En más de una ocasión me he preguntado por qué Dios nos traza un recorrido tan angosto en vez de facilitarnos la travesía.
Os quiero contar una historia. La historia conocida de un pueblo que atraviesa el desierto.
Un desierto que podría haberse recorrido en muchísimo menos tiempo pero que este pueblo tardó 40 años.
No todos los que salieron de Egipto con la mirada puesta en esa tierra prometida lograron conseguir su cometido. Es más, ni su mismo líder consiguió coronar aquella aventura poniendo sus pies en tan anhelada tierra.
Muchos murieron por vejez, otros por enfermedad, algunas pérdidas fueron causadas por accidentes.
No todos llegaron.
Quiero detenerme un instante en aquellos que llegaron pero que apenas sintieron las inclemencias del riguroso desierto, ésos que nacieron poco antes de coronar la tierra prometida.
Podríamos ver estas vidas como afortunadas. Seres que sin tener que sufrir las asperezas, la escasez del durísimo trayecto, la crueldad de un terreno yerto e inhóspito recibieron el premio.
Imagino que estos afortunados escucharían a lo largo de sus vidas las emocionantes y dramáticas narraciones que sus familiares o amigos harían alrededor de la lumbre, historias de cómo Dios se manifestaba a través de situaciones extremas, como mandaba el maná y sustentaba al pueblo, cómo el mar se abrió para que todo un pueblo pasara en seco, cómo una columna de fuego iluminaba los pasos a través de la noche. Infinidad de relatos que habían curtido a un pueblo durante 40 años.
Ellos, los afortunados, no habían sufrido las desdichas de tan largo viaje, pero durante todas sus vidas tan sólo serían oidores de todas estas historias, una historia en la que ellos no habían podido ser protagonistas.
¿Eres el protagonista de tu historia a través del desierto? Aunque te parezca ilógico, siéntete bienaventurado pues Dios te sacará de él, te moldeará y te enseñará cosas grandes y ocultas que desconoces.
Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas.
(Pr 3:5-6)
El camino más corto entre dos puntos es una línea recta. Dios parece obviar este concepto básico de geometría y utiliza caminos más extensos para llegar a un punto concreto que resultaría cercano si se siguieran las deducciones de la teoría anterior.?
Él conoce sobradamente hacia donde nos quiere conducir y hace que el trayecto no siempre sea tal y como lo habíamos imaginado.?
En más de una ocasión me he preguntado por qué Dios nos traza un recorrido tan angosto en vez de facilitarnos la travesía. Conociéndole, uno sabe que no es por mero capricho. Él percibe cómo hemos de conducirnos y por dónde lo hemos de hacer, concediéndonos la oportunidad de caminar cada día por una ruta alternativa.?
Podemos atravesar páramos de dolor, circunstancias difíciles que mermen nuestra capacidad para concebir esperanzas, pero si sabemos quién es el que guía nuestros pasos, abrazaremos la ilusión de conseguir lo que tan ansiosamente aguardamos. Cuando Dios nos conduce hacia caminos de difícil acceso, también nos proporciona los recursos para conseguir transitarlo.?
Los cambios de sentido nos dan la oportunidad de vislumbrar escenas invisibles para los transeúntes de senderos fáciles. Quienes se han sentido desubicados y conducidos a través de desiertos, han descubierto que la vida puede ofrecer paisajes insólitos tan sólo perceptibles a los ojos del caminante que sostiene el cayado y se apoya en la dirección divina.?
Los caminos de Dios son inescrutables, sus variaciones en el mapa de ruta siempre nos aleccionan, y aunque por lo general nos acometen de forma agreste y sin darnos lugar a la preparación, el saber que Dios tiene preparado un final exitoso nos da fuerzas mientras caminamos.?
El recorrido es más fácil cuando depositas tu fe en Dios y cuando le concedes la oportunidad de llevarte de su mano.
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