Derechos y motivaciones en Cataluña

A un día de la denominada jornada de reflexión que precede al 27S en Catalunya, me permito plantear algunas consideraciones a título total y exclusivamente personal.

Aunque soy extremeño de nacimiento, me crié en la provincia de Barcelona y disfruté una tierra que me dio educación y oportunidades que han marcado toda  mi vida. He sido testigo de una Catalunya ejemplar en cuanto a cómo hacer progreso dentro de una convivencia plural, hasta llegar a sentirme orgulloso de ser catalán por adopción y haber aprendido a parlar i entendre, més o mens, el catalán. Cuando era un niño de cinco años, junto con mis cinco hermanos y mis padres, arribamos a finales de los años 60 en Sant Boi de Llobregat para dar inicio a la realización del sueño de una vida mejor que mis progenitores deseaban dar a sus hijos.  Hoy, después de más de cuarenta y cinco años, además de hermanos, tengo a sobrinos, tíos y primos que ya no son solo catalanes por adopción, sino que lo son por nacimiento. También, en esta nació de promeses despedí a mi padre y a mi hermano menor, cuyos restos conviven en forma polvo en esa tierra grande, rica y libre que les acogió y en la que trabajaron con payeses  y comerciantes para contribuir con esfuerzo y humildad al progreso de una Catalunya cuya sociedad se ha distinguido por ser multicultural, trabajadora, culta y hospitalaria.

Ahora, desde la distancia geográfica, pero desde la cercanía de corazón, observo un debate en torno a la independencia ante el que me hayo descolocado y algo frustrado. En mi afloran sentimientos turbios que tienen que  ver con las posturas enfrentadas en torno a la posible secesión de Catalunya por parte de unos y otros; por quienes desean la independencia y por los que abogan por una España indisoluble.

Tanto unos como otros reivindican los derechos amparados por la ley para decidir sobre su propio futuro, como para que ese futuro se decida impositivamente entre todos. Además, sumado a los derechos legales, se añade la legitimidad histórica para argumentar en favor o en contra de la independencia. En definitiva, estamos ante el abordaje de una realidad en la que todos reivindican sus derechos para consolidar un divorcio o para obligar a la convivencia, lo cual, conlleva un estado de sufrimiento para los hijos  naturales, como para los adoptivos, de una nación cuyos dirigentes o políticos no acaban de encontrar la fórmula adecuada para hacer más felices a las familias que habitan los bellos lares catalanes.

En realidad, sucede que la pugna reivindicativa a favor de los intereses de cada cual, parece ensombrecer el interés mayor para todos que no es otro que el vivir en convivencia y esforzarse en entender que la diversidad no es una amenaza para un mejor futuro cuando los vínculos son sustentados con el amor al prójimo.  Lo contrario vendrá a suponer el rechazo que acabe engendrando xenofobia hacia quien amenaza lo exclusivo, o lo extremadamente propio, hasta convertir en extraño o extranjero a quien en realidad ha compartido una misma historia durante siglos.

Parte del debate aludido, tiene que ver con hablar de derechos, lo cual es plenamente legítimo. Pero la legitimidad no solo la debiera darse bajo el amparo constitucional, sino que también en el ámbito de las motivaciones. Y es que, en realidad, esto es lo verdaderamente importante a considerar: ¿qué motiva la independencia en algunos catalanes?

Se supone que debiera ser construir una sociedad más libre, moderna, justa, prospera, culta, rica, influyente y feliz. Se supone que el independentismo tiene claro que con España es imposible que Catalunya sea más grande y libre. Se supone que quienes defienden un proyecto de Estado independiente de España sabrán hacer una mejor nación al margen del resto de los españoles. En definitiva, se supone que el independentismo ha llegado a la conclusión de que para Catalunya, sencillamente, le irá mejor fuera de España. Pero, ante tanto suponer, yo supongo que no será tan fácil y que, en el mejor de los casos, en el supuesto de lograr la independencia, el prometido estado de bienestar, es probable que lo llegasen a disfrutar algunas generaciones distantes de las que hoy pueblan la amada Catalunya.

