Lo imposible es la sorprendente, pero verdadera historia de una familia española que sobrevivió al tsunami en Tailandia, el año 2004. La madrileña María Belón se convierte en el cine en Naomi Watts –nominada al Oscar como mejor actriz–. La película –dirigida por el catalán Juan Antonio Bayona, Premio Goya al mejor director– está hablada en inglés, aunque es una producción totalmente española. Estrenada estas navidades en el resto del mundo, sale ahora en DVD, pero se mantiene todavía en cartel –se ha convertido de hecho en la película más taquillera del cine español–, aunque no ha recibido aquí tan excelentes críticas como en Estados Unidos –donde Roger Ebert la ha calificado como una de las mejores del año pasado–.
Ninguna película se debe juzgar por su tráiler, menos aún ésta. Lo que uno espera encontrar, cuando va a ver
Lo imposible, es un film de desastres, saturado de efectos especiales. Esta es, sin embargo, una historia donde los afectos son más importantes que los efectos digitales. No se busca el impacto fácil, ni el más difícil todavía. Cuando el tsunami arrasa el recinto hotelero, te impresiona, pero la espectacularidad está contenida. Llena de detalles y planos aéreos, la perspectiva es la del ojo divino, que mira el desastre desde arriba, mientras uno permanece ciego a sus propósitos.
El film comienza y acaba con un avión volando sobre un océano tranquilo, silencioso e inmenso. Es una poderosa imagen, que uno se lleva consigo de este emotivo relato sobre el caos que desgarra a una familia. Un momento, todo es idílico en este lugar de vacaciones paradisíaco. Un instante después, todo se destroza, en la cruel devastación de una horrible carnicería.
Estamos ante una realidad abrumadora. La sensación de pérdida, que logra transmitir esta historia, muestra cómo todo lo que tienes, te puede ser arrebatado cuando menos lo esperas.
¿IMPENSABLE?
"– Pero, ¿por qué no grita de dolor ahora? –le preguntó Alicia, preparándose para llevarse las manos otra vez a los oídos.
– ¿Para qué?, si ya me estuve quejando antes, todo lo que quería --contestó la Reina
– ¿De quéme serviría hacerlo ahora todo de nuevo?...
– ¡Ay, si no estuviera tan sola aquí!
–se quejó Alicia con voz melancólica; y al pensar en lo sola que estaba dos lagrimones rodaron por sus mejillas.
– ¡Oh, no te pongas así!
–le gritó la pobre Reina retorciéndose las manos de desesperación. Piensa que eres una niña muy grande. Piensa que hoy has hecho un camino muy largo. Piensa en la hora que es. Piensa cualquier cosa, ¡pero no llores!
Al oír esto, Alicia, en medio de sus lágrimas no pudo evitar la risa.
– ¿Puede usted dejar de llorar si piensa en otras cosas?
–preguntó.
– Así es cómo se hace
–dijo la Reina con gran decisión
–: Nadie puede hacer dos cosas a la vez, sabes... Para empezar, veamos tu edad... ¿Cuántos años tienes?
– Siete años y medio, para ser exacta.
– No es necesario que digas exactamente, te creo. Y ahora te voy a decir algo que tienes que creer: tengo ciento y un años, cinco meses y un día.
– ¡No puedo creerlo!
–exclamó Alicia.
– ¿Que no?
–dijo la Reina con tono de conmiseración
–. Prueba otra vez: respira hondo y cierra los ojos.
Alicia se echó a reír.
–No vale la pena que lo pruebe
–dijo
–, no se pueden creer cosas imposibles.
– Me atrevo a decir que no tienes mucha práctica
–dijo la Reina
–. Cuando yo tenía tu edad, lo hacía siempre media hora al día. A veces, llegué incluso a creer en seis cosas imposibles antes del desayuno.”
(Lewis Carroll /
A través del espejo)
NUESTRA FRÁGIL CONDICIÓN
Cuando lo imposible ocurre, se cumplen nuestras peores pesadillas. Porque ¿es acaso impensable, lo imposible?
Bayona nos presenta con emoción, la frágil condición del ser humano: "Lo que narra
Lo imposible es el final de un mundo, nuestro mundo, ese mundo en el que pensamos que la vida es segura, que somos inmortales, que las cosas materiales nos van a prolongar la satisfacción para siempre."
