Se expone en la Casa de América una muestra fotográfica –organizada por la Embajada de Irlanda–, sobre Roger Casement (1864-1916), el fascinante protagonista de la última novela del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, El sueño del celta. En ella se nos presenta el viaje al corazón de las tinieblas de este hombre, que fue misionero anglicano, antes de ser diplomático y denunciar con misioneros bautistas, los abusos del colonialismo belga en el Congo. Tras hacer un informe sobre la explotación de los indígenas del Amazonas, en la extracción del caucho, acabó abrazando la causa irlandesa, siendo protestante. Murió ejecutado por traición al gobierno británico, supuestamente convertido al catolicismo, antes de morir en la horca.
El rey Leopoldo II (1835-1909) autorizó la entrada de unos centenares de misioneros protestantes en el Congo, entre ellos el joven Roger Casement, educado por parientes anglicanos del Ulster, tras morir sus padres en Dublín –un capitán casado con una católica, que pretendidamente se había hecho protestante–. Antes de que Casement hiciera su famosa denuncia de la explotación de indígenas en la extracción del caucho, un misionero americano bautista, J. B. Murphy, había publicado ya un informe en 1895 sobre esos mismos abusos en el Congo.
Un misionero sueco, que trabajaba con la misión bautista americana, E. V. Sjöblom, encabeza la protesta, acompañada de las fotografías de Alice Harris, una bautista británica que muestra cómo los africanos son azotados hasta la muerte y los ríos del Congo belga se llenan de cadáveres de las víctimas del régimen brutal de Leopoldo II. A ellos se une el testimonio de dos misioneros presbiterianos de Virginia –William Morrison y el afro-americano William Sheppard–, que son juzgados por atentar contra el honor de las autoridades coloniales belgas con sus supuestas “injurias y calumnias”.
Casement presencia las más brutales formas de tortura: mutilaciones, decapitaciones, flagelaciones, incineraciones de cuerpos vivos, violaciones y matanzas ejemplarizantes de todos aquellos –sin excluir niños, mujeres y viejos– que no pudiesen entregar la cuota diaria de caucho a sus amos blancos. “Todo un sistema montado sobre la hipocresía que presentaba la colonización belga como una empresa evangélica, civilizadora”, dice Vargas Llosa. Con horror, Casement comprueba que el hombre blanco puede ser más salvaje que los nativos, que ellos llaman “salvajes”.
EL SUEÑO DEL CELTA
El celta es el nombre con el que otra nacionalista irlandesa anglicana, Alice Stopford Green, comienza a llamar a Casement. Vargas Llosa descubre su figura leyendo una reciente biografía de Joseph Conrad(1857-1924), el autor de
El corazón de las tinieblas. Casement llevaba ya algunos años viviendo en África, cuando el escritor polaco le conoció en su primer viaje al Congo, como capitán de un barco contratado por la compañía belga del rey Leopoldo II. Casement desempeñó un papel fundamental en la narración de Conrad –como el escritor nacionalizado inglés reconoce en su propia correspondencia–, siendo la primera persona que conoció en aquel país, cuyo pueblo sufrió las mayores atrocidades del colonialismo. Probablemente, el primer genocidio moderno.
Como Conrad, Casement viaja a África, convencido de que el colonialismo es un movimiento benéfico para los indígenas porque les aporta el cristianismo y la civilización, para descubrir en él un sistema de explotación monstruosa, profundamente destructor de la moral y todos los valores que él admiraba. El libro de Vargas Llosa nos muestra la tragedia de un continente que ha sido víctima de la rapiña, la hipocresía y la doble moral de Occidente.
El
Premio Nobel, autor de una de las mayores cartografías de la capacidad de horror y destrucción del ser humano –desde
La ciudad y los perros (1962) hasta
La fiesta del chivo (2000), pasando por
La guerra del fin del mundo (1981) o
Lituma en los Andes (1993) – nos avisa que “la degradación moral nos lleva al abismo”.
DOBLE VIDA
Tras denunciar la situación en el Congo, Casement hizo una investigación sobre la explotación de los indígenas en el Amazonas por una empresa peruana. “Sin pensar en escribir sobre él”, Vargas Llosa empezó a buscar documentación, al encontrarlo “un personaje interesantísimo, realmente novelesco, con no una sino muchas vidas, algunas de ellas oscuras, que parecían poco compatibles”.
Retirado del servicio consular en 1913, Casement se une a los independentistas irlandeses, siendo británico y protestante. Tras venir de Alemania en un submarino con un cargamento de armas, es juzgado por traición en Londres. Poco después de ser colgado, la prensa católica publicó un relato del capellán de la prisión sobre sus últimos días, que hace de él un mártir converso al catolicismo, antes de morir. En la tradicionalmente moralista Irlanda, su figura todavía produce malestar por la homosexualidad que confiesa en sus diarios, aunque prefieren pensar que están falsificados.
Lo que le interesa a Vargas Llosa de Casement, es precisamente esa doble vida: su valor para denunciar la crueldad colonizadora, a la vez que esconde las miserias propias de un hombre en contradicción permanente. Es un diplomático británico, pero lucha por la independencia de Irlanda. Se debate entre el protestantismo y el catolicismo, la represión moral y las perversiones homosexuales que cuenta en su diario –que llega a calificar de “barbaridades”, un autor tan poco sospechoso de homofobia como es Vargas Llosa–.
No hay duda de que el testimonio de Casement desenmascara la historia oficial del estado creado en 1882 por el rey Leopoldo II de Bélgica, ocultando la muerte de millones de congoleses en nombre de la civilización. Sin embargo, si una novela como
El corazón de las tinieblas sigue atrayendo a tantos lectores, siendo capaz de hablarnos tan poderosamente, es por su inquietante cuadro de la condición humana.
