Hay una correlación entre los términos fe, fidelidad y verdad, siendo los tres inseparables. Si uno cae, caen los otros dos.
Cuando en España se eleva un acuerdo a escritura pública, el documento notarial que lo acredita lleva un sello con el lema Nihil prius fide, frase latina que resume el principio jurídico y moral por el que ejercen su profesión los notarios y que se traduce por 'Nada antes que la fe'. Quiere decir que no hay nada más importante que la fe, de la que da constancia el notario sobre lo expuesto en el documento. Esa fe certifica la fidelidad de los datos allí reflejados. Que las firmas estampadas corresponden verdaderamente a las personas acreditadas. Que el asunto, acuerdo o negocio reflejado en la escritura es conforme a la realidad. En definitiva, que todo lo allí expuesto es legal. Y todo ello está sostenido por la fe, que atestigua el notario. Por eso no haya nada más importante que ella, ya que si faltara habría cabida para el engaño y la trampa.
Si por la fe del notario se constata la fidelidad y la verdad de lo escrito en el documento, eso quiere decir que hay una correlación entre los términos fe, fidelidad y verdad, siendo los tres inseparables. Si uno cae, caen los otros dos.
En la lengua hebrea, en la que fue escrito el Antiguo Testamento, hay una relación gramatical entre estas tres palabras, porque proceden de una sola raíz de tres consonantes. Es decir, fe, fidelidad y verdad (también amén) son cognados. Cognado es el término que se utiliza en lingüística para las palabras que son parientes estrechas entre sí. La noción que emparenta a esas tres palabras en la lengua hebrea es el término firmeza. En efecto, en la fe hay firmeza, lo mismo que en la fidelidad e igual que en la verdad. Sus antónimos, que son duda, infidelidad y mentira, llevan la semilla de lo inestable y lo inconsistente. También la palabra amén contiene la idea de firmeza, al ser su traducción así es. Por tanto, aunque al traducir esas palabras a otras lenguas no se nota el evidente parentesco gramatical que hay entre ellas, no obstante, persiste el parentesco esencial que las relaciona.
Si la firmeza es sinónimo de lo estable y sólido, quiere decirse que es el fundamento seguro sobre el cual puede construirse un proyecto con futuro. Esto es, la fidelidad y la verdad son bienes insustituibles básicos en cualquier relación humana. Sin ellos es imposible esperar que perdure lo forjado.
Pero la pregunta que viene a la mente es: ¿Dónde se hallan esos bienes insustituibles? ¿Quién los tiene? ¿Dónde está su origen? El rey David hizo esta declaración: 'Han desaparecido los fieles de entre los hijos de los hombres.'i Y a continuación afirma: 'Habla mentira cada uno con su prójimo; hablan con labios lisonjeros y con doblez de corazón.' Aunque la aseveración está hecha hace tres mil años, tiene plena vigencia en el mundo actual. El pensamiento, el discurso y la acción se trastocan y alteran de acuerdo al interés coyuntural y la conveniencia. Un día se proclama una cosa y al día siguiente se dice la contraria, y para salir de la contradicción se intenta hacer creer a los demás que lo blanco y lo negro es lo mismo. La banalidad del lenguaje y la incoherencia de la actuación son el pan de cada día. Sin rubor se hacen rotundas manifestaciones que duran lo que dura un telediario. Se suceden insospechados cambios, motivados por intereses momentáneos. Se quiebra lo ardorosamente defendido, si con ello se obtiene rédito y ventaja. Se es leal a lo defendido, siempre y cuando esa lealtad no se convierta en un insoportable quebradero de cabeza.
'Estos son mis principios; si no le gustan tengo otros.' Es la ácida y cínica frase de Groucho Marx, exponente claro de la atmósfera que respiramos. Pero más allá del chiste y la carcajada que provoca, la frase nos deja una turbadora pregunta: ¿Cómo creer en algo o en alguien? El escepticismo, que un día fue la carcoma de las creencias religiosas, lo es hoy en día de las ideologías políticas, de las doctrinas sociales y de los proyectos humanos, que en definitiva no son sino creencias.
Pero al igual que Job se preguntó dónde encontrar la sabiduría y dónde hallar la inteligenciaii, llegando a la conclusión de que se encuentra en Dios, así también la fidelidad y la verdad en estado puro y absoluto se hallan en él. No están en el hombre, ni en nada humano. En ninguna institución, formulación o fabricación hecha aquí abajo. Porque desde el tiempo de David hasta ahora la condición moral humana no ha cambiado.
'Oh Señor, Dios de los ejércitos, ¿quién como tú? Poderoso eres, Señor, y tu fidelidad te rodea.'iii Este texto destaca que Dios no tiene semejante en sus cualidades, señalándose en este caso la de la fidelidad. Si su fidelidad le rodea, quiere decir que le acompaña, que va a toda partes con él. Donde Dios está, allí está su fidelidad; donde Dios se mueve, allí está ella. Donde él actúa, su fidelidad está presente. De modo que Dios y la fidelidad son inseparables. No ocurre como con el hombre, que su fidelidad, si existe, es circunstancial.
Como la fidelidad es confiable y creíble, quien es fiel también lo es. Por eso, en medio del escepticismo hacia el hombre, que la propia infidelidad del hombre genera, qué descanso es saber que hay alguien en quien se puede creer y confiar, sabiendo que en él no hay engaño ni decepción, porque es fiel en su carácter, en su palabra y en sus hechos.
i Salmo 12:1
ii Job 28:12
iii Salmo 89:8
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