Con todo, lo cierto es que con independencia o sin ella, el debate sobre el independentismo de Catalunya ha causado una brecha dentro de la sociedad catalana que tardará años en subsanarse, si es que en algún momento se logra. Como creyente, mi percepción es que tras el reclamo de ciertos derechos, existen motivaciones que emanan de episodios en la historia no superados, de heridas no sanadas, de viejas reivindicaciones  no atendidas, de necesidades sociales no solventadas, de diversidades culturales no aceptadas, de una convivencia de naciones no madurada y por una visión de estado no consolidada. Por todo lo dicho, sostengo la idea de que el ejercicio del derecho, sin motivaciones correctas legitimará acciones que ahondarán más en la confrontación y división de una sociedad bastante debilitada por el devenir de los últimos años y que dejará un legado nocivo para la convivencia de las futuras generaciones que, dentro o fuera de España, están destinadas a convivir en este pequeño planeta en el que algunos están empeñados en construir su propio universo.

Ante la jornada de reflexión, quienes vayan a votar  por una determinada formación política, debieran asegurarse de que su voto contribuya a que logremos ser mejores personas para construir un mejor país.

Animo a que el voto no contribuya a negar una historia de la que debemos aprender todos para no incurrir en repetir ciclos indeseables de confrontación. Exhorto a que el voto no esté motivado por el rechazo, la amargura o el odio causado por la falta de perdón ante el abuso del poder opresor. Apelo a quienes son creyentes para que voten a favor de aquellos que garanticen una mayor proximidad a la construcción de un mejor país que nunca será posible con ideales políticos ajenos a los principios y valores basados en el Dios que conocí en Catalunya cuando era un joven de diecisiete años.

Ruego que vayan a votar, los más que puedan, en favor de quienes garanticen que gobernarán como estadistas para lograr una nación libre, grande y rica pero, si es posible, dentro de España.

En lo personal, si yo pudiese votar, lo haría a favor de quienes no comparten la independencia pero, en este caso, pese a sentirme catalán de adopción no podré expresar mi voto, aunque si he decidido aportar mi opinión.

Después de lo dicho, y a pesar de todo, quienes somos parte de la Iglesia, estamos llamados a ser ejemplo de convivencia y convertirnos en referente de una unidad real y sostenible aun cuando somos la Comunidad más diversa del planeta. Por medio de Jesús hemos visto canceladas viejas reivindicaciones, como víctimas y agresores, mediante un tratado de paz firmado con la sangre derramada del único Justo en el estrado de la Cruz. Además, hemos sido transformados y hechos conciudadanos de una Patria en la que no hay ciudadanos de primera, ni hay extranjeros residentes, ni forasteros sin derechos (Efesios 2:19). Por el contrario, se nos ha dado la categoría de ser miembros de una misma familia que conforma una Comunidad que está por encima de cualquier pugna entre quienes siguen empeñados en levantar nuevas fronteras a pesar del fracaso de la humanidad con las ya existentes.

Tras el 27 S, desde luego, toca trabajar en todos los bandos porque, salga lo que salga en las urnas, y salvo que me equivoque en mis pronósticos, las reivindicaciones seguirán latentes y deberemos cuidarnos los cristianos de no hallarnos en bandos que propugnen una confrontación innecesaria.

Hagamos del día de reflexión una jornada de oración a favor de lo mejor para Catalunya y España teniendo en cuenta el consejo de la Palabra:

“Así que recomiendo, ante todo, que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos, especialmente por los gobernantes y por todas las autoridades, para que tengamos paz y tranquilidad, y llevemos una vida piadosa y digna. Esto es bueno y agradable a Dios nuestro Salvador, pues él quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad” 1ª Timoteo 2:1-4