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Querida Társila

Esta historia -Primer premio en el XII Certamen Literario de Cartas Nerjamujer 2015- está basada en las vidas de muchas mujeres que aún tienen sus bocas amordazadas por el miedo y la desconfianza.

TUS OJOS ABIERTOS AUTOR Isabel Pavón 20 DE NOVIEMBRE DE 2015 17:14 h
Mujer maltratada / gribouille334700 (pixabay)

A pesar de mi edad aprendo día a día, por eso he escrito esta carta, para pedirte perdón si en algo he fallado respecto a nuestra amistad.



Debido a tu actitud hacia mi persona pienso que, durante años, he abusado quizás de tu confianza. Ahora me excuso. Mis ojos estaban vendados y sólo tú, Társila, amiga mía, has sido capaz de mostrarles lo que es la amistad, o lo que tú consideras que es la amistad. Te debo respeto, eso está claro.



Si no recuerdo mal, nos conocimos hace cinco años, durante la matriculación de las niñas en el instituto. Yo acababa de mudarme al barrio y te hice varias preguntas. Desde entonces has sido para mí como lluvia de maná en la desesperación del desierto. Madero que flota cerca cuando una se ahoga. ¡Cuantas veces me he agarrado a ti como  a un clavo ardiendo! y ¡cuántas otras he deseado que tú hicieras lo mismo conmigo!, sobre todo en estos momentos tan penosos para ti.



Társila, me siento como una intrusa, pero antes, solamente a ti podía acudir cuando la vida me cerraba sus puertas, cuando todos me daban la espalda. Todos menos tú, que estabas siempre dispuesta a escucharme. ¡Pero qué inconsciente fui al no darme cuenta de que nunca me contabas nada! ¿Me equivoqué al creer en ti? Dicen algunos que los amigos no están para calentarles la cabeza sino para compartir lo bello, porque lo malo debemos tragárnoslo como hacen los mártires. Sin embargo, los mártires se caracterizaban precisamente por lo contrario, por denunciar las injusticias, por no callar, por delatar sus pensamientos y convicciones.



Me han informado sobre ti. Me han abierto tu caja de Pandora llena de desgracias. Ahora sé que las cosas te han ido bastante mal durante años. Que tu marido es un maltratador, un embaucador y un embustero que te engaña. Que te ha engañado siempre y que tus hijos, han aprendido las maldades del padre. Que incluso era él quien después de dieciocho años de casados, de forma anónima te enviaba regalos, flores y cartas para ponerte en el aprieto de confesarle que tenías un admirador secreto. Que por sus venas, corre veneno en vez de sangre.



Mientras yo volcaba en ti todas mis desgracias, tú escondías las tuyas. ¡Cuanto daño has sufrido en soledad!



Al mismo tiempo que oía lo que me contaban, tuve que fingir que estaba al tanto para no dejar nuestra amistad en ridículo. ¿Acaso esa gente que lo sabe todo de ti está más dispuesta que yo a ayudarte? No, Társila, no son celos lo que siento, es impotencia.



He averiguado que llevas tus penas con resignación, por eso las ocultas. Al menos esa es tu intención conmigo, la de encubrirlas. Pero ya todo el mundo las sabe. Sólo yo lo negaba en mi interior al tiempo que les oía, porque esperaba de ti la misma confianza que yo deposité en tus manos. A partir de ese momento, trozo a trozo he ido recomponiendo tu verdadera historia. Tu disfraz se ha roto.



Mis observaciones me llevan a pensar que he sido tu amiga y que tú no me has considerado digna de confianza. Te pido nuevamente perdón. Me adherí a ti como a una hermana, Társila. ¡Qué habrás pensado cada vez que, sin pudor alguno, he abierto mi corazón para ponerlo en el tuyo y entregarte mis secretos más íntimos! ¡Qué habrás pensado cada vez que sonaba el teléfono y era yo para seguir contándote algo que se me había olvidado en la conversación anterior!



No sé cuales habrán sido tus reflexiones. Me volcaba en ti sin saber que eso no era lo correcto según tu modo de pensar. Porque lo que tú sientes por dentro, te lo guardas para ti sola. Estás convencida de que la amistad es eso. Aunque por buscar alguna excusa a tu comportamiento, pienso que tu silencio podría ser un sentimiento de culpa, ¿quién te acusa, amiga? Tú no eres culpable de las decisiones y actitudes de los que te rodean.



Después de conocer todo lo que me has estado ocultando me planteo nuestra amistad de otro modo. Más a tu estilo. Seleccionando alegrías y penas. Quizás tengas razón, no lo discuto. Ahora que soy consciente de lo que opinas ¿cómo voy a llevar mi existencia hacia delante? ¿Con quién hablaré? ¿A quién pediré consejo? Porque mi vida, igual que la tuya, no es un jardín de rosas, y si no cuento a alguien lo que me pasa no podré comer, ni dormir, ni llorar abiertamente y eso me llevará a pudrirme por dentro día a día. Pero no te preocupes. Tomaré tu ejemplo ahora que la confianza que sentía hacia ti se ha transformado de repente en desconfianza. “C`est la vie”.



