Aquí hubo vida una vez

Hay una palabra que me exalta, una palabra que nunca he oído sin estremecerme, sin sentir una gran esperanza, la más grande de todas, la de vencer a las fuerzas de la ruina y de muerte que agobian a los hombres. Esa palabra es: fraternidad.

Paul Eluard

Aquí, entre las ruinas de este cuerpo, una vez habitó un hombre. En su interior existieron sueños, risas, promesas. Hubo compromisos. Entusiasmado navegó amores que quedaron a la deriva, lejos de avistar puertos. Ahora apenas queda nada de su persona, sólo piel y huesos deslucidos por el sol, la lluvia y la intemperie. Estas ruinas fueron atacadas a traición por los pesares vividos.

De la boca de este hombre apenas salen palabras. No tiene quien le escuche. Además las circunstancias le han llevado a convencerse de que su vida no le interesa a nadie. Se ha rendido. Ve en la mirada y desconsideración de los demás la certificación de su propia caída.

El gobierno le ofreció pasar las noches bajo techo y un plato de comida. No aceptó. No lo hizo por la vergüenza que sentía al imaginarse tutelado como huérfano del universo y prefirió aceptar su confusa realidad.

Aquí hubo vida y se ha perdido en la miseria. Si no se remedia pasará al olvido como tantos otros.

Este cuerpo despersonalizado se sienta cada día en el mismo lugar y espera. Sí, espera que pase algún ángel, algún buen samaritano que le devuelva la dignidad al posar en él sus ojos y le salve de su estado.

Seres como este existen también en las iglesias. Acuden tímidamente a escuchar. Entran y salen sin que nadie les preste atención. Necesitan liberarse de la penuria diaria que les envuelve. Necesitan que su sequedad verdee. Necesitan renacer. Necesitan reconstruirse. Nos necesitan. Necesitan al Señor.