¡Déjame ser niño!

¡Que feliz eres, niño mío, cuando sentado en el polvo juegas con un palo roto toda la mañana! 
Yo sonrío mientras juegas con ese trocito de palo roto. 
Estoy ocupado con mis cuentas, haciendo sumas y sumas durante horas. 
A veces me miras y piensas: “¡Qué juego más estúpido perder la mañana en eso!”. Hijo, he olvidado el arte de quedarme absorto con palitos y pasta de barro. 
Busco juguetes costosos, y amontono pedazos de oro y plata. 
Con todo lo que encuentras, tú creas juegos llenos de alegría. 
Yo gasto mi tiempo y mi fuerza en cosas que nunca podré conseguir. 
En mi frágil barquilla trato de atravesar el mar del deseo, y olvido que también yo estoy jugando.

Rabindranaz Tagore

Hay en mí una niña que mira con indulgencia a la adulta que soy.

La mira desde el umbral que un día compartieron y en el que una se quedó jugando con sueños realizables mientras que la otra creció para darse cuenta de que no todos los sueños se cumplen…

A veces, afanados por hacer que nuestras vidas sean prósperas, quienes tenemos la dicha de tener hijos delegamos en ellos parte de nuestra felicidad. Queremos que sean ellos los que tomen el relevo en la carrera de nuestras vidas y así hacer que perduren una vez hayamos partido.

Hoy exigimos a los niños una perfección que los adultos no tenemos.

Exigimos que sean pequeños Einstein en un mundo competitivo en el que el listón está cada vez más y más alto en lo que a conocimientos se refiere.

En las puertas del los colegios, los papas y mamás hablan con superioridad de las muchas cualidades que tienen sus retoños.

Con elocuencia narran las muy diversas actividades a las que asisten sus hijos e hijas y lo inteligentes y preparados que están a tan corta a edad.

Hablan de sus descendientes como si éstos tuvieran el deber de hacer todo aquello que ellos por una u otra razón no pudieron realizar.

Les exigen tanto que los hacen niños negados a ser niños.

Se nos olvida que los niños tienen el deber de jugar, de soñar sus propios sueños. Que hemos de permitirles aprender a vivir en comunión con los demás, enseñándoles a tener un corazón proclive al bien, a saber respetar y aceptar al débil, al diferente.

Dejémosles crecer mediante juegos y risas regalándoles cada día semillas que han de plantar, regar y cuidar, semillas que en un futuro brotaran dando los oportunos frutos.

Enseñémosles a vivir lentamente, descubriendo a cada paso el hermoso sendero que transitan.

Ensñémosles a caminar con la cabeza alta, viendo el horizonte, pero con la sencillez de saber mirar hacia abajo para ver que no pisan a nadie mientras caminan

Preocuparse por una futura herencia material y proyectar en ellos nuestros deseos insatisfechos es algo realmente erróneo cuando no somos capaces de enseñarles a apreciar lo que tienen en el momento presente.

Transfiramos a nuestros pequeños grandes dosis de moralidad. Instauremos corazones sencillos y a la vez valientes para que cuando crezcan podamos comprobar gozosos que la herencia que les hemos ido legando a lo largo de sus vidas son piedras fundamentales donde cimentar historias maduras. Evidenciaremos que el trabajo realizado no ha sido en vano y que pese a lo que ellos lleguen a ser, de seguro tendrán una base buena y sólida donde construir sus vidas, soñar sus propios sueños.