Hemos convertido en maldición una bendición: la relación hombre-mujer. El hogar, la familia (uno de los grandes regalos que Dios ha diseñado) se puede convertir en un infierno.
Comentando en casa estos días las noticias horribles sobre los malos tratos y asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, y los asesinatos y malos tratos de los propios hijos, me planteaba el por qué de este aumento ahora, en estos meses y en general.
Casi 800 mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas desde 2003 y seis niños han sido asesinados por sus padres o parejas de sus madres en lo que va de año y 46 en la última década
¿Pero antes no había maltrato hacia la mujer?
Indudablemente sí. ¿Por qué ahora este despunte?
¿Y los niños, por qué ahora el asesinato de los niños a manos de generalmente de los padres (varones)? No pretendo llegar al fondo de la cuestión porque no me siento capacitada. Pero ahí va mi reflexión.
Desde luego, y es triste decirlo, muy triste, el verano, el tiempo libre, vacaciones de los hijos, se traduce en más tiempo de convivencia, más roces, más presión, más tensiones y el tener que negarse más a uno mismo.
También existe lo que se llama el contagio de los medios de comunicación. A veces los medios dan ideas a mentes retorcidas. Las películas, las noticias… parece que los violentos llaman a los violentos.
Algo que está claro es que la violencia en general es la consecuencia de la degeneración del ser humano, de la separación de Dios y por tanto de la maldad.
Como cristianos esta visión la tenemos más que clara. Y la maldad va en aumento y el amor se está enfriando, como dijo Jesús.
La ruptura interna y con nuestro prójimo, consecuencia de nuestra ruptura con Dios. La violencia no empieza en las guerras… las guerras son expresiones colectivas de violencia, donde siempre hay detrás luchas de poder económico.
Pero antes de las guerras colectivas, políticas o religiosas… hay una guerra interior en cada ser humano, en cada hogar, en cada lugar de trabajo… Ahí empiezan las guerras, en los odios, los rencores, la ira, las injusticias….Y ahí es donde hay que actuar, influir, educar.
La violencia hacia las mujeres es una consecuencia más de esta maldad.
Y esta violencia empieza en la marginación, humillación, deshonra, injusticia hacia estas.
Las religiones también han marginado y despreciado a las mujeres y muchas veces protegen y son disculpa o caldo de cultivo para esta violencia.
Pero no Dios. Jesús lo corrobora cuando contesta a la pregunta de los fariseos sobre el divorcio: : “Al Principio no fue así….” (Mat.19). Cuando Dios creó la pareja no era así, no fue ese su ideal, ahora hay una dureza de corazón que ha traido gravísimas consecuencias al hombre y a la mujer. Desde la caída del hombre, las mujeres sufrieron -como consecuencia del pecado- desvalorización, deshonra, injusticia, marginación y explotación.
Pero no porque Dios hiciera prescripciones, no fueron órdenes sino predicciones de las consecuencias de lo que la independencia del hombre iba a acarrear: “el varón se enseñoreará de ti”…así como “trabajarás con el sudor de tu frente (dice al varón) etc. (Gen.3)
Y sobre todo Jesús dignifica y devuelve a la mujer su lugar al lado del hombre, igual a El en imagen y calidad, sobre todo sus hechos, con el trato digno, respetuoso, natural y sin discriminación que El mismo da a las mujeres, rompiendo todos los esquemas de la sociedad de aquella época.
Jamás echó fuera a una mujer, jamás la humilló, jamás la maltrató, jamás hubo en Él una mala contestación… Siempre una palabra de ayuda, respeto, gracia y de verdad. Les enseñó a sus pies, se los dejó enjugar con lágrimas de una prostituta, las tocó en medio de su menstruación, las llamó hijas de Abraham y le seguían como discípulas.
Hemos convertido en maldición una bendición: la relación hombre-mujer. El hogar, la familia que es uno de los mayores regalos que Dios ha diseñado se puede convertir en un infierno.
Ahora bien, antes, años atrás, en los siglos pasados no se daban tantos crímenes de mujeres, pero no porque no existiera maltrato y vejación, siempre la ha habido. La diferencia, a parte de que se ocultaban más, es que las mujeres aguantaban todo,
Lo tenían asumido como lo normal e incluso lo correcto, lo sabio y lo santo, su papel era soportar y no se podía concebir que se rebelasen ante el rol establecido y anclado durante tantos siglos. No se veía más allá.
Pero cuando las mujeres (apoyadas por algunos hombres) empezaron a ser conscientes de la gran injusticia que estaba cometiendo con ellas, y se empezaron a rebelar, la violencia y la presión sobre estas aumentaba en el deseo soberbio de que volvieran a su lugar. Como ocurrió con los esclavos. Y en parte esto es lo que está pasando.
Y ese deseo insaciable de dominar y poseer a la mujer ya no se satisface con el maltrato a esta, porque la propia mujer está reaccionando y las leyes la protegen (algo), así es que sedientos de hacer daño se van a por los hijos, conscientes de que son el punto débil, los seres más queridos por una madre.
El maltratador, de mujeres o de otros seres humanos en general, no tiene límites. La maldad va en aumento. La situación de maltrato a las mujeres se puede mejorar legalmente, y podemos influir enormemente a través de la educación, está claro y ahí debemos estar todos apoyando e influenciando.
Pero sabemos que el cambio de fondo es lo único que puede detener esta vorágine de violencia hacia las mujeres. Un cambio de fondo que sólo puede darse a través del amor incondicional y ejemplar en la pareja, que se manifieste de verdad en el hogar (mucho más los cristianos): en la manera de hablarnos, de pedirnos las cosas, de atendernos el uno al otro, de escucharnos, de enfadarnos y de desenfadarnos, de preocuparnos, de respetarnos en nuestras diferencias, en nuestra individualidad, en nuestras soledades… en las tareas del hogar y nuestros deberes y amor con los hijos, en la manera de cuidarnos uno a otro, en el servicio que no servilismo, recordando siempre que existe la posibilidad (mandamiento para el cristiano) del perdón, de la rectificación, del diálogo, del acercamiento, del borrón y cuenta nueva, de “no hay ya amor” pero pediremos a Dios que nos ayude a re-crearlo.
Porque en el amor encontraremos siempre todas las respuestas. En estos detalles que tejen la vida diaria de una familia es donde tenemos que mostrar a la sociedad que ahí empieza a sembrarse la paz o la guerra. Esto es lo que tienen que ver y mamar nuestros hijos, niños y jóvenes, y así, es como podemos influir en otros. Porque el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz (St.3:18)
Y ahí empezando en el hogar y continuando en el trabajo, la iglesia, las conferencias, los medios etc es donde se muestra nuestro verdadero reconocimiento y amor por la mujer y nuestro deseo de que verdaderamente recupere el lugar que Dios nunca le ha quitado, y que Jesús vino a restaurar.
Estamos en un momento en que se necesitan actuaciones, reacciones, ejemplos llamativos, no sólo de los jueces, del gobierno, de la aplicación de las leyes… sino de cada uno de nosotros.
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