VIAJE AL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
Cuando Stanley publicó sus exploraciones por las tinieblas de África, su oscuridad era una metáfora de lo desconocido. Con Conrad este itinerario se convierte en todo un viaje interior, como si el misterio de la humanidad estuviera de alguna forma silenciado allí. La expresión de las fuerzas de la oscuridad que aquí se manifiestan, nos muestran una verdad oculta y destructora, pero a la vez fascinante. Cuando uno se sumerge en esa locura, entramos en un mundo de alucinaciones y pesadillas, al límite mismo de la razón.
Como el marinero Marlow de
El corazón de las tinieblas remonta el río Congo –a la búsqueda de un agente de una compañía belga que ha enloquecido en la selva, Kurtz–, Conrad recorrió cuatro meses el continente negro, Y el descubrimiento final de Kurtz es una confrontación con nuestro yo más íntimo. Es un viaje realmente al fondo del alma, en un barco lleno de contradicciones, miedos y preguntas.
Eleanor Coppola cuenta la obsesión de su marido por esta historia en el diario íntimo
Con el corazón en tinieblas, que describe el turbulento rodaje de
Apocalypse Now (1979). El viaje de Marlow se convierte para Coppola en una espiral hacia el interior de la bestia, que el director encuentra en la guerra de Vietnam. El eco de la voz de Marlon Brando pronunciando las últimas palabras de Kurtz
–¡el horror!, ¡el horror! –, resuena a lo largo de todo este recorrido infernal que hace el director, los dos años que pasó en Filipinas haciendo la película
. Su esposa fue testigo de esa batalla personal que estuvo a punto de romper su matrimonio, cuando iba a cumplir ya cuarenta años.
“Creía que me iba a morir, literalmente”, dice Coppola. El actor Martin Sheen sufrió de hecho un ataque al corazón. Eleanor cuenta cómo “bebía y lloraba, obligándoles a rezar juntos”. El equipo se instala como aquellos soldados americanos en una fantasmagórica zona, en la que los sueños se vuelven pesadillas. La introducción de la película tiene por eso ese sentido onírico que lleva a la imagen de Willard luchando contra el espejo de su dormitorio en Saigón, con la voz de Jim Morrison de los
Doors anunciando el fin, mientras los helicópteros cruzan la jungla, mezclándose con el ventilador del techo de su habitación.
Es la misma atmósfera opresiva del libro, donde todo parece apresado en la densa tela de araña de una inmensa e ininterrumpida jungla que empieza y termina en la desembocadura del Támesis. Por eso la historia, estrictamente hablando, no tiene principio ni final, ya que acaba volviendo a su inicio. Cuando Marlow habla con la prometida de Kurtz al final de la novela, le miente sobre sus últimas palabras, haciendo que en vez de “el horror”, invoque su nombre. Esa mentira la equipara a la muerte. Ha llegado entonces a “el corazón de una inmensa oscuridad”.
LA VERDAD OCULTA
Esa verdad oculta nos hace ver lo que hasta entonces había permanecido escondido bajo el manto de las convenciones sociales. Kurtz representa la Sociedad Internacional para la Supresión de las Costumbres Salvajes, pero de nada le sirven sus “espléndidos monólogos sobre el amor, la justicia y el modo de conducirse”. Pues “la selva le había susurrado cosas acerca de sí mismo que él desconocía –dice Conrad– y el susurro le resultó fascinante, irresistible”. Un general en
Apocalypse Now intenta explicar la locura de Kurtz, como alguien que ha caído en la tentación de ocupar el lugar de Dios. Se presenta como un emisario de luz, apóstol de la ciencia y el progreso, al que solo mueve la compasión, pero no puede escapar a los lazos sutiles del poder de la oscuridad. Así es como todos sucumben.
A Vargas Llosale gusta la frase de Bataille, “el ser humano es el abismo donde los contrarios se funden”.
El sueño del celta es por eso un conmovedor relato sobre la maldad, pero ¿qué es la maldad, para él? “A diferencia de los animales, que sólo matan para alimentarse o defenderse, el hombre mata también por codicia, por celos, por envidia, por apetito de poder, por fanatismo, prejuicio, racismo, estupidez o una inclinación irracional de su ser a destruir y hacer daño a los otros. Eso es el mal.”
EL MISTERIO DEL MAL
“Los creyentes presumen que nació con el pecado original –dice el escritor–, aquella culpa y castigo con que se inicia la vida en el paraíso terrenal. Los no creyentes lo llaman la pulsión o instinto tanático, atracción por la muerte que se disputaría con el eros, el amor a la vida, el alma de los seres humanos. En todo caso sea cual fuere su fuente, el mal siempre ha estado ahí irredimible, indiferente al progreso material y científico, incansable en la civilización y en la barbarie, sembrando dolor, frustración, odio y muerte a lo largo de la historia.”
“La luz vino al mundo –dice el Evangelio de Juan–, pero “los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (3:19). Conrad contempla esa oscuridad impenetrable, “como uno observa a un hombre que yace en el fondo de un precipicio, donde el sol no brilla nunca”. La muerte de Kurtz aparece al comienzo de un poema de T.S. Eliot,
Los hombres huecos (1925), cuyos versos finales cierran
Apocalypse Now: “Así es como acaba el mundo, no con un estallido, sino con un quejido”. Ya que este autor cristiano ve el libro como una metáfora de la oscuridad del alma, pero ante ella declara con fe: “Tuyo es el Reino”.
La buena noticia del Evangelio es que una cruz ha atravesado ese abismo. Alguien se ha enfrentado a “la potestad de las tinieblas” (
Lucas 22:53). Su último grito de victoria ha traído la alborada de un nuevo día. Jesús dice: “Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí, no permanezca en tinieblas” (
Juan 12:46).
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