La última película de los hermanos, Coen, “¡Ave, César!”, nos enfrenta al problema de lograr el misterio de la fe en la pantalla, cómo poder ver para creer.
Desde el principio de la Historia del cine, los cristianos han soñado con una película que mostrará al Resucitado. Muchos intentan todavía conseguirlo, cuando la verdad es que el llamado cine bíblico ha representado lo peor de Hollywood: sentimentalismo, trivialidad, sensacionalismo, o simplemente falsedad. La última película de los hermanos, Coen, “¡Ave, César!”, nos enfrenta al problema de lograr el misterio de la fe en la pantalla, cómo poder ver para creer.
Los dos grandes protagonistas del film, Josh Brolin y George Clooney, se enfrentan a una figura que pretende representar a Cristo en las escenas que abren y cierran “¡Avé, César!”. En la primera, un hombre de familia católico se lamenta por fumar a escondidas, mientras no tiene reparos a continuación en buscar una solución rápida y legal al embarazo indeseado de la estrella de los estudios (Scarlet Johansson), para los que trabaja. Al final, un actor que hace de romano en una película sobre Jesús, es secuestrado por un grupúsculo de la fe prohibida por “la caza de brujas” (el comunismo) cuando va a rodar el momento de la conversión del perseguidor del cristianismo, a los píes de la cruz.
La obra de los Coen siempre ha estado llena de referencias religiosas, sobre todo su obra más personal, “Un tipo serio” (2009), que nos revela que la religión en que han sido educados esta singular pareja, no es la de la Tora o el Talmud, sino el judaísmo secularizado de “el evangelio según Hollywood”. Uno de los momentos más divertidos del film es cuando el productor reúne en torno a una mesa a un cura católico, un sacerdote ortodoxo, un rabino y un pastor protestante, para ver si “el espectador razonable” de cualquier credo, podría sentirse ofendido por ella… ¡se pueden imaginar “lo razonable” que resultan!
EL MUNDO DE LOS COEN
Entrevistar a los Coen –como dice Luis Martínez en El Mundo– es como ir a un dentista amnésico, que en plena operación olvida lo que está haciendo. Como cuenta en su deliciosa entrevista en “El Mundo”, los dos logran una extraña simbiosis. Cuando contestan, lo hacen perfectamente sincronizados, pero generalmente lo que hacen es formular ellos, las preguntas. Les interesa todo lo del periodista, sus gafas, la grabadora, cualquier cosa, menos las preguntas que les hacen. Mientras uno se levanta, abre la ventana, se recuesta o se pone a responder al cogote del entrevistador, el otro te mira a los ojos sin parpadear. En medio de largos silencios, se observan el uno al otro, cruzando apenas cuatro palabras. Así que buscar en sus declaraciones, la clave para entender su cine, no es tarea fácil.
Los que conocemos su obra desde los años ochenta, sabemos que hay dos tipos de antihéroes en el mundo de los Coen –como dice Paula Arantzazu Ruiz en Ahora–. El primero es “un hombre acorralado por sus propias dudas”. Y el segundo es “un idiota feliz en su constante perplejidad”. Ambos están en “¡Ave, César!”, que nos muestra “la fabrica de los sueños” en una época que el sistema de estudios se dedicaba a grandes producciones que abarcaban todos los géneros, desde el western acróbatico a los musicales bajo el agua, pasando por el melodrama más sofisticado o el “péplum” de la épica bíblica. Son los años cincuenta del pasado siglo.
No estamos ante un cuadro de las miserias de Hollywood al estilo de “Ha nacido una estrella” o “El crepúsculo de los dioses”. Es el relato de la creación de una película sobre Jesús, al estilo de “La tunica sagrada” (1953) o “La historia más grande jamás contada” (1965). El género bíblico no hay duda que siempre ha tenido un gran éxito comercial. Aunque su épica combina una extraña mezcla de exhibicionismo, erotismo y vulgaridad, con la ingenuidad de una estampita piadosa. Dos temas abundan en el cine primitivo: la Biblia y la pornografía. La primera le da respetabilidad al nuevo arte, mientras la segunda lo hace terreno vedado para la mayor parte de los cristianos.
