“Tenemos que volver a casa / ¿Cómo nos hemos podido extraviar tanto? / Tan lejos de casa / No sabemos dónde está”, con estos versos de James Whitcomb Riley (1849-1916), leídos por el personaje de James Dean, acaba la última película del fotógrafo holandés Anton Corbijn. “Life” es tanto el nombre de la revista en la que aparecieron las imágenes que forjaron la leyenda del actor, poco antes de su muerte, como la vida misma.
La historia comienza con el encuentro del protagonista de “Rebelde sin causa” (1955) y el fotógrafo Dennis Stock, en una fiesta que hace el director Nicholas Ray en Los Ángeles, donde aparece una adolescente Natalie Wood. A lo largo del relato, todavía no sé sabe si el autoritario productor Jack Warner tolerará los desplantes de Dean, que llegó a no asistir al estreno de “Al este del Edén” (1955), el film que había realizado con Elia Kazan, sobre la novela de Steinbeck. El actor se muestra tan voluble y perdido, como en las tres películas que interpretó, antes del trágico accidente que produjo su muerte.
“Life” es un emocionante cuadro de orfandad, que sube en intensidad a partir del momento en que Dean viaja con el fotógrafo a visitar a su familia en la nevada Indiana, donde se crió con sus tíos, tras el fallecimiento de su madre. Antes hacen la famosa foto del actor en la lluviosa plaza de Times Square, una mañana en Nueva York, que se conoce con el título del Boulevard de los Sueños Perdidos. Tanto ese momento, como los juegos con su primo, arreglando un cochecito o leyendo cómics en voz alta, son instantáneas de Stock, en ocasiones que se ha cansado de los caprichos de Dean.
El fotógrafo es también un joven desorientado, que desde su divorcio, no sabe cómo relacionarse con su hijo, ante las continuas recriminaciones de quien fue su esposa. La imagen de ambos, perdidos en un banco de Central Park, en medio de la nieve, produce una sensación tan patética, que dan ganas de llorar. La frustración e impotencia domina la vida de unos personajes sin rumbo, que han perdido el norte...
EDUCACIÓN EVANGÉLICA
Como se ve en la película, los tíos de Dean son cuáqueros. Aunque asistía a sus reuniones en Back Creek, al borde de Fairmont, algunos confunden la congregación con otra que había en el pueblo, cuyo pastor de apariencia ya casi hippie, presidió su funeral con James DeWeerd, el evangelista y confidente de Dean. La tradición evangélica en la que se formó el actor, tiene que ver con el movimiento de santidad que asociamos con la espiritualidad wesleyana –no particularmente metodista, sino de cualquier tipo de denominación, incluso cuáquera, que abraza la conciencia misionera del Ejército de Salvación, la misión al interior de China de Hudson Taylor, o las meditaciones devocionales del canadiense Oswald Chambers–.
DeWeerd es el predicador que Elizabeth Taylor dice que abusó de Dean, siendo niño. El no era el pastor de su iglesia, como algunos creen. El matrimonio que la llevaba, eran misioneros de un movimiento de santidad llamado World Gospel Mission, que tenía su base en la cercana localidad de Marion. DeWeerd era miembro de la iglesia. Había crecido en Fairmont, hijo de unos misioneros en Sierra Leona. Vivía con su madre y trabajaba como evangelista de la congregación, después de haber sido capellán en la segunda guerra mundial, siendo herido en el pecho en Francia.
El es la principal influencia de Dean, cuando está en la escuela secundaria. No era un predicador evangélico típico. Era aficionado a las carreras de coches, las corridas de toros en México, la poesía y el teatro. Parece que era masón, algo que no es propio de un movimiento de santidad. Se enorgullecía de conocer a Churchill y haber estado en el funeral de la reina de Inglaterra. Era elocuente y extravagante. Llegó a ser pastor de una iglesia independiente de santidad, el Tabernáculo Cadle en Indianapolis. Presidió una escuela bíblica en esa misma tradición, Kletzing College en Iowa y editó una importante revista con esa orientación, The Christian Witness (1870-1959).
ABUSADO POR UN PASTOR
El evangelista forma a Dean. Le lleva a las carreras de coches –murió en uno de ellos, cuando iba a una competición en Salinas, cerca de San Francisco–. De hecho, fue el pastor quien le enseñó a conducir. Cuando le invitaba a comer, le leía poesías y le daba consejos espirituales. Le mostraba las películas que hacía de las corridas de toros en México y le dio dinero para que se hiciera actor en Nueva York, donde le visitó, hasta cuando estaba en Hollywood. Predicó en su funeral en el cementerio del parque, donde está él también enterrado, al lado suyo.
Sus abusos homosexuales parece que están detrás de la bisexualidad de Dean, que tuvo tanto relaciones con hombres, como mujeres. En la película, vemos su decepción, cuando la actriz italiana Pier Angeli rompe con él, para casarse con el cantante Vic Damone. Se entera en una rueda de prensa, ya que lo hizo presionada por su madre, que no aprobaba el carácter de Dean, su forma de vestir y sobre todo, que no fuera católico. El actor se presentó en la puerta de la iglesia, durante la boda, acelerando su moto, para hacer ruido. Su matrimonio duró poco tiempo. Ella se suicidó de una sobredosis de barbitúricos en 1971. Dejó una nota que decía que Dean fue el amor de su vida.
En la biografía del actor, que hace Hyams, describe cómo fue abusado, al ofrecerle el predicador, tocar su pecho herido. El escritor se basa en un testimonio del evangelista, poco después de la muerte de Dean, que no se publicó hasta 1992. Como en aquella época era pastor del Tabernáculo de Cadle, cuesta imaginar que pusiera en peligro su ministerio, con semejantes declaraciones. Aunque hay rumores sobre su homosexualidad, se caso tardíamente, pero se comentaba que miraba a los chicos nadar desnudos, en la asociación de jóvenes cristianos del YMCA en Anderson. Hasta dónde llegó la relación con Dean, físicamente, no lo sabemos. John Gilmore pretende que Dean se prostituía en el Boulevard de Santa Mónica, haciendo felaciones a magnates de Hollywood. Sin embargo, otros le describen extrañamente como asexual… ¿quién sabe?
NOSTALGÍA DEL HOGAR PERDIDO
“Tenemos que volver a casa, otra vez / Nuestros rostros mojados por la lluvia, arrojados al polvo / arrastrarse de vuelta de la vana búsqueda en una lucha interminable / de un sitio que no hemos encontrado en ningún lugar en esta vida”, dicen los versos que evocados por el actor, cierran finalmente la película.
¿Quién no ha sentido esa sensación de enajenamiento?, la impresión de ser un extraño en cualquier sitio. Ese sentimiento de orfandad no es sólo patrimonio de aquellos que hemos perdido a nuestra madre, tempranamente. Es la experiencia de hombres como C. S. Lewis, que concluyen que si no encontramos nuestro hogar en este mundo, es que tiene que estar en otro. Si existe ese anhelo, es porque de algún modo, puede ser satisfecho.
El autor de “Crónicas de Narnia” dice: “si nos encontramos con un deseo que nada en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que estamos hechos para otro mundo”. Hay una vida que todavía no conocemos. Y esa está en el hogar del Padre que nos recibe con sus brazos abiertos, cuando después de tanto vagar, descubrimos su amor pródigo (Lucas 15). El ha entregado el Cordero para celebrar la fiesta, porque aquel que se había perdido, ha sido finalmente hallado… ¡tenemos que volver a casa!
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