La obtención de la felicidad ha sido, es y será uno de los grandes motores que mueven a los seres humanos.
La obtención de la felicidad ha sido, es y será uno de los grandes motores que mueven a los seres humanos. Su búsqueda y las maneras de encontrarla han dado lugar a innumerables caminos para alcanzarla, si bien es esquiva como ella sola. Se dice que Abderramán III disfrutó de catorce días de felicidad en sus casi cincuenta años de gobierno del poderoso califato de Córdoba. En el paganismo antiguo se la divinizó, como hicieron los cananeos con Asera o los romanos con Felicitas. O como hace el paganismo moderno, que también la diviniza, solo que en términos seculares, en las figuras del dinero, el poder, la fama o el placer.
La Biblia tiene mucho que decir sobre esa palabra, que se traduce como bienaventuranza. Concretamente, en el libro de Apocalipsis aparece siete veces. Ese libro contiene el número siete en diversas asociaciones. Por ejemplo, hay siete iglesias, siete sellos, siete trompetas y siete copas de ira. También hay siete bienaventuranzas. La consideración de los pasajes en los que aparece es fuente de enseñanza para descubrir en qué consiste la verdadera felicidad.
‘Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía y guardan las cosas en ella escritas.’i Aquí tenemos la primera pauta de la bienaventuranza, consistente en una unión indisoluble con la palabra de Dios. Cualquier supuesta bienaventuranza que esté desligada de esa palabra con toda seguridad es falsa. Por lo tanto, hay un criterio infalible para saber si lo que se nos presenta es auténtica bienaventuranza o no y tal criterio es la palabra de Dios. La segunda pauta que surge de ese pasaje es que no son los especuladores de la palabra ni los meros intérpretes de la misma los que son bienaventurados sino los hacedores de ella. El libro de Apocalipsis se presta fácilmente a la especulación, a la teoría y al pasatiempo interpretativo, pero la bienaventuranza no reside en averiguar sus significados más ocultos para simplemente conocerlos, sino en obedecer lo que es manifiesto.
‘Bienaventurados de aquí en adelante los que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen’ii Hay dos maneras de morir: La de morir sin más y la de morir en Cristo, siendo ésta la que recibe la bienaventuranza, que consiste en descansar de los trabajos y en la permanencia de las obras. Descansar de los trabajos es que cesan las fatigas, la penalidad y el sufrimiento; es decir, todo aquello que hace de la vida en general una carga y de la vida del cristiano una batalla y un conflicto. Pero mientras que se termina lo que es penoso y pesado, continúan las obras, esto es, todo lo realizado en Cristo, de modo que el paso por esta vida no es un sinsentido sino algo provechoso y fructífero, con repercusiones eternas.
‘Bienaventurado el que vela y guarda sus ropas.’iii La ropa es indicador de categoría, siendo los harapos sinónimo de pobreza así como ciertos atuendos de clase elevada. En sentido espiritual también es así. Adán y Eva procuraron tapar su desnudez con hojas de higuera, porque aquella desnudez que antes fue honorable, porque era inocente, ahora era vergonzosa, pues les acusaba de su pecado. La provisión de Dios para nuestra desnudez culpable es la ropa blanca que nos proporciona la dignidad de la que carecíamos. Una ropa que consiste en la justicia salvadora otorgada gracias a la muerte sustitutoria de Jesucristo. En retener esa justicia está la bienaventuranza.
‘Bienaventurados los llamados a la cena de las bodas del Cordero.’iv La categoría de una invitación viene dada por dos ingredientes: La talla de quien invita y la ocasión para la que invita. Si el que invita es de segunda o tercera clase la invitación también lo será y si la ocasión no es destacable la invitación puede ser pasada por alto. Pero aquí se trata del protagonista de este libro, el Cordero, y de la ocasión más elevada, sus esponsales con su prometida. En términos humanos hay una correspondencia entre la categoría del invitador y la categoría de los invitados. Sin embargo, en esta invitación los invitados no tienen categoría por sí mismos para estar a la altura de esta invitación, residiendo en ese hecho la bienaventuranza, ya que la grandeza del invitador y de la ocasión están en contraste con la insignificancia e indignidad propia de los invitados.
‘Bienaventurado el que tiene parte en la primera resurrección.’v Hay dos muertes y dos resurrecciones. La primera muerte es la física, la segunda es la condenación eterna. La primera resurrección es la de los justos, la segunda la de los condenados. La bienaventuranza consiste en que la resurrección para vida inmuniza contra el poder de la condenación eterna, proporcionando acceso imperecedero ante Dios y compartiendo el gobierno de Cristo.
‘Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.’vi Casi al final de este libro se repite el mismo mandato con el que comienza, para que nadie se engañe a sí mismo pensando que el simple acto de leer o escuchar la palabra de Dios es suficiente. La misma exhortación abre y cierra el libro, quedando así establecida por reiteración la imperiosa necesidad de guardar esa palabra.
‘Bienaventurados los que lavan sus ropas.’vii Es la última de las siete bienaventuranzas de Apocalipsis y en ella está contenido el evangelio. Unas ropas que han sido dadas, es decir, una justicia que ha sido otorgada; pero unas ropas que al ensuciarse por causa del pecado necesitan ser lavadas con el único detergente capaz de limpiar las manchas morales: La sangre del Cordero.
La bienaventuranza verdadera no puede ser fugaz, como la del califa Abderramán III, porque la mera idea de su temporalidad ya es motivo de desventura y congoja. Es preciso que sea imperecedera. Y de esa clase es la que anuncia la Biblia.
i Apocalipsis 1:3
ii Apocalipsis 14:13
iii Apocalipsis 16:15
iv Apocalipsis 19:9
v Apocalipsis 20:6
vi Apocalipsis 22:7
vii Apocalipsis 22:14
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