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Mujer y Biblia (3)
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Hombres y mujeres por naturaleza

El machismo que es producto del pecado no es una bendición para los hombres que lo viven: Nada más lejos de la verdad.

AMOR Y CONTEXTO AUTOR Noa Alarcón Melchor 04 DE ABRIL DE 2016 11:38 h


Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús.



Gálatas 3:28, NTV




No sería propio tratar el tema de la mujer en Biblia sin hablar del lugar del hombre en la revelación del evangelio, en su interpretación a lo largo de los siglos y de su papel en la sociedad. Al fin y al cabo, esta serie no pretender ser más que un pequeño acercamiento a la cuestión de la fe desde la perspectiva de cómo nos influye nuestro género, y el ser humano está dividido en dos géneros por naturaleza. Mejor dicho, creo que es una perspectiva de cómo la ordenación social del género influye en nosotros y en nuestras relaciones, también dentro de la iglesia. A lo que me refiero es a que la ordenación en la sociedad de hombres y mujeres ha influido, influye y seguirá influyendo en nuestra ordenación dentro de la comunidad de la iglesia, aunque no tendría que ser así.



El versículo que cito al comienzo del artículo es claro: esa distinción entre hombres y mujeres no existe según la nueva vida en el Espíritu. Lo dice Pablo en el siglo I y esa verdad no ha cambiado siglos después, porque el Espíritu (al igual que el Padre y el Hijo) sigue siendo el mismo. El Espíritu Santo que viene a habitar dentro de nosotros al creer el mensaje de Cristo es el que marca la pauta de las nuevas relaciones, y todo el Nuevo Testamento es el testimonio de esa verdad.



Ha habido muchas maneras de interpretar este versículo; hay quienes opinan que al decir esto Pablo se contradice con otros textos como 1 Timoteo 2; hay quienes opinan que en este caso solo se está refiriendo a la salvación, pero no a la ordenación en el culto de la iglesia, o en las relaciones humanas. Sin embargo, si hemos de ser sinceros, lo que dice es lo que dice, y no se puede torcer. Alude a una verdad universal, y la aplicación de esa verdad también es universal. De eso hablaremos luego. (Estoy usando la Nueva Traducción Viviente en este caso, pero se puede seguir el hilo en otras versiones).



Para empezar, la verdad es que, si la cuestión de la mujer en la sociedad es un tema difícil, necesariamente la cuestión del hombre tiene que serlo, porque formamos parte de la misma naturaleza. El error es pensar que lo que afecta a las mujeres no afecta a los hombres, y viceversa; porque, aunque pecamos y estamos lejos del plan original, la mayor parte de nuestras vidas suceden dentro del marco que Dios dispuso en la creación para nosotros: vivir en compañía, interrelacionados, siendo hombres y mujeres el “tú” unos de otros. El machismo que es producto del pecado no es una bendición para los hombres que lo viven. Nada más lejos de la verdad. Los hombres son tan presas de esas creencias alejadas de la verdad de Dios como lo pueden ser las mujeres. Porque algo que atenta contra una parte de la humanidad, en realidad, no puede evitar atentar contra toda la humanidad. Quienes abusan de los niños y los esclavizan, o los abortan, están atentando contra su propia descendencia, contra la supervivencia de su estirpe. Ningún animal de la naturaleza lo hace (es cierto que algunos hámsteres se comen a sus crías cuando no tienen espacio en la jaula, pero al menos esperan que hayan nacido). Los hombres que violan a las mujeres o que acuden a prostitutas atentan contra su propia carne. Una sociedad que considera que ser femenino es algo negativo (“Compórtate como un hombre”, “Corres como una niña”) está negando la mitad de su propia condición. Puede parecer muy básico, pero hemos de partir de ahí.



La ordenación de la sociedad humana desde la salida del Edén ha estado marcada por la sentencia (más bien la advertencia) que Dios dispuso. La tierra es maldita y el hombre tendrá que luchar por vivir en ella (Gn 3:17), ¿acaso pensamos que esto beneficia a las mujeres? Más bien no, supone una condena para ambos. ¿Entonces por qué pensamos que la sentencia de que el hombre gobernará sobre la mujer es una ventaja para el hombre? Más bien, en la misma medida, supone un punto de tensión entre ambos: supone que sus relaciones se verán afectadas hasta lo más profundo. Supone que, aunque nos hayamos acostumbrado a vivir así, esta forma de vida no obedece a aquello para lo que hemos sido creados, y sufrimos las consecuencias hasta límites que no nos podemos ni imaginar.



