Alfredo Di Stéfano fue el ganador del Balón de Oro en 1957 y 1959. Era tan bueno que tuvieron que cambiar las normas para que un futbolista pudiera ganarlo más de una vez.
Cuando la revista France Football y las federaciones internacionales otorgaron el Balón de Oro extraordinario al mejor jugador del siglo XX, Alfredo fue el elegido.
Como casi siempre, sus palabras fueron geniales: «Gané el Balón de Oro con el sudor de los de al lado, jamás puedo olvidarlo».
La amistad es un regalo de Dios. Tener personas a nuestro lado que nos quieren y a las que queremos es una de las mayores bendiciones que podemos recibir. Si nos creemos imprescindibles y pensamos que podemos hacerlo todo nosotros solos, jamás sabremos lo que significa vivir plenamente.
La Biblia nos muestra muchos ejemplos de amistad. Uno de ellos es trascendental para la historia de la humanidad. Aparece en el libro de los Hechos y surge en una situación absolutamente desesperada. El recién convertido Saulo es descubierto en Damasco y amenazado de muerte. «Pero los discípulos lo tomaron de noche y lo sacaron por una abertura en la muralla, bajándolo en una canasta» (9:25).
Hay demasiadas lecciones en esta historia como para mencionarlas todas, pero déjame que recupere solo algunos detalles:
en primer lugar, Saulo era el mayor perseguidor de los cristianos; había enviado a la cárcel a muchos y había consentido la muerte de muchos otros. Ahora dice que se ha convertido. ¿Será cierto? ¿Y si solo quiere engañarnos para descubrir a algunos más y encarcelarlos? Nadie hizo caso de sus dudas, todos le ayudaron.
No conocemos los nombres de los que sostenían la canasta en la que Saulo salvó su vida. Existen muchas personas que son trascendentales en el trabajo para Dios y en la historia de la humanidad, y no sabemos quiénes son. Puede que estén salvando la vida de algún Pablo ahora mismo. Sirven en el anonimato, pero Dios sí los conoce y los recompensa.
Tampoco necesitaron mucho talento, ni tuvieron que organizar un comité para hacerlo. Simplemente fueron decididos. Pusieron su amistad al servicio de quien lo necesitaba, aunque pudo haberles costado la vida. El mundo será transformado con decisiones de amistad, y no con comités u organizaciones.
Por un momento, tenemos que ponernos en el lugar de Pablo. ¡Tuvo que confiar en ellos de forma desesperada! Quizás algún familiar de los que descolgaban la cesta había sido encarcelado por él... ¿Y si le dejaban caer?
Un detalle más: A veces podemos sentirnos desanimados cuando ayudamos a otros. No siempre merece la pena, ni todas las personas van a agradecer lo que hacemos. ¿Buscamos una recompensa o queremos servir a Cristo? ¿Seguiremos ayudando de una manera incondicional? A veces incluso puede salir mal: imagina que Saulo volviese a perseguir a los cristianos: ¿qué dirían de ti los demás?
El amor triunfó sobre la duda: decidieron ayudar a Saulo a pesar de todo. Esa es la razón por la que necesitamos hacernos una última pregunta: ¿a quién tenemos en la cesta? No lo sabemos.
A veces un simple acto nos lleva a salvar la vida de alguien que jugará un papel clave en la historia. Ellos no sabían lo trascendental que sería Saulo en la extensión del evangelio. Simplemente decidieron ayudar venciendo todas sus dudas. Su ejemplo quedó escrito para la historia.
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