La madre de Moisés fue una mujer valiente. Porque se atrevió a desafiar la orden del rey, que era entregar a todos los hijos varones a la muerte.
Una de las frases más conocidas que se usan para resaltar el papel de una madre anónima, cuando su hijo ha sido alguien famoso, es la de que ‘detrás de cada gran hombre hay una gran mujer.’ Ciertamente no cabe duda de que Moisés fue un gran hombre y su figura llena páginas y páginas de la Biblia. En cambio de su madre hay contadas referencias, cinco en total, de las cuales solamente en dos es citada por su nombre, que era el de Jocabed. Pero ¿fue ella una mujer grande? Si medimos las cosas con los parámetros humanos tal vez no veamos demasiada grandeza, pero la captaremos si nos fijamos más detenidamente en el siguiente relato de Éxodo 2:1-10.
La madre de Moisés fue una mujer valiente. Porque se atrevió a desafiar la orden del rey, que era entregar a todos los hijos varones a la muerte. Era un mandato diabólico, porque buscaba la destrucción de todo un pueblo, lo que hoy denominaríamos un genocidio. A lo largo de la historia ha habido gobernantes que han mandado cosas abiertamente contrarias a la ley de Dios. Desobedecerlos no es delito; tal vez lo sea ante los hombres, pero no ante Dios. De hecho, las parteras hebreas que desobedecieron la orden del rey fueron bendecidas por Dios. Eso significa que el precepto que tenemos de someternos a las autoridades no es absoluto y tiene sus límites. Aquí tenemos a una mujer valiente, porque al hacer lo que hizo arriesgó su propia vida.
La madre de Moisés fue una mujer de fe. Porque creyó que más allá del poder de Faraón había otro poder más grande, que podía salvar a su hijo. Alguien sin fe simplemente se habría rendido a la evidencia y la evidencia era que el poder de las tinieblas era absoluto en aquella nación de Egipto. Por lo tanto, que no había salida, que todo estaba perdido. En algunos momentos de la historia, ante situaciones desesperadas, ha habido infanticidios y suicidios colectivos (Masada, Sagunto) que han testificado que era mejor morir a manos propias que permitir que el enemigo se saliera con la suya. Pero aquí tenemos a una mujer que cree. Ella miró al niño y vio algo en lo que otra podría haber visto nada más que una ocasión perdida, un proyecto frustrado. Pero esta madre vio futuro y desarrollo, porque no miró con los ojos de la carne sino con los de la fe, de la fe en el Dios de Israel.
Seguramente, en aquellas circunstancias, muchas madres se estarían preguntando: ¿Dónde está Dios? ¿Dónde sus promesas? ¿Cómo permite que estemos pasando por esta insoportable situación? Probablemente a estas alturas habría muchas que ya habrían perdido la fe. Pero esta mujer seguía creyendo, a pesar de la abrumadora evidencia en sentido contrario. Creía en la providencia de Dios, esto es, su gobierno, por encima del de Faraón. No creyó en la suerte ni en el azar sino en Dios.
La madre de Moisés fue una mujer sabia. Porque tomó medidas para ver lo que ocurriría al dejar al niño en la cesta en el río. Por cierto, que esta misma sabiduría es demostración de su fe, porque ¿para qué tomar medidas sobre algo que no se cree vaya a suceder? Así que aquí estamos ante alguien cuya fe es seguida por la acción. Por eso pone allí cerca a la hermana del niño, para que vigile la escena. Se trata de una acción sabia, porque imaginemos por un momento que no hubiera actuado así. El niño se habría salvado igualmente, pero ¿habría tenido ella la oportunidad de criarlo? No. Y entonces toda la historia de Moisés hubiera sido diferente sin ese pequeño pero gran detalle. La sabiduría de esta madre nos enseña que aunque hay cosas que están más allá de nuestro alcance, y por tanto tenemos que dejarlas en las manos de Dios, hay otras que entran dentro de nuestra responsabilidad y es nuestro deber realizarlas. Eso es sabiduría.
La madre de Moisés fue una mujer maestra. No sólo alimentó físicamente a su hijo sino que también lo nutrió espiritualmente. Fue ella quien puso los primeros estratos formativos en aquel niño. Después vendrían otras influencias en su vida, como las de su madre adoptiva, la corte de Faraón, la cultura de los egipcios, etc. Pero aquí hay una huella, una semilla, que va a quedar para siempre. Durante aquellos años, cortos pero intensos, la madre de Moisés no perdió el tiempo. Sabía que tenía poco y había que aprovecharlo. Si Moisés, llegado a adulto, supo que los israelitas eran sus hermanos, es porque indudablemente su madre se lo había dicho. Ella hizo una diferencia a través de su enseñanza. ¿Es difícil imaginar a esta mujer orando por su hijo y encomendando su futuro a Dios? Del mismo modo que lo había encomendado al depositar la cesta en la orilla del Nilo, también ahora lo hace, en el momento de desprenderse de él y entregarlo a su madre adoptiva.
Sí, verdaderamente en el caso de Moisés se cumple el dicho de que ‘detrás de cada gran hombre hay una gran mujer’. Claro que la grandeza de Moisés no hubiera sido posible si detrás y delante de Moisés no hubiera habido un gran Dios.
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