Si el papel de la mujer dictado tradicionalmente por la sociedad no honraba a Dios (negando sus capacidades, relegándola de lugares destacados), es de suponer que el papel tradicional adjudicado al hombre tampoco lo honra. No se suele hablar de esto porque, como señalan muchos antropólogos, el conflicto de la mujer sale a la luz porque ella se encuentra en la posición de inferioridad, y el hombre, en situación de poder y superioridad, no se ve impelido a quejarse. Sin embargo, el conflicto está ahí, igual que está el pecado siempre presente, aunque no se perciba.



¿Qué se espera de los hombres? Cuando hace algún tiempo me detuve en estudiar la literatura romántica me di cuenta de que el ideal masculino está igual de pervertido que el femenino. Los hombres de esta clase de libros son todos altos, guapos, musculosos, misteriosos y desprenden un halo de fortaleza y virilidad. La realidad es que los hombres bajitos, sensibles y con tendencia a la alopecia también enamoran a las mujeres, del mismo modo que los hombres no solo se enamoran de rubias despampanantes, sino de mujeres con tendencia a la celulitis o con kilos de más, o sin una sola curva. Es decir: la realidad dista mucho del modelo, pero el modelo se impone, nos condiciona y nos inculca un listón demasiado alto que nos hace sufrir y nos debilita. Las mujeres se esfuerzan por parecerse a las modelos de las revistas, aunque no se pueda luchar humanamente contra el Photoshop. Los hombres, por su parte, no sufren menos, solo que no se habla de ello. En la autobiografía de Ron Kovic Nacido el 4 de julio, el autor habla de que él se quedó lisiado por culpa de John Wayne. Cuenta que ese ideal de las películas del actor, del hombre que va a la guerra como quien baja a comprar el pan, ocultando el dolor y las verdaderas consecuencias de los conflictos armados, le llevaron a creer que él encontraría su realización como persona, que “sería un hombre de verdad”, alistándose para luchar en Vietnam. Las películas no reflejaban la realidad con la que él se encontró, y no estaba preparado. Le habían educado para ser una clase de hombre que era irrealizable.



¿Cuántos hombres se han suicidado desde el comienzo de la crisis por haber perdido sus empleos, sus negocios o haberse visto abocados a un desahucio? Y esto es así porque se les ha inculcado que su único papel en la vida, su identidad como hombres, viene de qué clase de trabajo tienen, cuánto dinero ganan, de que son ellos quienes “aportan el dinero para sus familias”. ¿Cuántos divorcios ha habido porque, debido a la situación económica, muchas mujeres han empezado a cobrar más que sus maridos y éstos se han sentido menospreciados? El problema no está, en como claman los adalides del neomachismo (sí, eso existe y hay hombres que se sienten orgullosos de pensar así, pero es un submundo demasiado oscuro como para adentrarnos en este breve espacio) en que la mujer deba “volver a su lugar original” y devolverles a los hombres su papel predominante en la sociedad, “como debe ser”. El problema está en que estos hombres están lejos de conocer su verdadera identidad como seres creados a imagen y semejanza de Dios, y buscan su realización, el sentido de sus vidas, en las disposiciones de género.



A un nivel más bajo, creo que tanto hombres como mujeres imponemos ese modelo en los hombres de forma inconsciente.



Desde mediados de los años ochenta la antropología y la sociología (así como estudios adyacentes, como el análisis del cine y la televisión) empezaron a fijarse en que la brecha abierta por los movimientos de derechos civiles que desembocaron en el fin del apartheid y en los movimientos feministas abrieron también la visión acerca de cómo el género nos condiciona y nos roba cierta clase de libertad. El algo tan simple como que hoy en día las mujeres pueden ponerse pantalones y nadie se ofende, pero los hombres no pueden ponerse falda porque a todos nos parecería que están locos o que tienen un problema grave en su masculinidad. Esa es la cuestión.



