Ataviada de humildad

Huiría de esta tristeza si supiera la forma de hacerlo. La abandonaría para volver a tierras fértiles. Pero… imposibilitada estoy para ello. He de aguardar, esperar a que pase la tormenta y pueda así recoger el fruto de mi dolor. He de permanecer en silencio oyendo con precisión los sones que marcas y hacen que mi corazón palpite con la regularidad que debe, aún cuando se siente desgarrado.

Contadas están mis lágrimas. Ninguna de ellas cae sin que tú tengas conocimiento de su recorrido.

Guardadas en tu redoma, las maceras para obtener el bálsamo que curará la herida que las provoca.

Aunque son dolorosas de verter y crean en mí un inconmensurable desasosiego, es necesario que las derrame ante ti, sólo así enjugaré mis ojos y veré con claridad lo que deseas mostrarme.

Descanso al pensar que estás ahí, que llevas las riendas de este duro proceso de adaptación. Estás vigilante, con ganas de mostrar lo que yo ansiosamente quiero ver.

No sé hasta dónde puedo llegar, tú si lo sabes. Dependo de ti.

Prescindo de mis anclajes para dejar que seas tú quien usurpes mi vida y tomes el control de todo cuanto en ella hay.

No quiero moverme con temores infundados, especulando sobre temas que ya han sido resueltos, volver a emitir preguntas contestadas.

Quiero descubrirme en ti. Desnudar mi yo para que tú me muestres en realidad quien soy.

Mis retinas, cansadas de buscar imperfecciones, ansían ser limpiadas para ver con claridad. En tanto este ejercicio llega a producirse, busco tus ojos para contemplarme a través de ellos. Examinarme con ternura, con la querencia de quien descubre a un ser cercano del que ha sido apartada. Con el afecto de un amigo que se sorprende en la mirada de otro amigo y apresa con ímpetu un veloz recuerdo que le lleva de vuelta al hogar.

Quiero encontrarme en ti y verme en la plenitud que tú me ves.

Anhelo encontrar en la tersura de tus manos las caricias que han de mermar mi inquietud, el bálsamo preciso para paliar mi dolor, las palabras justas para hacer que los sones a los que atiendo queden en silencio ante el estruendo de tu voz.

Espero.

Tú sabes cuándo, cómo. Tú tienes el control, por lo tanto ¿Qué he temer?

Sigues guardando en tu redoma todas las lágrimas que vierto, contadas están todas ellas. Lágrimas que harán de mí una persona muy distinta, una mujer con convicciones más profundas. Una mujer que eliminando obstáculos logrará arreglar el desorden que hoy la invade para poder llegar hasta ti ataviada de humildad.