Maremoto de sentimientos

Como es costumbre en Semana Santa, la gente, la que no ha podido escapar a países extranjeros, se echa a la calle con el buen tiempo en busca de nobles sentimientos religiosos y también de diversión. Todos pugnan por conseguir vacaciones en marzo. Las horas activas de estas fechas se dividen en dos bloques principales que ocupan las noches. Uno es pasarlo bien: mezclarse con la multitud, risotadas, comilonas, derroche de alcohol, fiestas que se pueden nombrar y las innombrables. Otro es ver pasar los tronos portando imágenes de rostros compungidos adornados con oro y plata, cristos y vírgenes rodeados de flores y cirios encendidos. Los llantos de los penitentes, los suspiros, el cumplimiento de atrasadas promesas con las que, cada cual, intentó chantajear al Señor durante el año. Las diferentes cofradías se afianzan en su propia vestimenta y colores. Cada una compite con las demás. Un famoso suele ser contratado para cantar saetas desde algún balcón solemne. Los anónimos lo harán mezclados entre la multitud. Los más pudientes pagan asientos para ver el espectáculo en primera fila, los de menos presupuesto se colocan detrás, asumiendo su triste realidad social. Toda una contradicción que vuelve locos los cerebros tratándose de lo que se trata.

España, península laica según la constitución, aprueba y defiende cualquier actividad religiosa siempre y cuando reporte ingresos. Me pregunto qué quedará en las mentes de aquellos que se han confesado creyentes durante estos días, cuando estos días pasen. Me pregunto si se entiende bien el significado de la muerte y resurrección de nuestro Señor. Me pregunto dónde quedará la fe cuando pasen las horas de superstición que se les brinda a las imágenes. ¿Qué hay del Cristo resucitado, de aquél que murió para darnos vida abundante? ¿Qué ve el Señor en los corazones humanos cuando esta semana ¿santa? pase?