Enfrentando al gigante

Siempre le habían dicho que no tenía agallas, que era un cobarde asustadizo abnegado para la lucha.

De tanto oírlo, terminó creyéndoselo.

No sabía que le depararía el futuro, cuáles serían las decisiones más sabias; qué hacer o no hacer.

Sentía el peso del mundo sobre sus hombros y no era más que un adolescente bien parecido con miedo a crecer.

Pero estaba allí, frente a aquel problema, un gigante que lo amenazaba y ridiculizaba cada día.

Estuvo tentado a huir, escapar de aquella encerrona y verter su llanto en la soledad de su habitación. Sin embargo, algo martilleaba dentro de su cabeza, la idea de que si por fin plantaba cara a aquel discordante problema conseguiría ser libre.

Recordó una frase que decía: “Lo que no te mata te hará más fuerte”.

Vio como aquel indeseable se le acercaba, como lo miraba con desprecio blandiendo su ira en forma de palabras humillantes.

Las risas de la comitiva se expandieron en el aire tejiendo un profundo desánimo en su interior. Se sintió pequeño, inservible, despreciado y roto.

Cerró los ojos y alzando la voz pronunció un texto que su padre le había hecho memorizar y que a él le encantaba recitar cuando se sentía perdido:

Ya estoy entre los vencidos. Bien sé que ya no ganaré, que no puedo ganar la partida. Aunque sólo sea para irme al fondo, me arrojaré a la charca. ¡Jugaré la partida de mi propia ruina! Apartaré cuanto poseo; y, cuando ya nada me quede, me pondré yo mismo. Y entonces, definitivamente arruinado, irremisiblemente vencido, ¡habré ganado!

El indeseable se desplomó en el suelo ante el asombro de todos. Poco a poco se disolvió la comitiva, lo que antes estaba preñado de gritos se transformó en un silencio, molesto y turbio.

Los ojos de aquel gigante permanecieron fijos en el suelo, la valentía se había esfumado estaba absorto y totalmente desarmado.

Una mano extendida lo ayudó a levantarse, una pequeña mano frágil, menuda. La única mano capaz de penetrar en su corazón y trastocar lo que allí había.

Dios sigue utilizando lo débil para forjarlo de valentía y así desmenuzar la arrogancia de los que acometen con crudeza.

Dios es el único capaz de hacerte vencedor en una batalla que jamás habías imaginado ganar.