La Biblia es la revelación divina de nuestra peregrinación terrena y habla el lenguaje de la eternidad.
Eulogio Palacios dijo en un artículo publicado en ABC de Madrid, que “la única historia en la cual podemos creer a pies juntillas, es la historia que nos narra la Biblia”. E Isaac Newton escribió también diciendo que “hay más señales de autenticidad en la Biblia que en historia profana alguna”.
La Biblia es un libro de Historia. La suya es la historia del hombre contada por Dios. No es, como ocurre con los demás textos que tratan este tema, la expresión del pensamiento ni de la voluntad del hombre. Es la revelación divina de nuestra peregrinación terrena y habla el lenguaje de la eternidad. En esta historia no se miente, ni se falsea, ni se exagera; no se alaba ni se condena; no se ensalza ni se humilla. Se describen los hechos y los personajes con clara objetividad, con imparcialidad rigurosa, con absoluta autenticidad. En sus páginas se entrelazaron del centro a la circunferencia los siglos, y todo cuanto describe ha tenido por escenario los cielos y la tierra. La caída y la redención del hombre es su tema principal.
Es cierto que en la redacción de la historia bíblica intervinieron seres humanos, con los defectos inherentes a todo mortal; pero estaban dirigidos e inspirados por la mente de Dios. Una ilustración hará esta idea más comprensible. Los grandes bloques de piedra que forman las fachadas de El Escorial no fueron labrados, como se sabe, en el lugar de la construcción, sino en las propias canteras. Una vez labrados, fueron transportados en grandes carretas tiradas por bueyes al lugar donde se construía el colosal monasterio, y allí se comprobaba que estos grandes bloques encajaban perfectamente unos con otros. Esta perfección se debía a que una mente directora se cuidaba de dirigir a los operarios en las mismas canteras, y esta hábil dirección hacía posible la unión de todas aquellas rocas en el lugar de la construcción.
Para levantar los pilares de la historia bíblica hicieron falta instrumentos humanos, pero en la armonía, exactitud y maravillosa composición que refleja la historia terminada se advierten los dictados de la mente de Dios, ordenándolo y dirigiéndolo todo por su Espíritu Santo.
En el Quijote hay también historia. Fielding ha dicho que “no hay libro que merezca el nombre de historia mejor que el que contiene las hazañas del famoso Don Quijote; ni aún el de Mariana. Porque la obra de Mariana está limitada a un período particular y a una nación; pero Don Quijote es la historia del mundo en general”. (1)
Es la historia del mundo contada a lo mundano por uno de sus grandes hombres. La Biblia es la historia del mundo contada a lo divino por el Creador del cielo y de la tierra.
POESÍA
La Biblia, libro de historia, lo es también de poesía. Es una poesía que responde a la forma de paralelismo más que a ninguna otra. Se advierte cierta correspondencia en el pensamiento y en el lenguaje de los autores que escribieron en diferentes épocas y esta unidad de conceptos y hasta de palabras resalta el valor de la inspiración bíblica.
Refiriéndose a la poesía de la Biblia, uno de sus estudiosos ha dicho que “la nerviosa simplicidad hebrea impide que el paralelismo degenere en monotonía. Al repetir la misma idea en diferentes palabras, parece como si se diera vueltas a un precioso ópalo, que ofrece nueva belleza a cada nueva luz en que se mira. Sus amplificaciones de un pensamiento dado son como los ecos de una solemne melodía; sus repeticiones, como el reflejo de un paisaje en el arroyo; y sus preguntas y respuestas, al par que dan efecto como de cosa viva a sus composiciones, nos recuerdan las voces que alternan en el culto público, al cual se adaptaron de una manera marcada”. (2)
La belleza poética de los Salmos, siempre lozanos, siempre actuales; la descripción viviente del dolor y de la reconciliación en el libro de Job; las sentencias moralizantes de los Proverbios; el desengaño de la vida y la vanidad de lo terreno en el Eclesiastés; la tierna poesía amorosa en el Cantar de los Cantares, con sus imágenes fuertes, atrevidas; todo eso y otros importantes pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento hacen de la Biblia un libro poético, de poesía auténtica, sincera y sublime, a la vez que sencilla.
En el Quijote, historia y poesía aparecen unidas en lazo indisoluble. Estudiarlas allí separadamente sería tarea imposible, fuera de las indicaciones preceptistas, bien aprendidas y mejor superadas. Cervantes acierta en la creación de la novela realista a combinar maravillosamente los dos elementos, el vivido y el imaginado. Y acierta porque, como decía Klein, el auténtico poeta pinta el fondo y cada una de sus partes de una sola pincelada, pues como Dios creador no concibe primero la idea del mundo en la mente y después le da forma, sino que idea y forma las funde y desarrolla en uno.”
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(1) Alberto Sánchez en “Historia y poesía en el Quijote”, Cuadernos de Literatura, marzo-junio 1948, página 157.
(2) Angus y Green en “Los libros de la Biblia”, página 220.
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