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‘El Hobbit’: la vida es un viaje inesperado

El anillo nos arrastra al reino del Señor Oscuro, pero renunciar a él es imposible sin ayuda “externa”. Y ésta es siempre inesperada. Lo que los cristianos llamamos gracia.
MARTES AUTOR José de Segovia Barrón 18 DE DICIEMBRE DE 2012 23:00 h

Al ver la pequeña mesa en que se escribió El hobbit –que está en la universidad evangélica norteamericana de Wheaton–, difícilmente se podría imaginar la pasión que continúa produciendo esta historia, ochenta años después. Para los que hemos leído este libro –incluso antes de que se publicara por primera vez en España en 1982, como es mi caso–, este no es un producto más para vender vídeo-juegos y atraer al gran público a las salas de cine –sea en dos dimensiones, tres, o ahora 48 fotogramas por segundo–. El viaje de El hobbit es la vida misma.

Once días después de que se publicara el libro en 1937, C. S. Lewis explicó en el suplemento literario del Times que esto es “porque hay que comprender que El hobbit es un libro infantil sólo en el sentido de que la primera de las muchas lecturas que merece puede llevarse a cabo en el cuarto de los niños”, pero “sólo años después, en una décima o vigésima lectura, comenzarán a percatarse de qué copiosa erudición y profundas reflexiones consiguen que todo sea tan maduro, tan familiar y, a su manera, tan cierto”.

Lewis podía decir eso porque fue su primer lector, a principios de los años treinta. Tolkien le había dejado el manuscrito, tras mostrarle su incapacidad imaginativa para aceptar la realidad de los evangelios, en una conversación nocturna por el paseo Addison de Magdalen College en Oxford. Fue aquel recién convertido al cristianismo, quien le empujó a publicar El hobbit. Muchas lecturas después, se atreve así a decir, cuando se publica, que aunque: “predecir es arriesgado, en mi opinión, es posible que El hobbit se convierta en un clásico”.
UN AGUJERO EN EL SUELO
Corregir exámenes de colegio era un trabajo tedioso para Tolkien, pero era una forma de aumentar el salario que recibía como profesor universitario en los años treinta, cuando tenía una esposa y cuatro hijos que mantener. Esos días de verano, se sentaba en la mesa con su pipa y una enorme pila de papeles, para leer las aburridas respuestas de aquellos alumnos de diecisiete años. En un momento de cansancio, levantó la vista y se quedó mirando en torno suyo, hasta fijarse en la alfombra. Notó que había un agujero en la tela. Se quedó ensimismado y escribió en un papel en blanco: “En un agujero en el suelo vivía un hobbit”…

Todo el mundo sabe lo que es un enano, pero ¿qué es un hobbit? Los nombres de los enanos de esta historia vienen de la mitología nórdica –que tanto entusiasmaba a Lewis y a Tolkien–, pero ¿de dónde vienen los hobbits? “Un pueblo sencillo y muy antiguo”, que dice, en el prólogo de El señor de los anillos, “están más cerca de nosotros que de los elfos, y aún que los mismos enanos”. Cuando sus libros se hicieron famosos, Tolkien no tuvo problema en decir qué era un hobbit. El escritor desconfiaba e incluso despreciaba los avances modernos. No le interesaba la tecnología, ni la política contemporánea. El mundo de los negocios le era totalmente ajeno. Vivía sin coche, televisión o móvil –como yo–.

Si algunos nos identificamos tanto con el universo de Tolkien, no es porque vivamos en otro mundo. Es que no nos gusta éste. No es fácil saber a dónde perteneces en un tiempo como éste, en continuo movimiento. La inmigración hace que las personas se trasladen hoy, por diferentes razones, grandes distancias. Ya no vivimos en La Comarca de nuestra pequeña esquina del mundo. Es por eso que muchos se sienten sin raíces e inseguros. Hay otro sentido, sin embargo, en que nos sentimos como los enanos de esta historia, extraños en este mundo.

ALLÍ Y DE VUELTA OTRA VEZ
El subtítulo original de El hobbit es Allí y de vuelta otra vez –que se anuncia como el título de la tercera película de esta nueva trilogía de Peter Jackson, traducida como Partida y regreso–. Es un viaje de búsqueda, pero también una vuelta a casa. Porque todos sabemos en el fondo de nuestro corazón que nuestra vida no es un mero tránsito de la cuna a la tumba, sino la búsqueda de algo, un esquivo tesoro, que nuestra imaginación sitúa más allá de los límites de lo conocido y evidente. Es la nostalgia de un paraíso perdido, que anhelamos ver restaurado y consumado.

