El hombre, sea el que vive en los bosques de Papúa-Nueva Guinea o el que vive en una metrópoli occidental, tiene necesidades básicas vitales, que no son planas sino verticales y, por lo tanto, trascendentes.
El antropólogo Bronislaw Malinowski estableció que hay siete necesidades básicas que los seres humanos tenemos, independientemente de cuál sea la cultura o el tiempo en el que vivamos, las cuales son: Alimento, reproducción, cobijo, seguridad, movimiento, desarrollo y salud. Pero como Malinowski murió antes de que acabara la primera mitad del siglo XX no pudo saber que en realidad son ocho las necesidades básicas del hombre moderno, siendo la octava la de estar compulsivamente pendiente del iphone.
En cualquier caso, sean siete o sean ocho, lo cierto es que esas necesidades básicas son planas, es decir, no contemplan al ser humano más que en su dimensión material y terrestre, por el que queda reducido a un nivel que no lo distingue demasiado de los monos, si se excluye el uso del iphone, aunque al decir de algunos hasta éstos un día podrán alcanzar ese nivel.
Pero yendo más allá de las siete u ocho necesidades básicas, el hombre, sea el que vive en los bosques de Papúa-Nueva Guinea o el que vive en una metrópoli occidental, tiene otras necesidades básicas vitales, que no son planas sino verticales y por lo tanto trascendentes. Esas necesidades proceden de que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, de ahí que no pueden ser reemplazadas por nada materialista. Son necesidades universales y al mismo tiempo personales. Y son las siguientes: Justicia, paz y gloria.
La necesidad de justicia consiste no sólo en querer que otros nos traten justamente o que se nos haga justicia cuando sufrimos algún daño, sino en dar por sentado que nosotros nos comportaremos de forma justa con los demás, para lo cual es preciso ser justos o poseer justicia propia. Esta necesidad la tiene el morador de Papúa-Nueva Guinea y el habitante de Nueva York. El problema es que aunque tanto el uno como el otro pueden tener una noción más o menos clara de lo que es ser justo, ambos tienen un freno para llevarlo a cabo, al estar su voluntad condicionada por las semillas de iniquidad e injusticia inherentes en la naturaleza humana.
La necesidad de paz, no solamente de seguridad, es también un profundo anhelo de todo ser humano. Ahora bien, la paz es una consecuencia que sigue a la justicia, de manera que sin ésta es imposible aquélla. La paz es el estado de armonía perfecta en las relaciones, sin que haya sitio para la sospecha, el temor o el resquemor, mientras que la seguridad es una noción meramente negativa, ya que es un estado defensivo frente al enemigo, para lo cual es preciso estar armado hasta los dientes.
La necesidad de gloria es algo común a todos los pueblos. Lo glorioso es lo contrario a lo marchitable y pasajero, en el orden del tiempo; lo contrario a lo vil y vergonzoso, en el orden moral; lo contrario a lo bajo y ordinario, en el orden cualitativo. Lo glorioso es lo máximo en su máximo esplendor sin posibilidad de menoscabo. Es lo excelente y sublime, lo radiante y elevado, en forma permanente. Pero esa clase de gloria está más allá del alcance de nadie aquí abajo. Por eso la gloria de este mundo y la gloria humana no es sino un remedo de la verdadera gloria.
Tres imposibles de alcanzar de los que sin embargo no podemos prescindir, porque nos son absolutamente necesarios. Y los sustitutos que nos fabricamos no hacen sino aumentar la conciencia de decepción, al descubrir que no se parecen, ni de lejos, a lo que en realidad puede satisfacernos.
Pero el evangelio nos trae la respuesta a estas tres necesidades básicas, según afirma el texto: 'Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos acceso por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.'i
La justificación es la justicia que Dios imputa a los que creen en la promesa de salvación que él ha depositado en Jesucristo. La confianza en esa promesa es una declaración, de los que creen en ella, del poder de Dios para hacer posible lo que de otra manera sería imposible. Dios ha prometido justicia a los que creen en su Hijo, porque la fe es un reconocimiento de la veracidad de Dios. Esto es, la fe ensalza a Dios, así como la incredulidad lo denigra; por eso la fe recibe como galardón la justicia. No una justicia humana, que está llena de claroscuros y contradicciones, sino la justicia perfecta, la de Dios.
Una vez recibida la justicia, entonces podemos tener paz. Paz con Dios, al haber sido retirada la ofensa y el agravio que nos separaban de él. Paz con Dios significa que donde antes no había relación, al estar los canales de comunicación cortados, ahora la hay. Y no cualquier relación sino una de intimidad, amistad y comunión. Esa paz es posible porque ha habido un Mediador que ha efectuado la reconciliación.
La gloria es la parte de la promesa que está por venir. Es ese estado de bienaventuranza completa, en la que sin sombras de ninguna clase, el cristiano contemplará el rostro de su Salvador, gozará del deleite espiritual de la nueva creación y de la compañía de los demás redimidos, por toda la eternidad. Nada que ver con la gloria humana ni la gloria de este mundo, que es engañosa y pasajera.
En conclusión, Malinowski se quedó muy corto en su descripción de las necesidades vitales del ser humano. Pero el evangelio no sólo señala cuáles son las trascendentales sino que también las provee de forma maravillosa. ¡Gloria a Dios!
i Romanos 5:1-2
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