Uniformar al alumnado

Suele ocurrir que usar uniforme los cinco días de la semana diferencia al alumnado, distingue las clases sociales mucho más que la ropa de marca. Llevarlo de tal o cual escuela privada concede cierto estatus durante los estudios y, una vez acabados, suma puntos para encontrar un buen trabajo. De igual modo los hay para alumnos sin recursos y la diferencia es evidente.

Sea cual sea, es una etiqueta monótona y sistemática que imprime un particular carácter y cuadricula a la gente que pertenece a la misma corporación, porque se convencen de que es necesario que todos luzcan las mismas formas y que a los de fuera no les queden dudas.

Para pertenecer a algunas iglesias se exige uniformarse de ñoño espiritual, melindres con diferentes matices según el grupo. Es preciso que sean iguales con el fin de eliminar lo genuino.

Cada congregación consigue el modelo singular que la distingue y, supuestamente, la hace mejor. Esta indumentaria abarca, entre otros, la manera de aceptar los ministerios, los modales, los gestos, la sumisión, las supersticiones que les inculcan, el tipo de lenguaje a veces incomprensible que se elige según sea la versión bíblica a la que le tienen más fe. ¡Algo tan diferente a la variedad que Dios creó!

En resumidas cuentas, el uniforme convierte a quienes lo usan en seres plurales dentro del clan y distintos a los que están fuera de su círculo. En ambientes así es imposible moverse con la naturalidad y la soltura que nos da Jesús, es imposible desnudarse ante los demás.

Lo cierto es que llevar tal o cual atuendo exterior no nos hace mejores aunque nos queremos convencer de lo contrario. Dios, por su pura voluntad, nos creó mágicamente diversos. Diversos en cada lugar de reunión donde estemos y sobre todo cara a los no creyentes.

El sello identificativo, al no ser apropiado ni natural para el espíritu, aprieta y ahoga. Las costuras terminan dañando. Por eso, cuando llega el momento de la desesperación que causa lo invariable, es normal desear salir al mundo y respirar aire menos viciado.

Un efecto más que produce es el rechazo a lo ajeno ya que viene planchado de orgullo y termina convirtiendo al personal en hipócrita fariseo porque, a la larga, se decide usarlo preferentemente los domingos, los demás días de la semana eligen la libertad de llevar el estilo que quieran.