¿Qué es lo que el Señor nos anima a creer? ¿Cómo nos pide la Biblia que renovemos nuestro entendimiento a este respecto? Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer. La ordenación social no está por encima de nuestra condición espiritual, y la iglesia debe ser el reflejo de esa sociedad de hombres y mujeres, de toda condición económica y nacionalidad, unidos en Cristo. Que no haya judío ni gentil quiere decir que la salvación es para todos, no solo para los judíos. En eso Pablo tuvo que enfrentarse a muchos en su época para poder defenderlo, pero él estaba convencido de que era cierto y en el pasaje de Gálatas 3 lo defiende con referencia a la historia de Abraham y a la promesa que le hizo Dios. Ya tampoco existen los esclavos y los libres, es decir, una separación social basada en la clase social y en la condición económica. Dios no nos cataloga por el dinero que tengamos o la capacidad de nuestras cuentas corrientes, porque tengamos un trabajo de peón de fábrica o de directivo; nosotros, los seres humanos, sí lo hacemos. Y lo hacemos todo el tiempo. Clasificamos absolutamente todo lo que pasa por delante de nuestros ojos, y las personas no son menos. Todos vivimos sobre ese prejuicio. Ser barrendero es igual de digno que ser director de empresa, pero nosotros no lo consideramos así. Esa es la verdad.



Por supuesto, esta nueva libertad en Cristo tiene que ver con nuestra salvación. El tema consiste en entender qué envergadura tiene nuestra salvación. ¿Supone una cuestión solo de la vida después de la muerte? Parafraseando 1 Corintios 15:19, si solo creemos en Cristo para la vida futura, somos los más dignos de lástima de todo el mundo. Es cierto que Pablo se está refiriendo a lo contrario, a que los Corintios solo creían en la renovación presente, y dudaban de la resurrección y la vida en el más allá. Ahora estamos al revés: ponemos toda nuestra esperanza en la vida en el más allá, en lo que ocurrirá cuando muramos, pero a veces hemos llegado a creer que la salvación no tienen ninguna implicación en nuestra vida presente, que no nos transforma la vida cotidiana. Nada más lejos de la realidad, como toda la carta de Gálatas explica. “Vivimos por el Espíritu”, repite la Biblia una y otra vez. Eso es presente, no futuro. Así pues, no puede entenderse solamente como que ya no hay hombre ni mujer, pero solo en nuestro acceso a la salvación. Si creemos que lo que dice la Biblia es verdad, hemos de creer necesariamente que la salvación comienza aquí y ahora, en nuestras vidas presentes en las que, en Cristo, ya no hay distinción entre hombres ni mujeres. Otra cosa es lo que siga pasando en la sociedad, allá afuera, entre aquellos que aún no le conocen. Pero eso es otro tema. Nosotros conocemos la verdad y no podemos omitirla.



Existe paz, armonía y esperanza en las relaciones entre hombres y mujeres cuando se viven desde la vida en el Espíritu, tanto para las mujeres como para los hombres. Para mí, un hombre de Dios, un auténtico varón de Dios, son aquellos hombres (que ya conozco) que no necesitan ponerse en oposición a la mujer para sentirse realizados, que no sienten su autoridad ni su valor cuestionados frente a las mujeres, sino que saben quiénes son en Cristo y nada puede moverles de ahí. Cuando dentro de la iglesia vemos a hombres (y a mujeres) molestos, incómodos y reticentes por la presencia de mujeres en lugares que “les pertenecen a los hombres”, estamos viendo el síntoma de un problema en su vida espiritual. Creo que podríamos enfocar muchos problemas de la iglesia desde esta perspectiva de ofrecer amor, entendimiento, discipulado y verdad a estos hombres (y mujeres) y se solucionarían muchas cosas.



La idea central del texto de Gálatas es entender que no podemos, ni debemos, estar enfrentados unos contra otros. Ni judíos contra griegos, ni esclavos contra libres, ni hombres contra mujeres. Las imposiciones, sean las que sean, que defienden la separación y el sometimiento de una parte frente a la otra, suspenden la libertad que tenemos en Cristo. La explicación a este texto está en otra carta de Pablo, 1 Corintios 7:21 dice: “¿Eres un esclavo? No dejes que eso te preocupe; sin embargo, si tienes la oportunidad de ser libre, aprovéchala”. En Cristo, no salimos de la sociedad en la que vivimos, pero sí volvemos a la condición que perdimos al salir del Edén, donde no había nacionalidades, no había esclavos y no había distinción entre hombre y mujer. No podemos entender este texto de otra manera. Y creerlo así implica plantearnos qué creemos nosotros que es un hombre, y qué creemos que es una mujer.



