Cristo es la escalera que nos lleva al Padre. Él es el camino seguro hacia el cielo, la única verdad en materia religiosa, la vida para el alma y el abogado que nos defiende ante el Padre.
El Credo Apostólico nos pide que tengamos fe en la Obra de Cristo. En la Obra que llevó a cabo en nuestro mundo y en la que pudo realizar en otros mundos. Porque las palabras que sigue dicen que Cristo "descendió a los infiernos".
Esta frase del Credo está basada en dos textos del apóstol Pedro. En uno se habla de la predicación de Cristo a espíritus que estaban encarcelados. Dice: "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas persona, es decir, ocho, fueron salvadas por agua" (1ª Pedro 3: 18-20).
En el otro se afirma que el Evangelio fue predicado a los muertos: "Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios" (1ª Pedro 4:6).
Son los dos pasajes de más difícil interpretación que existen en el Nuevo Testamento. Los comentaristas de la Biblia no se han puesto de acuerdo en sus explicaciones.
La frase del Credo ha sido rechazada por su incorrección. Pedro no dice que Cristo descendió exactamente al infierno, entendiendo el infierno como lugar de castigo eterno. Pedro habla de una misteriosa predicación "a los espíritus encarcelados ", "a los muertos". Lutero espiritualizaba estos conceptos y los aplicaba al hombre sin Dios. Pero tal interpretación no resuelve los problemas del texto.
Me parece más lógica la explicación del comentarista bíblico Barclay al distinguir entre Infierno y Hades. Dice: "La idea del Nuevo Testamento no es que Cristo descendió al infierno, sino que descendió al Hades. La diferencia es la siguiente: el infierno es incuestionablemente el lugar de tortura y de castigo de los malvados; pero el Hades, según el pensamiento judío, era el lugar a donde iban los muertos. Los judíos tenían un concepto muy vago en cuanto a la vida de ultratumba. No pensaban en cielo e infierno, sino en un mundo sombrío donde los espíritus humanos se movían como grises espectros en una permanente penumbra, donde no había ni luz, ni fuerza, ni gozo. Ese era el Hades.
La tierra de las sombra, a la cual iban las almas de todos después de la muerte".
El salmista David dice en uno de sus salmos: "Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?" (Salmo 6:5). Isaías escribe: "Porque el Seol no te exaltará, ni te alabará la muerte; ni los que descienden al sepulcro esperarán tu verdad. El que vive, éste te dará alabanza, como yo hoy; el padre hará notoria tu verdad a los hijos" (I s a í as 38:18-19).
La idea más generalmente aceptada es que Cristo, entre su muerte y su resurrección, descendió al Hades y en cuerpo espiritual semejante al de la resurrección predicó a los muertos de la antigua dispensación.
Pero, ¿quiénes eran estos muertos? ¿A quiénes predicó realmente? Barclay recoge las tres suposiciones:
Para Barclay, la frase del Credo es muy dudosa y no debe aceptarse literalmente. Con todo -insiste- esta frase encierra tres grandes verdades: "Que Jesucristo no sólo probó la muerte, sino que apuró hasta el fin de la copa de la muerte; que el triunfo de Cristo es universal; que no hay rincón del Universo al cual no haya alcanzado la gracia de Dios".
Cristo sintió siempre una gran preocupación por la salvación de las almas. Cuando vivía en la tierra dejaba a las noventa y nueve ovejas que caminaban por atajos seguros y se iba tras la descarriada por montes y valles con la intención de volverla al redil.
Su obra de redención terminó en la cruz. Pero su obra de salvación prosigue sin pausa, sin interrupción.
El cristiano debe tener fe en esta obra y debe imitar en este punto al Maestro. Nosotros somos embajadores de Dios y portavoces de Dios. "Y todo esto proviene de Dios -dice la Biblia-, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios" (2ª Corintios 5:18-20).
El hecho de que Cristo descendiera a los infiernos, como dice el Credo, o al Hades, para anunciar el Evangelio a seres que ya no estaban en este mundo, te da una idea de ese amor infinito por el perdido. Te habla del profundo deseo de Cristo para salvar a todos los pecadores.
Lo hizo así porque Jesús sabía que sólo Él podía hacerlo. Que era, y sigue siendo, el único Mediador entre el hombre y Dios. El mismo dijo: "Nadie viene al Padre sino por mí" (Juan 14:6). La única manera que tenemos de dirigirnos al Padre es a través de Cristo.
Esto lo aclara aún más el apóstol Pablo en la epístola que escribió a Timoteo. Dice: "Hay un Dios, asimismo un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1ª Timoteo 2:5). También el apóstol Pedro, hablando ante las autoridades judías y civiles de Jerusalén, declara el carácter mediador de Cristo. En su discurso del capítulo cuatro del libro de los Hechos, dice: "En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos" (Hechos 4:12).
Y San Juan, en el capítulo dos de su primera epístola, registra estas palabras: "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre a Jesucristo el justo. Él es la propiciación por nuestros pecados. Y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (1ª Juan 2:1-2). San Agustín, comentando a San Juan, dice: "Mirad a Juan mismo como guarda la humildad. Cierto, varón justo y grande era aquel que del pecho del Señor bebía los secretos de los misterios; aquel que bebiendo del pecho del Señor, sacó del suyo la confesión de su divinidad: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios. Pues bien, un varón tal no dijo: "Tenéis un abogado ante el Padre", sino "si alguno pecare, tenemos un abogado".
No dijo "tenéis", ni menos "me tenéis a mí". Prefirió ponerse entre los pecadores, a fin de tener por abogado a Cristo, que no ponerse por abogado en lugar de Cristo y ser condenado con los soberbios".
Cristo es la escalera que nos lleva al Padre. Él es el camino seguro hacia el cielo, la única verdad en materia religiosa, la vida para el alma y el abogado que nos defiende ante el Padre. Puesto que necesitas a Dios, acude a Cristo. Pídele que interceda por ti ante el Padre, arrepiéntete ante El de todos tus pecados, y confiésale ante los demás. El acudirá en tu ayuda y salvará tu alma.
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