Cuando no damos gracias ni adoramos a nuestro Creador, llegamos a pensar que el mundo gira alrededor de nosotros, así que no necesitamos a Dios. Olvidamos que la vida no es nuestra, sino de él.
Era 26 de diciembre y estábamos celebrando una reunión de atletas cristianos en Portugal. Cuando comenzaron a compartir lo que les había ocurrido en los últimos días, uno de los jugadores nos impresionó con su historia. El día anterior (Navidad) había tenido entrenamiento, así que iba en el coche camino del estadio y no de muy buen humor. De pronto, recordó el texto bíblico: «Dad gracias en todo» (1 Tesalonicenses 5:18) y comenzó a agradecer a Dios: «Gracias Señor por tener que trabajar el día de Navidad». Cuando llegó al estadio llovía y hacía mucho frío, así que oró mientras corría con el resto de sus compañeros: «Gracias Señor por el frío y la lluvia». Terminó el entrenamiento y se quedó unos minutos más en el campo dando gracias a Dios por su vida y la vida de su familia… y cuando llegó a los vestuarios para ducharse, el agua caliente se había terminado, así que dijo: «Gracias Señor por una ducha fría en pleno invierno».
De repente se dio cuenta de que no estaba solo. Aunque era muy tarde, el capitán de su equipo estaba allí, sentado en el suelo, inmóvil, y repetía una y otra vez: «Estaba todo tan bien, todo era perfecto…». A nuestro amigo le impresionó escucharle, porque era el típico jugador que siempre se quejaba por todo, si llovía, si hacía calor, si jugaba, si no jugaba… Cuando se acercó a él, vio que estaba llorando. Le preguntó la razón y solo pudo contestar: «Mi padre acaba de morir, todo en mi vida era perfecto, todo estaba bien hasta ahora».
¡Cuánto nos cuesta agradecer! ¡Qué difícil para nosotros es dar gracias y reconocer lo felices que somos durante la mayor parte del tiempo de nuestra vida! Nos fijamos siempre en lo que nos falta y vivimos exigiendo más que agradeciendo. No solo somos infelices, sino que nos alejamos de Dios.
Romanos 1:18-23 nos enseña que la raíz del problema del hombre fue (¡y sigue siendo!) no honrar a Dios ni agradecerle. Cuando no damos gracias ni adoramos a nuestro Creador, llegamos a pensar que el mundo gira alrededor de nosotros, así que no necesitamos a Dios. Olvidamos que la vida no es nuestra, sino de él.
Cuando no agradecemos a Dios, caemos en razonamientos vanos (vanidosos, para que nos entendamos) y nos creemos con derecho a todo. ¡En el orgullo, la gratitud no existe! Esa fue la raíz del primer pecado de la humanidad, y sigue siendo la raíz de nuestro pecado hoy. No adoramos a Dios, así que buscamos otros dioses que le sustituyan. Cambiamos la belleza de Dios (Romanos 1:23) por imágenes, porque preferimos la copia antes que el original. La sombra antes que el calor de la gracia.
Cuando dejamos de ser agradecidos, perdemos la belleza. Dejamos de descubrir y de vivir aventuras, porque nos conformamos con cualquier cosa. Cualquier tontería nos entretiene. Con cualquier pasatiempo perdemos la vida. Cuando reaccionamos así terminamos destruyéndonos. El versículo 29 del mismo capítulo nos enseña que todos los pecados son consecuencia de nuestra ingratitud.
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