Miguel Ángel pintó la Capilla Sixtina en el s. XVI. No podía imaginar que su dedo divino vivificador iba a tener su contraparte, 500 años después, en este momento del s. XXI, en el dedo digital del hombre.
Entre las famosas pinturas de Miguel Ángel que llenan el techo de la Capilla Sixtina se encuentra la escena que representa la creación de Adán, que el artista imaginó de una manera diferente a la del relato de Génesis 2:7, ya que él plasma a Dios tocando con su dedo el dedo de Adán e infundiéndole así la vida, mientras que la Biblia menciona el soplo de Dios como el acto por el cual se la otorga.
Aunque hay una diferencia entre lo que pinta Miguel Ángel y lo que describe la Biblia, en el fondo las dos escenas coinciden, porque en ambos casos la creación del hombre es fruto del acto divino.
Ignoro la razón por la que el pintor no se ajustó al relato bíblico y prefirió dar vuelo a su imaginación, aunque cabe pensar que buscara reforzar de forma plástica, mediante el dedo índice extendido de Dios tocando el dedo índice lánguido del hombre, la idea de la dependencia vital de la criatura hacia el Creador.
Se trata del dedo poderoso del que es la fuente de vida, capaz de trasmitirla a quien antes no la tenía. Un atributo propio y exclusivo de Dios, que habla claramente de una facultad que ninguna criatura tiene ni puede tener, no importa los logros que haya alcanzado.
Como Miguel Ángel pintó la Capilla Sixtina a principios del siglo XVI no podía imaginar que su dedo divino vivificador iba a tener su contraparte, 500 años después, en este momento de nuestro siglo XXI, en el dedo digital del hombre. Me refiero al acto por el cual la pantalla táctil de un artilugio electrónico se convierte en una superficie donde de pronto surge, como por arte de magia, por el simple toque de nuestro dedo índice, aquello que queremos que aparezca.
Desde siempre el hombre ha ambicionado la idea de ser como Dios, a partir de aquella ocasión en que la serpiente le hiciera esa promesa a Eva. Y aunque aquella proposición se demostró que fue el mayor fraude nunca concebido, el ser humano, inasequible al desaliento en pos de esa ambición, la continuó persiguiendo a lo largo de su historia, a pesar de los fracasos resultantes de aquel gran primero que aconteció en el paraíso.
También Babel fue un rotundo fiasco, esta vez colectivo, en la equivocada senda de ser como Dios. Y es que, en definitiva, querer emular a la primera criatura que quiso ser igual que Dios y acabó convirtiéndose en el padre de la mentira, no podía llevarnos más que a perseguir sueños mentirosos, desprovistos de verdadera realidad.
Pero he aquí que, de pronto, aquel dedo índice lánguido y exánime de Adán, se ha vuelto un dedo índice capaz de crear, producir y originar.
Y así es como hemos logrado, por fin, el anhelado sueño y ahora hacemos con un simple gesto de nuestro dedo lo mismo que Dios. Nuestro dedo es poderoso como el suyo y, por tanto, ya no necesitamos más a Dios, porque por nosotros mismos tenemos la capacidad de hacer surgir algo de la nada. Somos creadores como él y le hemos arrebatado el monopolio que tenía de hacer y deshacer a su voluntad.
Ahora sí; ahora se ha realizado el ideal más acariciado y deseado. Todo lo que imaginemos está al alcance de nuestro dedo índice tocando la táctil superficie. Hemos conseguido superar, de una vez por todas, la vieja dependencia mostrada en la pintura de Miguel Ángel, una dependencia que limitaba y lastraba nuestro desarrollo en la carrera para ser dioses.
Sin embargo, la realidad es que al igual que un mono imita lo que ve, así nosotros no hemos pasado de ser, con nuestro aparentemente poderoso dedo índice, meros copistas de Dios, pero sin haber llegado a ser capaces, ni de lejos, de igualar a su dedo índice. Porque una cosa es crear vida real y otra es producir "vida" artificial. Una cosa es crear un ser humano y otra hacer una máquina.
Dios crea el ser humano; el hombre, con la capacidad que Dios le ha dado, hace la máquina. Pero la máquina es algo muerto, aunque parezca que tiene vida y haga cosas. Porque quien sólo tiene vida delegada, el hombre, no puede infundirla, ya que quien se la ha otorgado no le ha dado esa capacidad. Lo más que puede hacer es generar "vida" virtual o tecnológica.
Por el dedo índice de Dios somos humanos, al ser dependientes de él; por nuestro dedo índice nos deshumanizamos, si nos hacemos dependientes de la máquina. Todo lo que Dios crea con su índice es bueno en gran manera; mucho de lo que crea el hombre con el suyo es abominable. Por tanto, lejos de haber ocupado el sitio de Dios, lo que ha ocurrido es que descendemos en la escala humana, si consideramos la máquina como un fin. La relación personal con Dios me humaniza y me eleva; mas la relación con una máquina puede deshumanizarme y degradarme, si me rebajo a su nivel.
Pero la idea del dedo de Dios de Miguel Ángel no es del todo ajena a la Biblia. Porque en un lugar dice lo siguiente: 'Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos…'[i] y en otro: 'Con tres dedos juntó el polvo de la tierra…'[ii]
Así que tanto lo de arriba, el cielo, como lo de abajo, la tierra, ha sido hecho por esa intervención poderosa, sabia y bondadosa del Creador.
Sí, definitivamente su dedo es el dedo del Artífice que crea algo vivo, hermoso y perfecto de la nada.
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