Lázaro, te toca

Una se pregunta qué sería lo que Jesús estaba hablando en el texto mencionado y con tanto gusto escuchaba María. Lo que queda claro es la enseñanza que dio a aquellas hermanas: Que las mujeres dejen de agobiarse con tantas tareas domésticas y se ocupen de lo más importante, de lo más necesario, de la persona misma de Jesús y la venida del Reino.

Del mismo modo no se sabe qué pasó después, el pasaje es minúsculo.

Se desconoce cómo transcurrió la visita, por eso he hecho uso de la imaginación en la composición de este relato. Me molesta y molestará siempre la crueldad en la manera de tratar a Marta en predicaciones y estudios.

Ustedes perdonen la forma libre de este relato pero fue ella, no María, la que salió al paso e invitó a Jesús para agradarle de todo corazón. Lo que a continuación se lee no es ni mucho menos teología sino, más bien, simple desahogo personal con el fin de rescatarla. Ahí va.

Aconteció que Jesús iba de camino y entró en una aldea llamada Betania para refrescarse y descansar un rato. La gente, al darse cuenta de quién era, salió corriendo a recibirle. Marta, que se hallaba ocupada con las tareas cotidianas, al oír el alboroto salió a ver. Apresurada se dirigió a Jesús. Con suma alegría le rogó que entrara. Él aceptó.

Conocía a la familia y se sentía a gusto entre ellos. Allí se encontraba María, hermana de Marta y Lázaro, el hermano que estaba fuera en ese momento pero que no tardaría en regresar. Los cuatro eran amigos y se querían.

Tras los saludos, Marta se acercó a su hermana y le habló con disimulo.

—María, me habías dicho que la próxima vez que nos visitase Jesús haríamos la tarea juntas y no me dejarías sola como tienes por costumbre. A mí también me gusta escucharle, lo sabes.

—Sí, sí, ahora voy.

Eso soltó con un hilillo de voz sin mirarla siquiera y, olvidándose una vez más de lo que prometía, continuó sentada a los pies del Maestro, escuchándole embelesada.

Se enfadó Marta ante la actitud pasiva de su hermana y se quejó a Jesús.

Señor, ¿no te importa que María me deje hacer sola todo el trabajo?, pídele que por favor me ayude, así terminaremos antes y juntas podremos oírte.

Jesús dijo:

Marta, Marta, te preocupas por querer hacerlo todo bien y nada de eso es necesario. María escogió la mejor parte y no se la quitarán. Tranquilízate, mujer, haz tú lo mismo. Yo no vengo con intención de inquietarte. Acércate, siéntate aquí a mi lado.

Marta, en ese mismo instante, obedeció a Jesús y dejó lo que estaba haciendo.  Entendió que el Señor venía, entre otras muchas cosas, a liberarlas de las obligaciones que la obstinada sociedad patriarcal les asignaba por ser mujeres. Jesús quería redimirlas de esa clase de esclavitud que, de modo tan diferente a los varones, las mantenía siempre ocupadas en el ámbito privado del hogar sin poder participar en otras actividades.

Había pasado un rato y se acercaba ya la hora de comer. Lázaro llegó contento. Por el camino la gente le había comentado que el Maestro estaba de visita en su casa y sabía que cuando éste llegaba la comida era especial. El saludo fue cordial.

Pronto los aromas de las comidas de los hogares vecinos se apresuraron a inundar la estancia. El gusanillo del hambre no tardó en irrumpir en la escena.

Lázaro miraba de un lado para otro, intentaba localizar la comida, primero a través del olfato, luego con los ojos inquietos.

Marta y María le observaban, pues conocían el fiero apetito de su hermano. Jesús las miraba con cierta ironía. Fueron varios los segundos transcurridos hasta que las pupilas de las dos hermanas se posaron implorantes en las del Señor.

Entonces, Jesús, con media sonrisa indicó:

Lázaro, te toca.