Al hablar de pobreza se suele pensar en lo que tiene que ver con lo económico, siendo ése ciertamente un aspecto de ella aunque no es el único.
La pobreza es uno de los grandes problemas que afligen a buena parte de la población mundial, siendo uno de esos estados en los que nadie quisiera verse envuelto, al llevar inherente una condición de necesidad e impedimento que restringe las posibilidades de supervivencia y desarrollo de la persona, especialmente si es aguda. Al hablar de pobreza se suele automáticamente pensar en lo que tiene que ver con lo económico, siendo ése ciertamente un aspecto de ella aunque no es el único. En términos generales se podría hablar de cuatro clases de pobreza que están bien definidas en la Biblia y que son las siguientes:
1. Pobreza material digna de comprensión y compromiso.
Es aquélla que ocurre como resultado de contingencias que superan al individuo. Noemí vino a parar a un estado de pobreza por causa de la muerte de su marido y de sus dos hijos, quedando desamparada en tierra extranjera y teniendo que regresar a su patria para intentar salir adelante. Las continuas referencias en el Antiguo Testamento a pobres, huérfanos y viudas, con legislación especial en favor de esas personas, ponen de manifiesto el grado de sensibilidad especial que se manda tener hacia ellas. La figura del redentor, que sale en pro del familiar que se ha visto obligado a desprenderse hasta de lo básico, es una institución jurídica basada en ese compromiso. El año sabático y el año del jubileo, con la cancelación de deudas asfixiantes y la recuperación de propiedades enajenadas, eran otras estipulaciones previstas en la ley hebrea para luchar contra este tipo de pobreza.
2. Pobreza material digna de reprensión.
Es aquélla que ocurre como resultado de la desidia y pereza del individuo. Una de las partes en el Antiguo Testamento que condena reiteradamente esta actitud es el libro de Proverbios, el cual no se cansa de reprender al holgazán, avisándole de las consecuencias que su negativa a trabajar le van a provocar. De hecho, la figura del holgazán en ese libro se constituye en el reverso de una de las características más encomiables que pueda tener una persona: La laboriosidad. El parásito que busca por todos los medios vivir a costa de los demás, sin dar ni golpe, siendo una carga insoportable para los que están cerca de él, es duramente condenado, no existiendo la más mínima sensibilidad hacia él por el estado de precariedad en el que ha caído. La fábula de la cigarra y la hormiga que leíamos de pequeños venía a resaltar las dos actitudes dispares hacia el trabajo. La pobreza del perezoso, con su mentalidad de subvención en la que todo es gratis, no encuentra defensa, justificación ni comprensión en la Biblia.
3. Pobreza espiritual que es bienaventurada.
Aquí entramos en una clase de pobreza que no tiene que ver con lo económico sino con el interior de la persona. Jesús habló de los ‘pobres en espíritu’i para resaltar que se trata de otro orden de pobreza, cuya sede es el corazón. Es la pobreza consistente en el reconocimiento de la necesidad e indignidad personal ante Dios, frente a quien no hay mérito ni justicia propia que pueda ser aceptable. La persona que es pobre según esta categoría no sólo se sabe desprovista de toda virtud sino que es consciente de su demérito y pecado en la estimación de Dios. No hay derecho al que pueda apelar ni puede presentar compensación alguna con la que obtener la aprobación de Dios o resarcirle de alguna manera. Pero precisamente por esta conciencia de necesidad absoluta que tiene es por lo que está en la dirección correcta hacia la bienaventuranza, ya que la promesa de perdón y salvación es para el que se humilla y clama suplicando liberación de la culpa y la condenación.
4. Pobreza espiritual que es repudiada.
Esta clase de pobreza espiritual es la mezquindad basada en la creencia de la propia excelencia personal y la superioridad moral en comparación con otros. La vemos muchas veces en las páginas de los evangelios, reflejada en quienes se consideraban a sí mismos mejores y distintos a los demás, no aceptando que, tras su capa de moralidad externa, estaban en el mismo estado de pecaminosidad que cualquiera. Esta pobreza es de espíritu, no en espíritu como la anterior. Hay un abismo entre ambas. La pobreza de espíritu es la estrechez que lo reduce todo a categorías legales y busca conseguir la justicia personal por la observancia de reglas y estipulaciones, condenando a quien no se comporta del mismo modo. La pobreza de espíritu no conoce el concepto de gracia ni el de perdón, solo el de una auto-fabricada dignidad propia.
Cuatro clases de pobreza. Dos que tienen provisión de parte de Dios y dos que tienen rechazo de parte suya.
i Mateo 5:3
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