Un sábado al mediodía estaba viendo un partido de la Premier League en la televisión cuando de repente el realizador enfocó una pancarta en medio del público.
El estadio en el que se disputaba el encuentro era Old Trafford, (donde juega el Manchester United) y las palabras de la enseña, traducidas del inglés, eran:
«Manchester United, hijos, esposa. En ese orden». «Pues así vamos...», fue lo primero que pensé.
Estamos distorsionando por completo el plan de Dios para nuestra vida y para la sociedad.
No debemos extrañarnos de que ocurra lo que está ocurriendo. La destrucción de la familia en el primer mundo ha llegado a niveles tan altos que
en este momento solo cuatro de cada diez menores de quince años viven con su padre y su madre, formando una familia normal, por decirlo de alguna manera.
La familia tradicional prácticamente está desapareciendo, y hoy son una minoría los padres que siguen el modelo perfecto que Dios ha creado.
Los medios de comunicación han ido convenciendo a casi todos no solo de que hay nuevas dimensiones del amor, sino también que uno puede amar y usar a cualquiera sin preocuparle las consecuencias.
El amor exclusivamente genital se ha apoderado de la mayoría de la población de manera tal que nadie piensa en las consecuencias de la infidelidad y la búsqueda del placer propio. Las enfermedades venéreas, los embarazos no deseados, la desilusión, la soledad, el odio, los maltratos, la violencia de género y el egoísmo total del «te utilizo y después me voy» han destruido más vidas en los últimos años que cualquier guerra o epidemia.
Los propios medios de comunicación son hoy los reyes de nuestra casa. El fenómeno de la televisión o el ordenador permanentemente encendidos se ha extendido por todo el mundo, de tal manera que las familias ya no se hablan ni se cuentan lo que les ha sucedido en el día, o lo que hay dentro de su corazón.
La vida familiar se reduce a sentarse como espectadores atontados viendo desfilar delante de ellos la vida de otras personas mientras la suya propia se va perdiendo poco a poco.
Por si eso no fuera poco, en la mayoría de los hogares del llamado primer mundo la televisión y el ordenador personal ocupan cada habitación de la casa. Así todos pueden vivir en su propio mundo.
¿Nos extraña que las personas no se amen ni se entiendan? ¿Nos parece increíble que muchos prefieran su equipo de fútbol o su programa favorito antes que a su mujer o su marido y a sus propios hijos?
Es en el día a día y en las relaciones familiares donde se puede comprobar si una persona merece la pena, si es lo que dice ser. En el trato con los que componen su familia es donde encontramos a las personas espirituales, ¡antes que en ninguna otra situación!
Recuerda: «Sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con vuestro corazón al Señor; dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el
Padre; sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo. Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor [...]. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella» (Efesios 5:18-25).
Si quieres comentar o