Cuando se analiza detenidamente la propuesta se descubre que la fuente de donde procede es mala, que lo ofrecido es un señuelo y que el medio a ser usado es perverso.
En Internet se puede conseguir casi de todo, incluidos títulos académicos falsos como si estuvieran expedidos por centros educativos de prestigio. Así que se puede ser licenciado o doctor en esto o aquello, sin haber hecho la carrera. Se trata de un atajo para llegar a la meta sin tener que dar rodeos y sin hacer los esfuerzos necesarios para conseguir un título legítimo.
La búsqueda de atajos es un método recurrente que ocurre en prácticamente todas las facetas de la vida. Está el deportista que se dopa para lograr el preciado triunfo; el hombre de negocios que defrauda para multiplicar sus ganancias; el político que hace promesas irrealizables para conseguir votos; el contribuyente que falsifica las cifras para sacar provecho. El atajo sortea la honestidad a fin de obtener una ganancia rápida y fácil. Se trata de una quiebra moral, pues se elude el camino de la rectitud, pero al mismo tiempo se codicia la remuneración de dicha rectitud. La esencia del atajo consiste en pretender ser lo que no se es, para recibir lo que no se merece.
Toda tentación, en último análisis, es un atajo y en ese sentido el cristiano está expuesto a toda clase de atajos, o recorridos más cortos y cómodos, que apelan a su entendimiento y voluntad, para que actúe de manera desordenada. Pero hay un modelo que tenemos, en esto como en todo, para saber qué hacer y cómo hacer cuando la seducción del atajo se presenta ante nosotros.
El escenario era un desierto y el tentador se presenta para ofrecerle un atajo al que había venido para ser rey. Ya había habido claros anuncios de que lo era, como cuando al poco de nacer, unos hombres venidos de oriente le buscaron, trayéndole presentes propios para un rey y rindiéndole tributo de adoración. Y años después, en ese mismo desierto, un hombre vestido de pelo de camello había anunciado a todos la llegada del reino.
Pero a pesar de esos indicios pasados, ahora cabía preguntarse dónde estaba ese reino. Porque toda la evidencia práctica no mostraba ninguna prueba de su realidad. Lo único que había en ese escenario era una extensión vacía de desierto. ¿Era ese el reino anunciado? ¿Qué clase de rey eres tú? ¿Dónde está tu esfera de influencia? ¿Dónde tus mecanismos de poder? ¿Y tus siervos? Y aquí es donde viene la tentación con toda su fuerza seductora, al presentarle al candidato todos los reinos del mundo, en su brillo y esplendor. La grandeza, la fama, el triunfo y la exaltación son los ingredientes que destacan. Y lo mejor de todo es que se puede conseguir instantáneamente.
¡Qué oferta! Cambiar un desolado páramo por un imponente imperio mundial en un momento. ¿Cómo dejar escapar esa propuesta, que tienes a mano y que te sirven en bandeja? Es pasar de la nada al todo sin esfuerzo. Evitas el sufrimiento, el rechazo y el trago amargo e infamante de la cruz. Y consigues lo que querías. Sólo hay una, que parece casi insignificante, condición: Adorar al tentador.
Este es el atajo. Un simple gesto y lo tendrás todo. Parece que no hay más que ventajas. Pero cuando se analiza detenidamente la propuesta se descubre que la fuente de donde procede es mala, que lo ofrecido es un señuelo y que el medio a ser usado es perverso. Y aquí es donde vemos la reacción, por parte del tentado, ante el atajo propuesto.
En primer lugar vemos lo que no fue esa reacción. No fue una negociación, para ver si había alguna manera de revestir de obediencia lo que en realidad sería desobediencia; para tratar de llegar a un acuerdo que no le comprometiera demasiado; para encontrar una solución intermedia. Un arreglo, un método, que por un lado permitiera al tentado lograr lo prometido y por otro le salvara la cara ante terceros.
En segundo lugar vemos lo que sí fue esa reacción. Un rechazo absoluto, sin paliativos y sin titubeos, del atajo. Pero un rechazo fundamentado en una palabra que para el tentado era el principio determinante de su vida. Una palabra que le enseñaba que la condición requerida para la obtención de la oferta era la violación flagrante de un mandato supremo, ante el cual no había componendas posibles ni terceras vías. Como consecuencia, enérgicamente despachó al tentador y su atajo.
Tras ello, el tentado recorrió el duro camino que pasaba por la cruz para alcanzar legítimamente no un sucedáneo de reino, sino el auténtico, y no de manos de un usurpador, sino de la autoridad válidamente establecida.
Las pautas por las que funciona hoy la seducción del atajo siguen siendo las mismas: Presentación seductora, promesa deslumbrante y condición aparentemente inocua. Pero dejarse embaucar tiene resultados letales. Por el contrario, resistir y vencer tiene recompensa perdurable, tal y como Jesús muestra.
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