“El corazón tiene razones, que la razón no entiende”, dice Pascal. Ya que “conocemos la verdad no sólo por la razón, sino también por el corazón”. No nos engañemos, para entender ciertas cosas hay que experimentarlas. Podemos imaginar lo que son, procurar comprenderlas racionalmente, pero es cuando las sentimos, que realmente entendemos lo que son.
Aunque pocos piensan en el cine como una actividad intelectual, su verdad suele ir transmitida por un arte narrativo, que apela a las emociones en sus momentos de mayor intensidad. El cine de ese misterioso director que es Terrence Malick, tiene más que ver sin embargo con la poesía. Hay que sentirlo desde el primer momento.
Las películas de Malick no son un espectáculo que sirva de entretenimiento para el espectador casual. Hay que dejarse conmover por ellas, hasta el punto de ser transportado como en un trance por su estilo impresionista y arrebatadora fuerza visual. No es casualidad que sus temas sean los más trascendentales que nos muestra el cine actual, ya que intenta descubrir la maravilla y misterio del universo mismo.
Tras el sublime El Árbol de la Vida (2011) –descrita por Malick como “una épica cósmica, un himno a la vida”, en que el personaje de Sean Penn “se encuentra como un alma perdida en el mundo moderno, buscando respuestas al origen y sentido de la vida, mientras se pregunta por la realidad de la fe”–,
viene dos años después To The Wonder (2013) –una milésima de tiempo para un director que ha tardado hasta veinte años en hacer una película–.
CELEBRACIÓN DEL AMOR
Dicen que la idea de la “media naranja” viene de “El banquete” de Platón. Para el filósofo griego, el amor nace por un castigo de los dioses, que decidieron dividir a la humanidad para debilitarla. Desde entonces cada mitad busca su complemento, en su deseo de volver a la situación original. Como bien observa Ángel Quintana, esta “visión pagana contrasta con la visión católica” de
Malick. Para él, el amor “no es una cuestión que afecte solo a los humanos, sino que afecta también a la relación que los hombres tenemos con Dios y a la que el creador tiene con sus criaturas”.
Es imposible entender To the Wonder sin conocer el sentido cristiano del amor, pero todavía resulta más difícil apreciarla si uno no ha experimentado el amor en todas sus dimensiones. Dice Quintana que “
To the Wonder habla de tres formas de amor: en primer lugar, confronta las relaciones inciertas del amor entre una pareja con el amor de Dios; en segundo lugar, confronta el amor de Dios hacia el mundo con el amor que estas criaturas sienten por su creador; y finalmente, nos habla del amor cristiano entendido como amor al prójimo, es decir, como acto de sacrificio y caridad”.
Si por un tiempo se ha podido hablar del cine de Malick como algo místico, que reflejaba una vaga espiritualidad –que muchos relacionaban con religiones orientales como el budismo–, hoy en día no hay ninguna duda de que para entender su obra, hay que comprender su trasfondo católico. El personaje del cura que interpreta Javier Bardem, nos habla de la ausencia y el silencio de Dios, pero desde “la necesidad de encontrar a Dios para poder tener un guía frente a las debilidades y contradicciones que supone la elección humana” –como dice Quintana–.
“En todas partes estás presente, pero todavía no te veo, –le dice el cura a Dios–,¿cuánto tiempo te vas a esconder?”. Es el lenguaje de los Salmos, que constantemente utiliza Bardem, para hablar de su “sed de Dios” (
Sal. 42): “¿Serás como una corriente que se seca?”. Porque como dice Pocahontas en
El nuevo mundo (2005)
, Dios es “el gran río que nunca se seca”. Son imágenes bíblicas que nos hablan del paraíso perdido en
La delgada línea roja (1998), anhelando su restauración en
El árbol de la vida, cuyo río llega hasta
Apocalipsis 22, cuando Dios vuelva a vivir entre los hombres (
Ap. 21).
CUESTIONES TRASCENDENTES
Desde su estreno en el festival de Venecia, el año pasado, el sexto largometraje de Malick ha sido sometido a la burla de necios, contentos de alabar un cine sin pasión, que no arriesga, ni pretende nada. Como considera Aurélien Le Genissel, “en este sentido
su cine es diametralmente opuesto al de Tarantino que pretende ser mucho pero acaba siendo vulgar –en su sentido etimológico de común, de fácil acceso para todos–, simplón, facilón, acaba rebajando lo maravilloso –en el sentido neutro de fascinante– de la realidad a la banalidad más absoluta”. Malick hace exactamente lo contrario, “al elevar la sencillez de lo que nos rodea a cuestiones trascendentes”.
Ahora bien, esto se puede malentender como si fuera un mero ejercicio intelectual.
Las películas de Malick “no son puzzles a resolver, sino fenómenos a experimentar” –según su más conocido valedor evangélico, Brett McCracken–. Si el cineasta quiso doctorarse en la obra de Heidegger, no fue por una inquietud metafísica meramente especulativa. La pregunta de Leibniz, ¿por qué hay algo en vez de nada?, es una cuestión existencial para él. Su filmografía habla en primer lugar de sí mismo. Si en
El árbol de la vida habla de su infancia en Texas en los años cincuenta, aquí habla de sus problemas matrimoniales, en relación con su fe católica.