Para Dios, no somos diferentes. Sí, somos peculiares, específicos en algunos términos. Que el cerebro de las mujeres, dicen, esté más predispuesto a las relaciones humanas y el de los hombres a la acción no es una discapacidad para las mujeres… pero tampoco para los hombres. Si nos molestan los chistes sobre mujeres y nos parecen ofensivos, deberían ofendernos igual ante los chistes y chascarrillos que se dicen contra los hombres. Sí, los hombres pueden hacer dos cosas a la vez; sí, los hombres saben pensar en otra cosa que no sea el fútbol. Y si los hombres, a veces, son más reacios para hablar de sus sentimientos (cosa que tampoco es norma biológica, porque si así fuera no existiría la poesía ni los poetas), no es porque “son así” sino porque se les ha enseñado a ser así, igual que a las mujeres se nos ha enseñado que no podemos ir a la playa sin depilarnos. Espero que se me siga. Los hombres, desde el otro extremo, sufren la misma discriminación, la misma falta de libertad, la misma humillación que las mujeres que se quejan de ello, a pesar de estar en la posición de poder y de que todo esto se quede muy silenciado. Y como hijos e hijas de Dios, liberados en Cristo, habitados por el Espíritu Santo, viviendo en la comunidad de la iglesia, debemos trabajar para olvidarnos de esas diferencias, por no ponernos en oposición a esa parte de la humanidad que es nosotros mismos, en realidad.


 

 


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COMENTARIOS

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ADH
14/04/2016
21:53 h
5
 
Hombre femenino es negativo. ¡Por supuesto! Pablo en 1º de Corintios 16:13 insta a que los cristianos (hombres) se porten varonilmente. Números 24:18 Dios espera que los hombres se porten como lo que son, varonilmente. Lo que se deduce que la mujer se porte femeninamente. Eso no es hacer más ni menos, sólo es el orden establecido por Dios.
 
Respondiendo a ADH

ADH
10/04/2016
22:08 h
4
 
No "tengo que ponerme en oposición a la mujer para sentirme realizado", pues el ser cabeza como enseña La Palabra, yo entiendo que es en el sentido de ser responsable. Ahí estamos fallando los hombres, poniendo mucha de la responsabilidad que nos toca sobre la mujer, ¿Por qué? Pues, porque resulta más cómodo.
 
Respondiendo a ADH

JuanCarlos-Sánchez
06/04/2016
19:37 h
3
 
Todos tenemos una parte del otro sexo en nosotros, no somos sólo hombre o mujer y Dios es coherente. El Engañador del mundo tiene otra idea sobre la igualdad de género. Lástima que en nombre de su 'igualdad de género' se escondan como cizaña, la misandría, la anulación del varón y la violencia feminista. Y una guerra (que, es tabú decirlo, no es machista, si no de parejas) llena los cementerios. Si el testimonio de la iglesia es fiel al modelo del Origen, deslumbrará con los frutos del E. S.
 
Respondiendo a JuanCarlos-Sánchez

ANGEL
04/04/2016
16:00 h
2
 
Perdón, Noa. Tratando de no pasarme del número de palabras, en mi anterior comentario, me pasó darte las gracias por tu buen artículo.
 
Respondiendo a ANGEL

ANGEL
04/04/2016
15:56 h
1
 
Cuando Pablo escribe Gál. 3.28, si no estaba pensando en la integralidad de la "salvación", sí puso los cimientos para que, entendida de forma correcta, la salvación se desarrollara de forma integral en los creyentes: en la iglesia y, por influencia, en la sociedad a todos los efectos. La salvación, cuando llega debe proporcionar al creyente una nueva concepción antropológica ("como fue hecho al principio"), espiritual, social, ética y moral. Si no, no es salvación. No la Salvación de Cristo.
 



 
 
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