No tengo derecho a exigirte nada. No obstante, estoy desconcertada. Me he quedado colgada en el aire. No sé si me explico. Pendo del vacío. Te quedo a deber mucho. Mucho de tu tiempo. Creí que entre amigas todo sería de otro modo, ¿a cuanto asciende la cuenta? ¿Cómo podré pagarte?



En los últimos tiempos has despreciado mis favores y atenciones delante de la gente. Te acercaba un puñado de afecto y me humillabas. Disculpaba tus repelentes respuestas pensando que tenías un mal día. Cuando la conversación se terciaba hacia tu vida, buscabas algún pretexto para cambiar de tema y si hablábamos por teléfono repentinamente colgabas simulando un corte de línea. Volvía a llamar y no atendías. No se trataba de ninguna avería. Es tu vida la que no funciona bien. Con tal comportamiento hacías que me retirara una temporada, hasta que se te pasaba ese enfado al que yo no veía ningún fundamento. Luego volvía a ti, a mi amiga, a quien yo creía que la vida le sonreía diariamente porque sólo me hablaba de fantasías insustanciales. ¿Me culpabas a mí de tus desgracias, aún sin saber yo nada? Si es así ¿qué culpa puedo tener de esta falta de enfrentamiento tuyo ante mi sinceridad?  



El dolor empapa mis ojos esta noche al saber lo que te ha ocurrido y las emociones se agitan dentro de mi. No hay nadie ahora, sólo tus heridas, mis heridas...

He buscado en mi librería un poema del argentino Juan Gelman, que me ayuda en los momentos difíciles.




“La esperanza fracasa muchas veces/ el dolor jamás/ por eso algunos creen que/ más vale dolor conocido/ que dolor por conocer/ creen que la esperanza es ilusión,/ son los ilusos del dolor.”




Mañana, cuando vaya a verte al hospital recibirás esta carta en mano, aunque si estás acompañada te la daré a escondidas. Doy gracias a Dios porque aún puedo llevarte bombones en vez de flores al cementerio. Al verte me costará mantener la mirada. La tuya me dolerá en los ojos. Voy a intentarlo.



Por tu parte, no sé que excusa tendrás para disculpar la tremenda paliza que te ha dado tu marido. Dirás que con tus despistes caíste al bajar las escaleras; que resbalaste en el baño, culparás a tu miopía o al mismísimo sol por deslumbrarte. Cualquier cosa menos la verdad que te acompaña, como has hecho otras veces. Respeto tu libertad Társila, pero realmente ¿Es esto lo que quieres? ¡No te destruyas! dice Lena Holstein:




Era una buena madre,/ una esposa comprensiva/ y al mismo tiempo/ una amante fantástica y ardiente,/ participaba políticamente,/ e incluso para el gimnasio/ tenía tiempo./ Las ventanas estaban recién lavadas,/ lo mismo las alfombras y manteles,/ el aroma agradable del pan hecho/ recién en casa y la mermelada/ llenaba todos los ambientes/ cuando la ambulancia llegó a buscarla.




No pretendo aterrizar en tu terreno sin permiso en tanto que entre tu corazón y el mío siga acampando este gran abismo de desconfianza. Me han dicho que no has puesto denuncia, por eso imagino que él estará junto a tu cama. Con su aire medio aristocrático y enarcando las cejas se levantará para saludarme. No pienso mirarle. Nunca miro a los que tiran piedras y esconden la mano. Mucho menos a los misóginos. Cuando le tenga delante le acusaré con mi desprecio. Y si bien, por ello no vuelves a hablarme, para mí será lo mismo que cuando mientes. Con cada castigo suyo ha ido mermando tu autoestima. A ver quien levanta lo que él ha destruido. Pero aquí estoy. Seguiré a tu lado del modo que tú quieras, aunque tus invenciones se me sigan clavando como puñales por la espalda. Me temo por tus huesos lo peor. Perdona. No es momento de reproches, lo sé.



Cuando todo esto pase, cuando te recuperes de la embriaguez de desprecios que él ha metido en tu sangre, habrás de encontrar una historia nueva para tu pobre imagen. Cuídate. Nunca renuncies a tus sueños si es que aún te quedan algunos. Así lo espero y deseo. Escapa del marasmo que te envuelve. ¡Aprende a volar, Társila! ¡Respira! ¡Suspira! ¡Desea! ¡Existe!



Yo ya me eché a vivir, ¡vente! Nos necesitamos. Estaré esperando en el caso de que decidas seguir teniéndome como amiga, como amiga de verdad. Volemos juntas hacia una luz más dulce. Bastará una palabra tuya y estaré a tu vera para ayudarte a superar esto. Llevo la ilusión de ser mujer en bandolera, ¡llévala tú también! Nos necesitamos. Llamemos al timbre de la amistad auténtica hasta que se haga realidad en nuestras vidas.



Que así sea.



Esta historia está basada en las vidas de muchas mujeres que aún tienen sus bocas amordazadas por el miedo y la desconfianza. Para todas aquellas que viven convencidas de que los varones tienen más derechos que ellas. Mujeres que, debido a su estado de baja autoestima, llegan a despreciar, incluso, a los seres cercanos que las quieren. Va por ellas.


 

 


1
COMENTARIOS

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Respondiendo a

Febe Jordà
24/11/2015
10:41 h
1
 
Gracias, Isabel, por traer aquí este impactante y bello relato.
 



 
 
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