A principios de su ausencia del cine en los años ochenta, Malick vivió en París, donde se enamora de una francesa llamada Michèle Morette, que vivía en su mismo edificio de apartamentos y tenía un hijo de una anterior relación. Después de un par de años, se mudaron a Austin, donde finalmente se casaron. El matrimonio se divorció en 1998, cuando el director reencuentra a su antigua novia de instituto, Alexandra “Ecky” Wallace, con la que está todavía casado ahora.
Los nombres están cambiados, pero es más o menos el argumento de To the Wonder, donde Ben Affleck encarna a Malick –como un “modelo”, más que un actor, en el lenguaje del director católico Bresson–, mientras que la francesa es interpretada por la ucraniana Olga Kurylenko y Rachel MacAdams hace de su antiguo amor adolescente. La francesa es católica, pero no puede comulgar, porque es divorciada. Los dos tienen, sin embargo, relación con la parroquia de Bardem, aunque se tengan que casar civilmente. La americana parece una divorciada evangélica. Ha perdido un hijo, pero lee la Biblia y oran juntos, mientras su padre le anima a meditar en
Romanos 8:28, creyendo que “todas las cosas ayudan a bien”.
CINE ESPIRITUAL
Cosas así, no se ven hoy ni en las llamadas películas evangélicas, cada vez más moralistas y peligrosamente parecidas a historias de superación o éxito, por medio de la fe, que podría suscribir cualquier humanista. Como dijo el tristemente fallecido crítico de Chicago, Roger Ebert, “Malick es seguramente uno de los cineastas más espirituales, que aparece aquí casi desnudo ante su audiencia, incapaz de esconder la profundidad de su visión”.
To The Wonder fue la última película que comentó. La ultima línea de su artículo dice que “llega por debajo de la superficie, a encontrar el alma en necesidad”.
Si sus anteriores películas sugieren una excesiva confianza en la capacidad reveladora de la naturaleza –congruente con su catolicismo–, esta se acerca más a la revelación última, que para los cristianos está en la belleza y verdad de Jesucristo, en cuanto que nos describe el amor de Dios en Cristo, comparado con el matrimonio en
Efesios 5, que va a ser consumado en
Apocalipsis 19. El cura –que hace Bardem– predica que “el marido ha de amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia y dio su vida por ella”, pero recuerda que “ella no es adorable, sino que la hace así”.
Como dice Quintana –el crítico, no el personaje de Bardem, que también se llama así–, la película nos presenta “el peso de la gracia”. En To the Wonder vemos la naturaleza variable de nuestro afecto hacía Dios y el otro. Las manos se levantan al cielo en busca de ese amor que perdura. Como dice el cura interpretado por Bardem: “el profeta Oseas vio en la ruptura de su matrimonio la infidelidad espiritual de su pueblo”. La esperanza cristiana es que “si fuéramos infieles, Él permanece fiel (2 Timoteo 2:13).
El Padre Quintana repite, por eso, la oración de San Patricio: “Enséñanos dónde buscarte / Cristo, estate conmigo / ante mí / tras de mí / en mí / bajo mí / sobre mí / a mi derecha / a mi izquierda”. Y añade: “en mi corazón / sediento / tenemos sed / inunda nuestras almas con tu Espíritu y vida / para que continuamente nuestras vidas puedan ser sólo un reflejo de ti / Ilumina por medio nuestro / Muéstranos cómo buscarte / Estamos hechos para verte”.
HACIA LA LUZ
La última palabra que se oye en la película es “gracias”. Viene de la boca de Marina –la francesa que interpreta Kurylenko–, que se dirige así al Dios que nos da propósito y dirección en esta vida. Ella me parece un personaje aún más interesante que el de Bardem. Mientras él vive inmerso en sus dudas, ella reconoce la presencia de Dios, pero lucha con dos mujeres dentro de ella: “una llena de amor a Dios y otra que me empuja a la tierra”. Es la lucha que encontramos en muchas de las películas de Malick. En su cine no podemos ver la luz, pero sí reflejos de ella.
En su magistral libro sobre “Los cuatro amores”, C. S. Lewis dice que aunque “Dios es amor, no debemos empezar con el misticismo, con el amor de la criatura a Dios”, porque “en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos a amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros” (1
Juan 4:10). Puesto que “en Dios no hay un hambre que necesite ser saciada; sólo abundancia, que desea dar”. Su amor no nace de una deficiencia que haya en Él. El es el Dios trino, que vive en amor y comunión plena, entre Padre, Hijo y Espíritu Santo.
“La doctrina de que Dios no tenía ninguna necesidad de crear –dice Lewis– no es una fórmula de árida especulación escolástica, es algo esencial”. El amor-necesidad no se parece al amor de Dios. ¿Y cómo conocemos ese amor?, si no es por su vulnerabilidad en la cruz. Es en Dios crucificado, que entendemos lo que significa el amor.
To the Wonder apunta, por eso, al camino al sacrificio.
“Si uno quiere estar seguro, no debe dar su corazón a nadie” –nos recuerda Lewis–, porque “amar es ser vulnerable”. Por lo que descubre que “el único sitio, aparte del Cielo, donde se puede estar perfectamente a salvo de todos los peligros y perturbaciones del amor es el infierno”. Porque donde está Dios, allí está el amor. Y “cuando veamos su rostro –dice Lewis– sabremos que siempre lo hemos conocido”.
Si quieres comentar o