¿Cuántos puntos crees que se pueden conseguir en un partido de baloncesto durante solo un minuto y medio? Supongo que 9 o 10 ya serían bastantes; sin embargo, Isiah Thomas (de los Detroit Pistons, NBA) fue capaz de marcar
16 puntos en tan corto período de tiempo durante los
playoffs de 1984 en un partido contra Nueva York. ¡Él solito! ¡Imagínate que pudiera jugar siempre de la misma manera! ¡Sería imposible vencerle! La verdad es que tuvieron que darse toda una serie de circunstancias para poder conseguirlo, aparte de su grandísima calidad como jugador, claro.
¿Qué tal si viviéramos siempre así, confiando incondicionalmente en lo que podemos hacer y sin preocuparnos por las circunstancias?
¿Qué tal si estuviéramos dispuestos y preparados siempre para lo que parece imposible? Todo depende de nuestra confianza, de saber que aún lo improbable puede llegar a suceder. Esa confianza tiene mucha más importancia de lo que creemos, porque en las batallas de la vida lo que hace la diferencia no son nuestras fuerzas, sino el poder de Dios en nuestra vida.
«Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, como en el día de la prueba en el desierto, donde vuestros padres me tentaron al ponerme a prueba, y vieron mis obras por cuarenta años» (Hebreos 3:7-9).
Nuestra confianza en Dios tiene que crecer día a día. No puede ser igual que cuando recibimos al Señor en nuestra vida, tiene que haberse fortalecido con el paso del tiempo y con la victoria en muchas circunstancias diferentes.
Ese era el grave problema del pueblo de Israel, que vieron con el paso de los años todo lo que el Señor hizo por ellos, no solo cuando los salvó de sus enemigos, sino también cómo los cuidaba cada día (¡con milagros impresionantes!)... pero dejaron de confiar en él.
Vamos a ser sinceros.
En algún momento de nuestra vida todos dudamos. Nuestro problema es que no queremos reconocerlo, porque nos asustan las dudas, sin darnos cuenta de que son parte de nuestra fe. La fe en Dios crece en medio de la incredulidad y los desafíos. Crece en los momentos difíciles y en las situaciones en las que no comprendemos nada de lo que está ocurriendo.
Cuando recorremos las páginas de la Biblia aprendemos que Dios comprende nuestras dudas y nuestra desesperación. Pide la confianza absoluta, pero entiende nuestra debilidad.
Sabe que cada vez que dudamos le buscamos, porque le necesitamos con desesperación.
Dios sigue amando a las personas que dudan, que cuestionan lo que no entienden, pero que siempre se dirigen a él. A Dios no le amenazan nuestras dudas, lo que realmente le duele es que nos alejemos. Quiere nuestro amor en todo momento, sobre todo porque son los momentos más difíciles los que afirman nuestra fe. Cuando más dudamos, más desesperadamente le necesitamos.
Porque lo opuesto a la fe no es tanto la incredulidad como el miedo. Lo que destruye la fe no es la duda de que no podamos conseguir lo que creemos, sino el miedo a no poder conseguirlo.
Si dudamos es porque luchamos. El miedo, sin embargo, nos paraliza. Por eso Dios está a nuestro lado siempre, para fortalecer nuestra confianza y nuestra fe.
Aunque a veces dudemos.
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