¿Tenemos los evangélicos alguna contribución distintiva o estamos condenados a la irrelevancia?
Escribo estas notas la noche del 11 de septiembre de 2016 después de que otra vez varios cientos de miles de personas se manifiesten en Catalunya pidiendo el derecho a decidir. Cada uno de nosotros tiene su posición bastante marcada y decidida ya, después de que esta sea la séptima manifestación multitudinaria. Pero hoy me preguntaba sobre cuál debería ser la aportación de los cristianos evangélicos, ¿tenemos alguna contribución distintiva o estamos condenados a la irrelevancia por ser capaces únicamente de condenar, criticar, copiar o consumir la cultura, las opiniones de la sociedad de la que formamos parte?
Cuando me planteo una contribución distintiva más allá de las opiniones políticas (que también deberíamos construir sobre las bases que nos da el análisis de la Creación, la Caída, la Redención y la Restauración de todas las cosas) veo que la existencia de la propia Iglesia nos puede dar una serie de claves sobre nuestra aportación a la sociedad. Dios nos creó como Iglesia para ser una nueva humanidad, una sociedad alternativa, un modelo de lo que Dios quiere hacer con los seres humanos. Tenemos el privilegio de modelar en nuestras relaciones lo que Dios quiere que sea el modelo de las relaciones restauradas que Cristo traerá con su regreso.
1ª aportación: Dios creó una comunidad a través de su amor y lo que le pide a esa comunidad es que le ame a Él por encima de todas las demás cosas y que ame al prójimo (casi siempre ese prójimo es difícil de amar) tanto como cada uno se ama a sí mismo. La Iglesia ha llegado a existir porque Dios amó al mundo tanto que entregó a su único Hijo. Dios, por encima de ser temido, quiere ser amado, espera que se establezca una relación íntima y personal con Él. Ha hecho todo lo necesario para que nosotros podamos llamarnos unos a otros, hermanos. Por lo tanto somos llamados a amar a nuestros enemigos, a que las relaciones basadas en la justicia vayan por delante y sean el cemento de la nueva humanidad.
2ª aportación: El lenguaje crea realidad. Dios con la Palabra edificó el mundo y lo gobierna. La Palabra creó toda la realidad que ahora vemos. La forma en la que nos referimos a los demás, lo que decimos de ellos acaba conformando una realidad objetiva. Santiago, en el capítulo 3 de su carta, nos anima a edificar y no destruir con la palabra que hablamos a los demás. Cuando hoy nos referimos al “conflicto Cataluña – España”, estamos creando realidad. Si en lugar de hablar de conflicto hablamos de “problemas de relación entre Cataluña – España”, estamos situando las cosas en otra esfera diferente. Los conflictos se resuelven con la fuerza, con las armas, con la victoria de uno y la derrota del otro. Las relaciones se restauran con afecto, con diálogo, con muestras de amor. Nuestros responsables políticos han usado demasiadas “palabras grandes”. La comparación usada más veces ha sido con el nazismo y con el terrorismo. Algo anda mal con el lenguaje de nuestra relación.
3ª aportación: Este problema de relaciones precisa reconciliación. Es interesante una de las formas en las que la Biblia describe el problema del pecado: un problema de relaciones. Pablo dice que Dios ha enviado a los cristianos al mundo a rogarles que se reconcilien con Dios. Dios puede reconciliarse con el ser humano por que el Padre en su amor ha entregado al Hijo. El pecado produce violencia, relaciones rotas, agresividad, etc. Como pastor he tenido que tratar de ayudar a personas con relaciones echadas a perder. Los entornos son muy variados, matrimonios, padres e hijos, amigos, compañeros de trabajo o de ministerio, sectores de una misma iglesia, etc. Hay siempre una señal que da esperanza y otra que presagia un final doloroso. Cuando las dos partes quieren salvar la relación, hay esperanza. Cuando una parte quiere imponerse sobre la otra, tiene mal pronóstico. Mientras se utilizan los medios para salvar la relación, hay esperanza. Cuando una de las partes quiere afirmar sus derechos en lugar de hablar el lenguaje del corazón estamos ante el portal de la ruptura. Cuando un sector de los enfrentados saca los estatutos (no importa quien tenga la razón según los estatutos) es que la batalla está perdida. Incluso estableciendo la razón, lo único que podrá salvarse es de quién es el piso, quién se queda con la custodia de los hijos, quién tiene una porción más importante de los antiguos bienes comunes, quién se queda con el local de la Iglesia, etc. pero la relación está muerta.
Después de siete años de manifestaciones multitudinarias, de monólogos, de insultos y descalificaciones, de Tribunal Constitucional, de Fiscalía y de medidas unilaterales, ha quedado probado que no tenemos políticos capaces de la vía de la reconciliación. Quizás no hay políticos que busquen la restauración de las relaciones porque somos un pueblo que no valora el diálogo, que no habla el lenguaje de las relaciones, que está dispuesto a vencer aunque no convenza, que prefiere perder el hijo pero no dar el brazo a torcer, etc. Seguimos siendo aquel pueblo en el que el diálogo es el recurso de los débiles y la fortaleza es la de aquel que no ha pactado con nadie.
Me pregunto si unos cuantos cientos de miles, otros cientos de miles, esta vez de evangélicos, somos la levadura que necesita esta sociedad. Me pregunto si somos capaces de modelar un estilo de relaciones distintas. Puede que esta sociedad no esté en capacidad de recibir nuestro mensaje en las palabras, pero puede que sienta algo de curiosidad por esa gente del abrazo y del beso. Seas quien seas y aunque no estemos de acuerdo en las opciones políticas, te reto a un duelo de abrazos.
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