Uno se llega a veces a sentir incluso “extranjero de si mismo”. Bastan unos minutos de El hobbit, para ver que hay dos lados en Bilbo: uno aventurado como los Tuk y otro, casero como los Bolsón. Este último había estado gobernando y controlando su vida demasiado tiempo. Necesita liberarse de su excesivo apego a lo cómodo, seguro y predecible. Es el sentido de propósito con el que el Dios de Abraham, nos llama a emprender un viaje (Génesis 12:1), que no sabemos dónde nos llevará (Hebreos 11:8).

El Monte de Destino está lejos, oscurecido por montañas, árboles y valles. No sabes cuándo llegarás. A veces te parece cerca, otras, lejos. Colinas y valles se suceden, uno después de otro, llenos de peligros y amenazas. Subes a un monte, que parece como cualquier otro, cuando de repente vislumbras tu destino en la distancia. La fe mira de lejos realidades que deseamos, pero todavía no hemos alcanzado, por las que somos “extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11:13).


ALGO MÁS QUE SUERTE
Como dice el profesor Devin Brown en El mundo cristiano de El Hobbit, hay un sentido de providencia en la obra de Tolkien, por el que su historia está llena de supuestas casualidades. Es así como Bilbo encuentra el anillo. “Era difícil de creer que hallara uno realmente por accidente”, dice el narrador. Al mirar atrás, uno se da cuenta de que fue algo más que suerte. Gandalf dice a Frodo en La comunidad del anillo, que “estaba destinado a encontrarlo”.

El mayor erudito sobre la obra de Tolkien –el profesor de literatura medieval, Tom Shippey– dice que la “casualidad no era la palabra que expresaba mejor sus ideas sobre el azar y el propósito”, sino “suerte”. Una expresión que se repite una y otra vez en El hobbit y El señor de los anillos, llena de sentido y propósito. Aunque es al final de esta historia, cuando descubrimos que “la suerte” de Bilbo no es suerte en modo alguno.

El anillo adquirido por él de Gollum, es el Anillo Único, perdido hace mucho tiempo, que forjó el Señor Oscuro en el fuego del Monte del Destino. Aunque su significado cambia, incluso de una edición a otra de El hobbit, su poder mágico resulta finalmente maligno –como demuestra la deformación y corrupción de Gollum por su “tesoro precioso”–. Lo que es al principio como un “ecualizador” –según la terminología de Shippey–, que compensa las carencias del hobbit, haciéndole invisible, se convierte en un “amplificador psíquico” de los deseos de su corazón. Su efecto adictivo tiene un poder, que hace que aunque uno quiera usarlo para los mejores fines, finalmente el anillo te corrompe. Debe ser por lo tanto destruido.

AYUDA INESPERADA
La riqueza y el poder corrompen la Tierra Media, pero “un anillo gobierna sobre todos ellos”. Es por eso que muchos, conociendo la fe de Tolkien, han visto el anillo como un símbolo del pecado.

Esta es una historia sobre el mal, no lo olvidemos. Tal vez esa es la razón por la que no les gusta a muchos cristianos, que encuentran no sólo la película, sino el universo de Tolkien, demasiado oscuro. Para mí, está ahí sin embargo la enorme fuerza de esta obra, frente a tantos relatos moralizantes que nos dejan indiferentes.

Es porque el anillo es una amenaza, que su siguiente relato ya no es una búsqueda para encontrar un tesoro, sino para perderlo, en el fuego del Monte del Destino, allí donde fue creado.

El mal ha de ser enfrentado y vencido. Gollum representa la debilidad y maldad que nos acecha. El anillo nos arrastra al reino del Señor Oscuro, pero renunciar a él es imposible sin ayuda “externa”. Y ésta es siempre inesperada. Lo que los cristianos llamamos gracia.

No podemos ver esta historia como una alegoría cristiana, pero hay en ella “destellos del Evangelio”. En nuestro mundo hay una batalla entre la luz y las tinieblas. Alguien tiene que adentrarse en el mismo corazón del reino enemigo, para derrotarlo.

La sorpresa es que la liberación no viene por la fuerza del poder de este mundo, sino por la debilidad del sacrificio. Es así como Dios vence a la oscuridad en la cruz y sigue mostrando su poder en nuestra debilidad.

Son “los mansos, los que herederán la tierra” (Mateo 5:5). El hobbit carece del poder y el valor de los enanos. “No soy un héroe, ni un guerrero, ni un saqueador –confiesa Bilbo a Thorin Es una ayuda inesperada, la que hace que él y sus compañeros se salven, una y otra vez. Y es así como espera llegar algún día a casa. Ya que “donde pertenezco, ese es mi hogar”, dice Bilbo.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Marcos L.
20/12/2012
10:51 h
2
 
Gracias José por tus constantes reflexiones, análisis y aportaciones. Son muy enriquecedoras
 
Respondiendo a Marcos L.

Adán Quintanar Vargas
20/12/2012
00:29 h
1
 
Interesante articulo, '... vence con el bien al mal.' Rom. 12:21
 



 
 
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