Los libros proféticos (XXIX): Daniel (VIII): capítulo 12 del libro de Daniel y conclusión.
En las semanas anteriores, hemos podido ver una y otra vez cómo pasajes que se utilizan con inquietante frecuencia para hacer crucigramas escatológicos o, si lo prefieren, escatología-ficción en realidad, se refieren a profecías que estaban en el futuro de Daniel, pero que se encuentran en nuestro pasado.
La opción está entre aprender de lo que Dios ha hecho o dedicarnos a interpretar las noticias no siempre fiables de los medios pensando que el arrebatamiento está a la vuelta de la esquina.
Lo mismo sucede con el capítulo final de Daniel. Por ejemplo, el versículo 4 hace referencia a un aumento de la ciencia y a que la gente se moverá. Pues más de un ignorante insiste en que es una referencia a los descubrimientos científicos y a las migraciones, es decir, estamos a unos días del arrebatamiento. Esta exégesis lamentable me causa una profunda pena porque denota la ignorancia de muchos de los que tienen el atrevimiento de enseñar y predicar cuando estarían mejor dedicados a otras actividades y, por añadidura, la manera en que se distrae a las gentes del significado de las Escrituras.
El capítulo 12 continua –la división en capítulos es muy posterior– justo las profecías sobre el rey del norte y el rey del sur que hemos visto en los anteriores. Precisamente, al final de la época en que Antíoco IV profanara el templo y sometiera a los judíos –época marcada por una duración concreta– Dios no abandonaría a Israel.
Por el contrario, el pueblo de Daniel sería liberado por una acción que no sería la militar de los Macabeos –mal que les pese a los sionistas– sino la realizada en el mundo del espíritu por Miguel, el arcángel (12: 1). Semejante acción será un anticipo de cómo un día tendrá lugar la resurrección que para unos significará la vida eterna y para otros, la vergüenza y la confusión perpetua (12: 2).
Lo importante en medio de esa crisis no sería ni la victoria militar ni el triunfo nacionalista –el ángel insiste en ello– sino aquellos que mantendrían al pueblo en la senda de Dios mediante la luz que arrojarían (12: 3).
No se trata de una afirmación baladí porque apunta a la manera en que Dios realmente ve las cosas.
Su pueblo no va a destacar por la fuerza de sus ejércitos, por su capacidad para alterar la política internacional, por la dureza de sus respuestas a la agresión sino por la luz que pueda lanzar y cuando no se da esa circunstancia es porque habrá fracasado estrepitosamente.
El libro de Daniel quedaría sellado hasta que se cumpliera el tiempo o finalizara el plazo de la profecía. Es cierto que habría una enorme agitación que llevaría a la gente a moverse, pero aún así el conocimiento –traducción más exacta que la de ciencia que resulta equívoca– serviría para enfrentarse con la dificultad de la situación al arrojar luz.
Al contemplar Daniel a otros dos ángeles, recibió una confirmación de lo que duraría la desgracia de los judíos bajo Antíoco IV (12: 5-6). Sería tres años y medio (12: 7) que es justo lo que duró la persecución desencadenada por Antíoco IV y descrita en 11: 31-36.
En los versículos 8-11 vuelve a repetirse esa duración esta vez dada en días y que se refiere, en el caso de la profanación del templo, desde el 168 a. de C. al 165 a. de C. Los que llegaran a ver el final de ese cataclismo serían bienaventurados (12: 12).
En cuanto a Daniel, su vida proseguiría un tiempo, fallecería recibiendo el descanso, pero un día resucitaría (12: 13). Así concluye el libro al que se añade en las versiones católicas de la Biblia unos episodios que no forman parte del texto inspirado, que nunca han sido reconocidas por los judíos como canónicas y que además pertenecen a un período muy posterior y no fueron escritas, como el resto del libro, en hebreo.
El libro de Daniel está rezumante de lecciones. Entre ellas se encuentran la fidelidad a Dios por encima de la sumisión a los poderes incluso los más despóticos; la integridad más allá de los ofrecimientos de riqueza y de buena posición; los juicios de Dios siempre justos y que no hacen excepción en nadie; la base absurda del nacionalismo porque Dios no ahorma Su justicia a banderas o naciones; el control que el Señor tiene sobre la Historia; los plazos exactos determinados por Su voluntad o la luz que procede de las Escrituras para comprender lo que sucede a nuestro alrededor.
Ciertamente, algunos prefieren considerar que hay naciones que tienen patente de corso para hacer lo que desean por su especial relación con Dios, gustan más de ver los noticieros y conectarlos con uno u otro versículo que nada tiene que ver con ellos y pierden lecciones que son esenciales para nuestra vida cotidiana.
Allá ellos, pero algunos preferimos quedarnos con nuestra preciosa Biblia.
Continuará
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