Niños que evangelizan

Estoy acostumbrada a hacer las cosas de una misma manera, siempre con los mismos aparejos, las mismas rudimentarias formas que me proporcionan una cómoda estabilidad, seguridad.

En el instante en el que cambio o modifico el guión, me pierdo, me siento incómoda, me desestabilizo.

A veces son cambios sin importancia, pero sus apariciones me provocan cierto desconcierto.

He de aprender a sentir, a ver, a moverme con la soltura con la cual se mueven los niños. Esa grácil manera de adaptación que realmente me sorprende.

Esa forma de llevar a cabo las enseñanzas aprendidas y no tener miedo a expresarlas en todo lugar, en cualquier momento.

Mi hija me enseña, me ilustra y Dios la utiliza para enseñarme evidentes y claras lecciones.

Algunas veces cuando la dejo en la puerta del colegio, se va lentamente hacia la fila y una vez llega y se posiciona en su lugar se vuelve y me grita desde la lejanía:

- ¡Mamá, no se te olvide orar por mí!

Algunas madres viran sus rostros hacia donde estoy e imagino que se preguntarán: ¿Qué habrá querido decir esa chiquilla? Otras, ya me lo han preguntado y les he tenido que hablar de mi fe, de ese maravilloso Dios en el creo.

Mi hija no se avergüenza de Dios, habla de él con la sencillez que le hemos enseñado en casa, con la soltura de una niña que no entiende de convencionalismos.

Mi hija me enseña a evangelizar de forma sencilla, sin muchos condimentos; Dios no los necesita. Me enseña a ser cristiana en todos los ámbitos, en cada lugar o situación; no puedo ser extremadamente espiritual un domingo en la iglesia y dejar de serlo haciendo cola en el supermercado.

Ella habla de Dios en voz alta, entre desconocidos, les habla a sus amigos, a su logopeda, a su prima Anna a quién le dice que por qué en su iglesia no se canta. Ella habla de Dios como ese súper héroe que habita en el espacio pero que tiene morada en su corazón.

Mi hija me enseña a no ser tan políticamente correcta y a ser más auténtica. A ser hija de Dios en todos los ámbitos.

Muchas veces mostramos una frialdad a la hora de hablar de Dios. Estamos encorsetados en los mismos clichés, en esa manera única de evangelizar que parece excluir ésos otros medios que son igualmente eficaces, no importan las formas lo realmente importante es el contenido.

Cuando veo a los niños hablar de Dios con tanta naturalidad pienso, siento, que sus palabras son una fluida alabanza que emociona al Padre, esa gracia con la cual se expresan llega al trono de Dios con inmediatez.

Con razón el Maestro nos dice: Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos.

Cuántas cosas nos enseñan esos pequeños a los que a veces no prestamos la atención que merecen.