Se escribió de ella que es la más extraordinaria atleta de todos los tiempos.
Quizás no tanto por los éxitos que consiguió, sino por el hecho de haber sido olímpica en cuatro diferentes juegos, compitiendo en tres deportes diferentes.
La estadounidense Sheila Taormina participó con 39 años en los Juegos Olímpicos celebrados en Pekín en pentatlón moderno, quedando entre las veinte mejores del mundo... pero es que antes había ganado el oro en Atlanta'96 en la prueba de natación con el relevo 4x200 estilo libre de los Estados Unidos; en Sidney 2000 y en Atenas 2004 participó en triatlón, quedando en sexto y vigesimotercer puesto, respectivamente.
Para poder competir en pentatlón, tuvo que vender su casa, porque tenía que pagar las clases de esgrima, hípica y tiro. Le costó más de 50.000 dólares al año, pero su sueño era competir en Pekín en esa especialidad, y consiguió ser una de las mejores.
Terminó casi arruinada, pero todo merecía la pena para ella con tal de cumplir su sueño olímpico.
Ninguna otra deportista en la historia ha sido capaz de igualar ese reto.
Lo que Dios hizo y hace en nuestra vida es una auténtica proeza. Esa es la palabra que utiliza Pedro al describir el evangelio que debemos compartir con los demás: "Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios , a fin de que anunciéis las "proezas" (literalmente) de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pedro 2:9)
Dios nos rescató de la muerte cuando no teníamos ninguna opción de vivir. Nos regaló la libertad cuando éramos esclavos.
El mismo Pedro utiliza esa imagen: El Señor Jesús pagó con su propia vida el precio por nosotros y nos sacó del mercado de esclavos. Nos compró con su propia sangre ¿Recuerdas? Hemos dejado de ser ciegos, porque vivimos en su Luz.
Ahora somos libres y nadie puede derrotarnos ¡Es normal que queramos decirlo a todos! A nadie debe extrañarle que no podamos dejar de anunciar las proezas de Dios.
Vivimos entusiasmados con lo que Dios hace en nuestra vida. Nos asombramos al ver cómo nos cuida y como cada día es capaz de impresionarnos más con su amor y su carácter. Nos sentimos queridos al saber que nos ha hecho sus hijos y quiere vivir con nosotros cada día. Descansamos en Él y hemos aprendido a vivir fortalecidos en su poder.
No estamos hablando de una existencia sin problemas, sino de una vida que jamás tiene fin: una vida protegida por las manos y el corazón de Dios.
Las proezas de Dios llenan nuestro corazón. Algunas veces podemos conseguir lo que nos proponemos, otras veces no, pero la vida que Dios nos regala jamás es aburrida. No sólo sabemos que todo tiene un sentido, sino que aprendemos a disfrutar cada día de su compañía y de su belleza.
El futuro siempre es apasionante, porque nada ocurre sin que El lo sepa. Y aunque a veces estemos atravesando el desierto, Él hace surgir en nuestro interior ríos de agua viva. Ningún mal o sufrimiento tienen duración eterna: una de las mayores proezas de Dios es vencer todo lo que intente destruir nuestra vida.
Dios nos hizo no sólo para disfrutar, sino también para anunciarlo a los demás. No podemos callarnos.
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