JESÚS EN EL CINE
Cristo es representado al principio como en una serie de cuadros vivientes. A menudo se utilizan por eso sombras y nieblas, que contribuyen a crear una atmósfera de misterio, pero en realidad lo que se intenta es impedir ver con claridad la figura de Jesús. Su figura está de hecho prohibida en países como Gran Bretaña hasta después de la segunda guerra mundial. Ante estas limitaciones algunas cintas recurren a mostrar una mano, un píe, o una espalda, o una figura a la distancia, como se hace todavía con Mahoma.
La época dorada del género bíblico es en los años cincuenta, cuando abundan películas de ambiente cristiano como Ben-Hur (1959) o ¿Quo Vadis? (1951). Muchas de estas historias son adaptaciones de novelas históricas, pero el Evangelio mismo suele brillar por su ausencia, aunque se presuma de conocer perfectamente el contexto del cristianismo primitivo. Así George Stevens dice haber leído más de treinta traducciones del Nuevo Testamento antes de hacer “La más grande historia jamás contada”. Asegura haber consultado a 36 pastores protestantes, y al Papa Juan XXIII, además de discutir el guión con el propio Ben-Gurion. Pero cualquier parecido con el texto bíblico no es más que mera coincidencia...
Ya que no nos engañemos, la imagen de Jesús incluso en las películas evangélicas, como la famosa versión literal de Lucas que ha hecho Ágape, suele ser siempre un joven rubio de ojos azules de Wisconsin. Su aspecto es más bien blando, pacífico y asexuado. Y la verdad es que su blanca figura resulta francamente etérea. Por lo que las pasiones humanas parece que se reservan para personajes más interesantes como Judas, Pedro o Barrabás. Por otro lado, a iconografía tradicional en la que se basan las películas sobre Jesús, no es sinónimo de fidelidad a los Evangelios. Hay errores en su recreación, que tienen más que ver con la Historia del arte que con el contexto real de los evangelios.
¿VER PARA CREER?
Es cierto que la Ley de Dios condena las imágenes, pero se refiere a su utilización en la adoración. La Encarnación nos enseña que el Hijo de Dios se hizo verdadero hombre. Por lo que no estoy tan seguro que representar dramáticamente al Señor sea hacerse culpable del pecado de hacer imágenes. Ya que una cosa es el arte, y otra la idolatría.
Es posible imaginarse físicamente al Salvador, pero también es cierto que podemos confundir esa imagen con aquél “a quien amamos sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veamos, nos alegramos con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).
Como dice aquel demonio, sobre el que habla C. S. Lewis en una de sus “Cartas del diablo a su sobrino” (IV), podemos confundir ese “objeto compuesto de imágenes” con las que visualizamos al Señor, con la Persona misma del Salvador. No olvidemos que la realidad y el propósito de de Cristo se entiende por fe, no por vista.
IMÁGENES DEL HOMBRE
Jesús en el cine no es en definitiva más que un reflejo del hombre. Así como las biografías sobre Cristo nos hablan más de su autor, que del verdadero Jesús histórico que pretenden descubrir más allá de los evangelios. Ya que su naturaleza es imposible de transmitir visualmente. Porque ¿cómo se representa a alguien que es Hombre y Dios al mismo tiempo?
El cine además, no lo olvidemos, como todo arte lo que intenta es definir y redefinir al hombre. Es algo que nos ayuda a comprender y comunicar el sentido de la vida, pero que sólo podemos vernos a nosotros mismos en su reflejo. Y Cristo es alguien único, no ha habido nadie como Él. Es la Palabra viva (Juan 1) hecha carne.
Visualmente por lo tanto, Jesús en el cine es la exaltación de la divinidad del hombre, y la proclamación de la humanidad de Dios. Y las películas cristianas no son sino una excusa para la evangelización, y no una expresión del cine como arte. Para conocer a Cristo tenemos que ir todavía a su Evangelio. Es la única fuente histórica, pero también la única Palabra que da vida, y vida en abundancia.
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