En momentos de tensión y adversidad, inevitablemente pensamos en Dios. Si Él existe, ¿por qué ocurren estas cosas? Dios es el Creador y Sustentador de todo lo que existe, ¿cómo entender entonces, tales desastres? La Biblia dice que vivimos en un mundo roto. La Caída (
Génesis 3) ha afectado a la Creación. Tiene implicaciones cósmicas. Vivimos en un universo que gime (
Romanos 8:23). La muerte forma ya parte del orden natural. No vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Cuando una torre se derrumba en Siloé y mata a dieciocho personas, Jesús pregunta: “¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?”. Su respuesta es contundente: “No” (Lucas 13:2). El tsunami no es un castigo especial a las personas que viven en la zona afectada. Ahora bien, todo desastre apunta a un juicio final. Por eso Jesús añade: “si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.
Como las plagas sacaron a la luz el verdadero corazón de faraón, así los terremotos revelan la realidad de nuestra condición humana.
Como dice
Wenceslao Calvo, nos muestran “la contingencia de las cosas, incluso las más aparentes y magníficas que, en cuestión de minutos quedan reducidas a nada”. Ya que “lo mudable y pasajero de este mundo” es “algo que tenemos la tendencia a olvidar”. Así el tsunami –observa
Manuel Suárez– “hace al ser humano plenamente consciente de su vulnerabilidad, le sacude y le hace perder toda falsa seguridad”.
SEÑALES DEL FIN
Los terremotos son señales, que apuntan a algo (Lucas 21:11). Cuando la tierra se conmueve, se anuncia el fin. En Apocalipsis vemos que un seísmo hace a los reyes de la tierra conscientes del peligro en que se encuentran. Descubren así su impotencia y gritan a los montes: “caed sobre nosotros y escondednos del rostro de Aquel que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero” (6:16). Ya que, aunque Dios se revela manso en el Cordero, también se muestra airado como el León de Judá. Ese día, “¿quién podrá sostenerse en pie?” (v. 17).
La paz y la ira se unen en la cruz del Calvario. Por eso un temblor de tierra desvela la majestad del Crucificado. El centurión y sus acompañantes, “visto el terremoto, temieron en gran manera y dijeron: verdaderamente este es el Hijo de Dios” (
Mateo 27:54). Por eso el carcelero de Filipos clama, ante el seísmo: “¿qué debo hacer para ser salvo?” (
Hechos 16:30). El dolor se convierte –como dice Lewis– en “el megáfono de Dios”.
Dios anuncia una nueva creación en la que el cielo y la tierra ya no estarán separados. Cristo no ha venido sólo a salvar a muchas personas, sino a redimir a la creación de los efectos del mal. Dios no habrá acabado su obra hasta que el universo entero sea limpiado de los resultados de la caída del hombre.
EL FUTURO DEL PLANETA
La agonía del gran planeta tierra no nos puede hacer olvidar
El futuro del gran planeta tierra, cuando la tierra esté llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar (
Isaías 11:9;
Ezequiel 47:5;
Habacuc 2:14). Dios ha prometido al hombre que la tierra será su morada y su herencia. La esperanza cristiana no es el estado temporal de un cielo, donde vivimos como almas desencarnadas, sino “un nuevo cielo y una tierra nueva” (
Isaías 65:7;
Apocalipsis 21:1).
La resurrección anuncia un cosmos renovado. Por lo que la creación espera con anhelo ardiente, el día en que será liberada de la esclavitud de la corrupción (
Romanos 8:19-21). Así como hay discontinuidad entre este cuerpo presente y el resucitado, también la hay entre la tierra actual y la futura, pero eso no significa que no sea un auténtico cuerpo –como dice Pablo en 1
Corintios 15– y una verdadera tierra –“en la que mora la justicia” –. Es “la restauración de todas las cosas” (
Hechos 3:19-21).
En ese mundo, el mar ya no existe más (Apocalipsis 21:1), porque para los judíos, el mar es una amenaza. Su desaparición es la ausencia de cualquier cosa que interfiera con la armonía del universo. Ya no habrá más lágrimas, ni muerte –como en Lo imposible–, sino un reencuentro aún mayor que el de una familia unida: la comunión directa y continua con el Dios que está en el centro de esa nueva tierra. Ver su rostro será la mayor alegría, porque su amor es eterno.
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