España es diferente. Si un visitante se acercara a nuestro país después de treinta años se daría cuenta de que muchas cosas han cambiado. La sociedad es multirracial, pluricultural y plurireligiosa, pero ¿se ha producido una verdadera Transición Religiosa?
Esta semana pasada nos enfrentábamos a la buena noticia de que el gobierno militar en Egipto propondrá una Ley de Libertad Religiosa. Esto es un hito dentro de los países de mayoría musulmana. En la mayoría de las naciones en las que el Islam es mayoritario, incluida la europea Turquía, las leyes toleran pero no garantizan plena libertad a sus minorías religiosas.
¿Por qué comento esto dentro de la necesidad de una nueva Ley de Libertad Religiosa en España?
Me ha sorprendido que varios evangélicos hayan manifestado su rechazo a una nueva Ley de Libertad Religiosa que dejará más espacio público a los musulmanes, sobre todo por el poco apego a la libertad religiosa que hay en sus países de origen. No podemos coartar la libertad de un colectivo porque sus correligionarios en otros países lo hagan a los nuestros.
Debemos exigir la condena de todo acto de violencia a los musulmanes españoles, al gobierno de nuestra nación y a los organismos internacionales, pero nuestro deber como cristianos y demócratas es revindicar la libertad para todos, sea cual sea su religión.
Pero, ¿cómo cambiar unos privilegios históricos de la religión mayoritaria, tan enraizados dentro de la propia cultura española?
La Transición Religiosa no debe hacerse a costa de la marginación de la Iglesia Católica ni con la extensión de privilegios de esta a las demás confesiones. El modelo debe respetar el difícil equilibrio entre respeto a la religión dentro y fuera del marco público.
No pedimos más dificultades para la celebración católica en fiestas, actos civiles o religiosos, pedimos un equilibro proporcional y racional.
Actos como la inclusión del 31 de octubre como fiesta nacional, como día conmemorativo de los evangélicos, podría ser ese tipo de pasos hacia la normalización. También el respeto a nuestras víctimas en los entierros de Estado, la participación normalizada en la vida cultural, social y religiosa de nuestro país.
La nueva Ley de Libertad Religiosa debe ser más rigurosa a la hora de facilitar la apertura de lugares de culto, sin dejar en manos de funcionarios, con sus propias creencias y prejuicios, la apertura o clausura de iglesias.
Una parte del camino nos corresponde a nosotros, como cristianos evangélicos, hacerlo solos. Dejar nuestra posición defensiva y cerrada frente a la sociedad. Intervenir más en la cultura, las artes, la economía o la política.Influir con los valores del Reino de Dios, no guardarlos debajo de la tierra por miedo a contaminarnos con un mundo que espera con desesperación respuestas a sus eternas preguntas. La sal y la luz de nada sirven apartadas de la carne que se pudre o escondidas debajo de nuestro manto de temor, indiferencia o autocomplacencia.
Es el momento de actuar, no de mirar al vecino o compararnos con él. Es el momento de que el protestantismo salga a la calle para revindicar su espacio en la sociedad. Un espacio de luz y fe, en el que demostremos al mundo que hay otra manera de vivir y de soñar. Es el tiempo de celebrar juntos la fiesta de Dios, la buena noticia de salvación para todos.
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