La campaña electoral es una auténtica “puesta en escena” más próxima al guión de una película que a la realidad que se nos debería presentar para tomar una decisión tan importante.
En este artículo me acercaré a un análisis de los cuatro principales candidatos a Presidente del Gobierno en las elecciones en España del 26-J.
No es que vaya a etiquetar como bueno, feo o malo a sus personas. Uso el título cinematográfico más bien para manifestar que la campaña electoral es una auténtica “puesta en escena” más próxima al guión de una película que a la realidad que se nos debería presentar para tomar una decisión tan importante, y que tendría que basarse en la realidad de las posturas de cada partido político.
Y sin más, vayamos en clave de humor al análisis de cada personaje principal de esta campaña.
En primer lugar, Rajoy. Su aparición es la de un superhéroe disfrazado de persona común. Pero bajo el traje de Mariano se esconde Euroman. Capaz de vencer los poderes del mal económico, trayendo el equilibrio a la fuerza. Sin él, la sociedad caería aplastada por la peor de las crisis imaginables.
Pero tiene un talón de Aquiles, la Korrupcionyta. Sus malévolos enemigos procuran ponerla cerca de su persona, pero él sale siempre volando ágil para evitarla (a veces terminando incluso en un campo de alcachofas en su huida).
A su lado, Pedro Sánchez. No es bueno, ni feo, ni malo. Es guapo. Es el galán de la campaña. Capaz de lanzar promesas que si las aceptases te llevarían al cambio total en tu vida, junto a él.
Promesas y seducciones que le llevan a concertar citas a ciegas (sin saber cómo acabarán). En unos casos, con mesa mantel y compromisos de fidelidad con papeles por medio (caso de Ciudadanos). En otros, amores pasionales (“Sólo quedamos tú y yo, Pedro”, le dijo mirándole a los ojos Pablo Iglesias); para acabar en un culebrón de celos y rupturas de relaciones nunca formalizadas.
¿Qué decir de Albert Rivera? El atractivo canalla de bien. Capaz de salir desnudo en un cartel de campaña, para luego esconderse recatadamente en trajes informales de perfecta raya y andares elegantes. Sonrisa seductora y sensata de aires modernos.
Árbitro de la elegancia política, capaz de sacar tarjeta roja igual a su derecha que a su izquierda, sabiendo que hasta la fecha él no juega en ningún gran equipo de gobierno.
Y Pablo Iglesias, el príncipe del Juego de Tronos (sin que haya logrado el suyo, de momento). Es el hombre de las mil caras. Capaz de aparecer como un perfecto bolivariano o griego tsiritzeño con la misma naturalidad que vestido de rojo chillón y rosa (socialista).
Puede caracterizarse de monstruo come-“niños bien” que de socialdemócrata dialogante. Ejerce con la misma convicción el papel del hijo que toda madre de izquierdas querría tener que la del vecino con el que soñaría cualquier okupa de bien (o de mal).
Y más allá de todas estas caracterizaciones, ¿qué es la verdad, que diría Pilatos? No nos lavemos las manos. Miremos los programas de cada partido. Ninguno se ajusta a los mínimos que –creo- un verdadero cristiano querría como proyecto de sociedad.
Pero a la vez, hay aspectos de justicia social, ética sexual, valores en torno al principio y al fin de la vida, sensatez responsable de aspectos básicos como las libertades y la sanidad pública, que deberíamos tener en cuenta.
Si no para votar al candidato y partido bueno de nuestros sueños, sí al menos por eliminación quedarnos con el menos malo (o el menos feo).
Porque lo que si dejó dicho Jesús es que igual que debemos dar a Dios lo que es de Dios, debemos dar al César lo que es del César. Y eso significa –entiendo- que votemos. Aunque sea en blanco. Pero votemos.
Para conocer el documento "Vota sabiamente" para estas elecciones, elaborado por el Grupo de participación en la vida pública de la Alianza Evangélica Española, descárgalo aquí.
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