No sé si acierto o no en mi análisis, pero tengo algunas ideas bastante claras en medio de la ceremonia de confusión que se está generando en torno al trágico final de Rita Barberá.
Rita Barberá, ex alcaldesa de Valencia, ha fallecido ayer de forma inesperada, de un infarto de miocardio. Al hilo de su muerte se ha desarrollado todo un ovillo político y mediático que me gustaría al menos analizar desde una perspectiva puramente personal, sintiéndome plenamente libre de ataduras políticas o de cualquier otro interés, salvo el de mi conciencia a la luz de los valores de mi fe.
Rita Barberá ha sido una figura del Partido Popular rodeada en los últimos meses de un torbellino mediático en torno a tramas de corrupción en su última etapa en la alcaldía de la ciudad de Valencia.
A su muerte, otro huracán se ha levantado en torno a su cadáver. Por una parte, una facción del Partido Popular que reivindica ahora su figura. Un partido al que tuvo que renunciar ante el acoso mediático, sin sentencia firme en su contra.
Por otro, por la salida del partido de Podemos e Izquierda Unida del Congreso (no así en el Senado) la misma mañana de su fallecimiento, una hora después del mismo, para no tener que guardar un minuto de silencio por su pérdida, por entender que era “un homenaje político a una corrupta”.
Yo no sé si acierto o no en mi análisis, pero tengo bastante claro en medio de la ceremonia de confusión que se está generando en torno al trágico final de Rita Barberá que:
1.- Fue una querida y excelente alcaldesa de Valencia al menos gran parte de su trayectoria política (25 años), aportando a la ciudad un cambio positivo debido en una elevada proporción a su labor.
2.- El final de su carrera, como ocurrió con muchos reyes de Israel, sirvió para que se empañase su trayectoria. No creo que se pueda eludir, incluso en el caso de no estar ella implicada en las actividades de diversas corruptelas en torno a la vida municipal, que sí tuviese claras responsabilidades políticas debidas a la gestión de la economía que se produjo a su alrededor, mientras ella ostentaba el poder y la autoridad en la ciudad y el Partido Popular en la Comunidad valenciana.
3.- Dicho lo anterior, creo que el propio Partido Popular juega ahora a rasgarse las vestiduras cuando en sus propias filas cargos de peso condenaron claramente que continuase en la vida política (Javier Maroto e Iñaki Oyarzábal). También se facilitó que Barberá renunciase a ser miembro del PP, aunque siguiese como política independiente (Grupo Mixto en el Senado)
4.- Tampoco me parece correcto que se demonice a los medios con la responsabilidad de un “linchamiento público”, aunque bien es cierto que ha existido un juicio paralelo interesado y demagógico de la vida de Rita Barberá al margen de la realidad judicial (nunca fue condenada por causa alguna de corrupción). Pero lo mismo ocurre a la inversa con acusados sin sentencia firme en medios afines al PP que demonizan -por poner un ejemplo- a figuras de Podemos, o de los partidos catalanistas en similares circunstancias.
El problema no es la persona de Rita Barberá, sino el estilo de comunicación en que hemos caído. Dicho sea de paso, el programa de La Sexta sobre telepredicadores de la pasada semana (En “Equipo de investigación”) me pidió que participara como “experto evangélico” opinando sobre TBN en el programa, grabándome una hora entera de entrevista. Y luego, por motivos inexplicables, censuró descaradamente mi participación, no emitiendo una sola frase.
Sí emitió el conjunto de declaraciones de expertos sobre otras diferentes emisoras en un programa horroroso en que mezcló en un totum revolutum a programas de tarot, anarquistas vociferantes y predicadores religiosos.
5.- Para terminar, las posturas críticas no deben ni pueden estar exentas de la mínima humanidad y objetividad.
La salida del Congreso de Podemos en el minuto de silencio en recuerdo de una compañera de la vida política, fallecida inesperadamente, nunca puede convertirse en una inhumana crítica oportunista contra la corrupción.
Y por otro lado, por muchos errores que alguien haya cometido (o podido cometer) no debe empañar el conjunto de su vida y su labor. Se podrá criticar y debatir sobre sus fallos, pero no negarle el respeto de un adiós, un último gesto de agradecer lo mucho bueno que hizo. Somos muy ligeros para olvidar lo positivo, y muy prontos para utilizar lo negativo, especialmente en nuestro favor.
Este es mi análisis de la situación. Es de lamentar la muerte de cualquier ser humano. Es de caballeros reconocer lo bueno que alguien que nos deja para siempre ha hecho en su vida. También es necesario que la muerte no signifique ensalzar de forma acrítica a quien ya ha desaparecido.
En cualquier caso, quien realmente nos va a juzgar será un Dios eterno en la eternidad. Un Dios justo que conoce hasta lo más íntimo de nuestros corazones y actos.
Porque todos nosotros, de una forma u otra, aunque hayamos hecho cosas buenas, somos de naturaleza corrupta, inclinados al mal, como Rita Barberá y cualquier otra persona. Y que en la balanza de la justicia divina sólo podremos encontrar una condena como sentencia merecida.
Por ello Dios mismo afirma que sólo en la sangre de Jesús encontraremos la justicia del perdón inmerecido. La vida de Aquel inocente que murió sin culpa alguna ocupando tu lugar y el mío para pagar nuestros errores.
Y esa noticia, que no saldrá en los medios pero que conocerás sin duda alguna, sí será el titular definitivo para nuestra eternidad.
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