanos que debían ser esterilizados (Ley de Esterilización de 1933). Los científicos y médicos sugirieron que debía esterilizarse a quienes presentaran: - Alteración mental congénita - Esquizofrenia (segunda causa más importante) - Síndrome maníaco-depresivo - Epilepsia - Sordera o ceguera hereditaria - Deformidad física hereditaria severa (primera causa de esterilización) - Alcoholismo severo
Para autorizar la esterilización eran necesarios un juez, un médico del servicio de salud y un médico experto, y si el dictamen era favorable a la esterilización se procedía a la misma, aún sin consentimiento del sujeto.
A partir de estas restricciones a la ciudadanía y de la degradación de seres humanos en su dignidad como tales, el nazismo pudo cauterizar las conciencias de aquellos que utilizarían a este y otros grupos humanos degradados como si se tratara de ratas de laboratorio, de elementos sin alma ni conciencia a quienes se podría –como nos explicarán a continuación los doctores participantes en la jornada– esclavizar, utilizar como cobayas o eliminar por los medios más indignos.
CONCLUSIÓN Y PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN La formación de identidades a lo largo de la historia ha sido en demasiadas ocasiones entendida de forma intolerante y excluyente hacia otros grupos humanos y, con el fin de obtener la pureza y la unidad monolítica (de religión, raza, régimen político), se han argumentado y puesto en práctica modelos de exclusión muy semejantes. Especialmente delicados son los momentos de crisis en los que esas identidades se consideran en riesgo de ser diluidos o inoculados por elementos nocivos que buscan su desaparición y agitan a sus bases en contra de las minorías. Nos guste o no, en el momento presente nos encontramos en una situación de fuerte crisis, tanto de valores, como económica y social y eso me lleva a preguntarme:
¿Qué valores son para nosotros irrenunciables como europeos del siglo XXI?
¿Qué riesgo podría comportar para nuestra sociedad renunciar a cierto tipo de valores? (por ejemplo, los alemanes renunciaron decididamente a valores de democracia, derechos y libertades)
¿Qué importancia tiene la vida humana? ¿quién merece hoy el estatus de humano y quién no lo merece en estos momentos históricos? ¿qué es hoy vida humana digna?
¿Dónde quedan los límites de unos valores y convicciones firmes y empieza la intolerancia y la exclusión?
En mi opinión, en las palabras de Jesús: Mateo 5: 21-22: “Habéis oído que fue dicho a los antiguos: No cometerás homicidio y cualquiera que comete homicidio será culpable en el juicio. Pero yo os digo […] cualquiera que llame a su hermano “necio” será culpable ante el Sanedrín y cualquiera que le llama “fatuo” será expuesto al infierno de fuego”.
No cabe duda que la primera bala que asesina a un ser humano es la palabra descalificadora, el argumento ideológico que le degrada de su condición y dignidad; a partir de ahí, la desaparición física es sólo un paso lógico.
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(*) Conferencia impartida en las Jornadas organizadas por la red interuniversitaria de Areópago protestante, con la colaboración de la Universidad de Vigo y el Liceo Ourensano (16 de diciembre de 2012); y la Universidad de Las Palmas de Gran Canarias (20 de diciembre de 2012).
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